Contexto
El calvario de Las Rastreadoras
Mirna Medina Quiñónez era una vendedora de accesorios para carros en el pueblo de Mochicahui, del municipio de El Fuerte, Sinaloa. Atendía un puesto con su hijo Roberto Corrales Medina, hasta aquel 14 de julio del 2014, cuando él desapareció.
La mujer dejó de hacer inventarios de los accesorios, para aprender a hacer inventario de expedientes de personas desaparecidas, para convertirse en una gestora ante instituciones, porque comprendió que los gobiernos no iban a ayudarle a encontrar a su hijo o a los vástagos de la más de 200 mujeres que la acompañan en el grupo Las Rastreadoras de El Fuerte.
En un trabajo que forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Foundations, se relata la odisea, el dolor y la perseverancia de Mirna y de otros rastreadores que buscan a sus familiares desaparecidos en numerosas zonas del país.
En mayo se celebra a las madres del país, pero para mujeres como Mirna Medina, ya no hay momentos de fiesta, sino de búsqueda de los familiares desaparecidos.
La vida le dio un vuelco aquel día de julio de 2014, cuando ella y su esposo descubrieron que su hijo Roberto, simplemente ya no se encontraba en su casa y su paradero era desconocido. A partir de entonces, Mirna empezó a vivir a “medias”, entre una vida personal que para ella dejó de tener significado y la búsqueda incesante para encontrar a su vástago.
Mirna hizo a Roberto una promesa interna de que lucharía hasta encontrarlo, porque pronto se dio cuenta que después de presentada una denuncia por desaparición de persona, como ella lo hizo, las autoridades de Sinaloa prácticamente se daban por enteradas, sin buscar en realidad a la persona ausente.
En su esfuerzo individual por encontrar a su hijo, especialmente en terrenos baldíos, en donde ella temía que fuera arrojado el cuerpo de Roberto, la mujer se encontró con los familiares de otros desaparecidos y, de ese esfuerzo y de ese dolor común, surgió un grupo de personas rastreadoras.
Las Rastreadoras de El Fuerte, fue el nombre con el que las bautizó el periodista Javier Valdés, asesinado tiempo después por el narco delincuencia sinaloense, al conocer a detalle la manera en que esas mujeres, en su mayoría, buscaban el rastro de sus familiares, en montes, vías de trenes, veredas apartadas y casas abandonadas.
Por tres largos años, Mirna sufrió la incertidumbre de desconocer si su hijo tenía hambre, frío o dolor, hasta que en 2017 en una fosa clandestina aparecieron los restos que después se comprobó, con técnicas forenses, pertenecían a su hijo. La mujer cumplió la promesa de no descansar hasta encontrar a Roberto y lo logró.
Las mujeres encontraron osamentas y restos en general de personas reportadas como desaparecidas. En menos de tres años, ubicaron 92 cuerpos, hasta que aparecieron los restos de Roberto, que se convirtió en la víctima número 93 descubierta por las incansables mujeres de El Fuerte.
Las Rastreadoras enfrentan a un gobierno y a una sociedad indolentes y a una delincuencia que no observa con buenos ojos su tarea.
Las mujeres se apoyan mutuamente, porque su búsqueda enfrenta a autoridades que revictimizan a los desaparecidos, al pretender en muchos casos, que seguramente fueron levantados, porque realizaban actividades ilegales, situación por completo falsa.
De acuerdo con lo relatado por Mirna en varias ocasiones, Las Rastreadoras tienen sentimientos encontrados, porque a media de que pasa el tiempo en que desaparecieron sus familiares, las mujeres desean con toda el alma que no se encuentre en ninguna de las fosas clandestinas, pero al mismo tiempo anhelan que sus parientes ya aparezcan, aun cuando estén muertos.
Mirna sabe que Las Rastreadoras y otros grupos civiles que buscan restos humanos, son una piedra en el zapato de las autoridades federales, estatales y municipales, porque su actividad les recuerda que su labor será un fracaso, en tanto se mantengan los casos de personas desaparecidas.
El esfuerzo diario de Las Rastreadoras es un recordatorio para que la memoria de las víctimas de la delincuencia no se borre de la historia nacional, para que las autoridades no confirmen con su negligencia, que los desaparecidos son mexicanos que forman parte de una “problemática normal” en el país.
Mirna y el resto de las madres del grupo saben que mientras ellas recuerden a sus hijos o familiares desaparecidos, mientras estén en sus mentes y en sus corazones, estos permanecerán vivos. Por eso, realizan actividades que pueden parecer extrañas a quienes no comparten su dolor, como cocinar para quienes ya no están con ellas.
Esa es una manera de mantenerlos vivos, de saber que, aunque estén ausentes, estarán presentes y los conocerán quienes se interesen en sus casos, aun sin haberlos conocido.
Mirna recibió la medalla, Agustina Rodríguez, al mérito social en febrero de 2020, y, en el momento de obtener el galardón, definió en pocas palabras la trascendencia de su vida: “No debería estar aquí. Estoy aquí, porque no está mi hijo”.
Para casi todas las madres del país, en mayo hay celebraciones, regalos y palabras cariñosas. Para las mamás rastreadoras sólo existe el camino del esfuerzo, de la búsqueda constante que las lleve a localizar a sus familiares, en un anhelo al que dan vida todos los días.