
Semana Santa: Reparar, restaurar, restituir/Felipe de J. Monroy
Para Emigdio, campesino de 50 años de edad, originario del municipio de Matías Romero, Oaxaca, el único medicamento para enfrentar la Covid-19 fue una caja de Paracetamol, que tomó durante varios días en su casa, sin mayores resultados, hasta que finalmente sucumbió a la enfermedad.
El padecimiento se regodeó en la pobreza de Emigdio, como sucede entre muchos mexicanos de zonas marginadas del país, en donde fallecen una gran parte de los afectados por el Sars Cov 2.
El campesino era uno de los miles de mexicanos que pierden la batalla por la pandemia, porque su pobreza no los hace acreedores a recibir ningún tipo de ayuda por parte de las instituciones del sector salud.
Reportes de sus familiares, indican que Emigdio acudió hace un par de semanas a solicitar atención médica en el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social en la localidad de Matías Romero, porque se sentía muy mal por la enfermedad, pero como respuesta sólo recibió una caja de pastillas de Paracetamol y se le regresó a su hogar.
El caso de Emigdio es representativo de los miles de compatriotas pobres que mueren infestados por la Covid-19 y que prácticamente no cuentan con protección alguna para recibir atención médica, por tratarse de desempleados o sub empleados que no laboran en ninguna empresa que les permita estar protegidos por alguna institución del sector salud.
Pero eso no es todo, porque incluso para los derechohabientes de las entidades del sector médico asistencial, es insuficiente la infraestructura para atender el gran número de casos que se presentan.
Informes periodísticos de la zona del Istmo de Tehuantepec, región en donde falleció Emigdio, revelan que para las casi 600 mil personas que habitan la región, sólo se encuentran disponibles menos de 100 camas para tratar Covid-19, de diversas instituciones, como la Secretaría de Salud de Oaxaca, IMSS, ISSSTE, Pemex y la Secretaría de la Defensa Nacional.
Y esta historia se repite en otros estados de la república, con lo cual se evidencia que los mexicanos pobres y sin protección de salud, se encuentran más vulnerables para morir a causa de las complicaciones por Covid-19.
El mayor número de fallecidos por la actual tercera ola de la pandemia se hace más evidente en algunas zonas del país, en donde se presenta un aumento en el total de personas que son sepultadas.
Así sucede, por ejemplo, en el cementerio de El Palmar, en la parte rural de Acapulco, Guerrero, en donde diariamente llega carroza tras carroza, con cuerpos de personas que fallecieron por Covid-19.
Se calcula que diariamente, tan sólo a ese cementerio, arriban en promedio cinco cortejos de personas afectadas por la enfermedad, la mayor parte de ellas procedentes de poblaciones y rancherías de las sierras aledañas.
El pequeño equipo de sepultureros no se da abasto y, en ocasiones, requiere de la ayuda de los deudos de los fallecidos para cavar las tumbas en donde serán sepultados sus familiares.
Entre los trabajadores del panteón prevalece el temor de enfermar en uno de tantos sepelios, pero no les queda otra más que cumplir su trabajo, porque es su único medio de subsistencia.
Los sepelios de los fallecidos por Covid-19 son fácilmente identificables en cualquier parte del país, ya que, casi como una regla, asisten muy pocos parientes de los muertos a ellos. En ocasiones, llega la carroza sola, sin acompañante alguno y el conductor entrega los papeles del fallecido a los sepultureros para que hagan su labor. Todos tienen miedo a contagiarse.
En las rancherías y poblados pequeños, se ha fortalecido la costumbre de sepultar a quienes mueren de Covid-19 en petates, por la carencia económica de las familias para comprar un ataúd, aunque sea de madera barata. En muchos casos, los restos son depositados en fosas comunes, de las cuáles serán sacados después de un tiempo, por disposiciones municipales, para ser ocupadas por otros cadáveres.
En el portal oficial de la Organización Mundial de la Salud, el director de emergencias de la OMS, Michael Ryan, asegura que hay una “diferencia sorprendente” entre la mortalidad de los ricos y los pobres e indígenas en México.
El experto agrega que aquellas personas que viven en lugares pobres son hasta un 50 por ciento más vulnerables a morir de Covid-19 y, aunque la mortalidad en general en el país es alta, en las comunidades indígenas es peor.
“Hay una situación compleja en México con este impacto desigual sobre los pobres y los indígenas”, advierte.
Es evidente la realidad planteada por la OMS: en México los pobres tienen menos armas para enfrentar a la Covid-19. La enfermedad ataca con más fuerza a los compatriotas más desprotegidos, eso no lo pueden ocultar ni los discursos triunfalistas de nuestro gobierno.