Abanico
El sicario que no conoció límites
“Yo sabía que mis tíos se dedicaban al crimen organizado. Andaban en las trocas, todos arriba, artillados, con armas, caravanas y demás, luego se baleaban con otros vatos o con la policía, era normal. En mi casa estuve en contacto con la droga desde muy chico, mi hermano consumía marihuana y cocaína. Un día vi que se estaba drogando y le dije que si me daba a probar. Me dijo que no y me fui con unos camaradas. Ellos sí me ofrecieron, a los 11 años probé la marihuana y a los 12 la cocaína”.
Es el testimonio de Iker, un menor de edad que no fue coptado por los narcotraficantes, porque creció entre ellos. Desde pequeño conoció los horrores de la delincuencia, porque era parte de su vida cotidiana, como lo es para otros niños jugar.
“Nací en Nuevo Laredo, en la frontera con Estados Unidos, tuve una niñez tranquila. Mi papá era trailero y mi mamá, ama de casa. En mi casa éramos muy unidos, tenía todo, mis tíos me daban lo que quería, mi mamá también”.
El testimonio de Iker es uno de los recabados por Reinserta. Org., en su Estudio “Niñas, Niños y Adolescentes reclutados por la Delincuencia Organizada”. La Organización no Gubernamental tiene como uno de sus objetivos evitar la reincidencia de menores de edad en actos ilícitos.
A Iker nadie le puso freno y apenas a los 12 años de edad empezó a tener una relación más estrecha con sus tíos, a quienes admiraba, porque al chamaco les gustaba verlos con armas y chalecos, aún cuando todos en la casa paterna fingían que nadie sabía a que se dedicaban sus familiares.
Un día, Iker encaró a uno de sus tíos y le preguntó de manera directa a que se dedicaba. La respuesta de su familiar marcó su vida para siempre: “Ando jalando en lo que te vas a dedicar tú también cuando seas grande”, le respondió.
Así fue que Iker se enteró que su tío formaba parte de un cartel que operaba en esa zona, y supo también que los enemigos acérrimos de su tío estaban formado por ex militares, pero “me dijeron que ahí ni me metiera, porque esos vatos son sanguinarios y no tienen piedad de nadie”.
Desde ese día, Iker se ganó la confianza de sus tíos. Le proporcionaban dinero, autos, joyas, droga. El muchacho se acostumbró a andar siempre armado y para un chiquillo de su edad, eso le daba seguridad. Quienes lo pudieron frenar, sus padres, jamás lo hicieron. Así es como, en muchos casos, se forman los delincuentes en México, porque nadie les pone un límite de pequeños.
“Admiraba a mis tíos, quería ser como ellos. Me motivaba el poder, el dinero, las mujeres. Buscaba la atención que tienes al ser parte de la delincuencia. Que dijeran ese güey es bien cabrón”, relata.
Iker ya era un caso perdido. A los 14 años de edad ingresó formalmente al cartel. Los delincuentes lo adiestraron en la sierra de Coahuila. Lo enseñaron a utilizar armas, como los rifles R-15, los AK 47, los famosos cuernos de chivo y los rifles Barret. Los hampones le enseñaron a sobrevivir en el monte e, incluso, a alimentarse con animales silvestres como lagartijas.
Empezó su “trabajo” como “halcón”, cuya función era vigilar y denunciar la presencia de elementos del ejército, de la policía o de grupos armados enemigos, en su zona de influencia. Después, Iker encontró un buen negocio al convertirse en “pollero” y cruzar ilegalmente a mexicanos hacia Estados Unidos, actividad que combinaba con la venta de mariguana en la frontera.
En ese momento, sus padres trataron de rescatarlo para que llevara una vida normal e Iker trató de enderezar su camino, pero ya no le gustó trabajar normalmente y ganar en una tienda 2 mil pesos a la semana. Ya sabía lo que era andar siempre forrado de dinero.
Y se perdió nuevamente. Un primo lo convenció para trabajar como sicario para el mismo cartel que ya conocía. Se fue a otro estado de la República y empezó a asesinar, a secuestrar gente y a colocar mantas en donde advertía a miembros de los carteles enemigos para que abandonaran las plazas en disputa.
“Me daban un sueldo de 15 mil a 20 mil pesos a la quincena. A veces, en Navidad nos daban un carro nuevo. Yo estaba feliz”, narra Iker en su testimonio para Reinserta. Org.
Sus padres de enojaron con él, pero cuando el muchacho empezó a enviar dinero para su casa, sencillamente se callaron la boca. El muchacho consideró que había obtenido el “permiso” de sus progenitores para poder delinquir.
La primera vez que Iker asesinó a una persona, tenía 16 años. Se trataba de un integrante de su mismo grupo delincuencial que había robado dinero. Entre su tío y él lo ataron y lo atormentaron, hasta que terminaron con su decapitación. El cartel ordenó que grabaran en video todo lo ocurrido, como una manera de comprobar lo que habían hecho.
La primera ocasión que cometió un homicidio, Iker vomitó de la impresión. Después de ello consumió cocaína y, según narra, “fue cuando me salió el fuá”. Al cometer un segundo asesinato y luego un tercero y un cuarto, ya no sintió nada.
«No alcancé a ser comandante. Me agarraron cuando tenía 17 años, por posesión de narcóticos. Mi mamá fue la que más sufrió con mi detención. Ella siempre tuvo miedo de que me mataran y sabía que ya nos andaban buscando. Cuando iba a algún lado le avisaba que ya iba pa allá y el día que me agarraron, como no le avisamos, pensó que los solados nos habían matado. A los dos días, en Piedras Negras, supo la verdad”, afirma.
El cartel intentó ayudarlo, le enviaron dinero y abogados para defenderlo, pero no pudo hacer nada, porque no encontraron a un especialista en menores de edad y el muchacho se quedó internado en una institución para menores infractores, pero algunos de sus tíos sí pudieron ser liberados, mientas que otros permanecieron encarcelados.
Ahora, Iker tiene mucho tiempo para reflexionar sobre su vida. “Estoy cumpliendo una medida privativa de tres años. En internamiento juego futbol y me metí a estudiar. Estoy a punto de entrar a la Prepa. Trabajo en la maquila para desaburrirme. Sé que a mi familia la sigue apoyando el cartel con dinero. En este tiempo me he puesto a pensar que estoy aquí porque de niño normalicé mucho todo lo malo, me volví así, malo, soy muy violento e impulsivo. No me arrepiento de hacer lo que hice, pero tampoco lo recomiendo. Ahorita yo ya no puedo salirme, hasta que me metan de nuevo a la cárcel o me maten. Al menos quiero sacarle algún provecho a esto. Me gustaría sacar a mis tíos y seguir en lo mismo, por todo el dinero y el placer, ni modo”.