Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
México es Disneylandia, casi el paraíso
Después de escuchar el mensaje del presidente Andrés Manuel López Obrador en la masiva celebración de su tercer año de gobierno, el país se dividió aún más entre los mexicanos que lo apoyan y todo lo aceptan de él y aquellos que lo critican y tienen dudas si el México que el describe existe en alguna parte.
El presidente habló ante su público para ser aplaudido y elogiado, por una multitud convencida o acarreada, trasladada por micros y autobuses, cuya presencia no pudo ocultarse en las calles. Ocurrió como en las mejores épocas del PRI, en aquellos tiempos de apoyo para el presidente en turno, que se pensaban superados.
López Obrador enumeró todos los logros de su gobierno y fustigó a aquellos que no creen en su palabra. Los supuestos conservadores, los reaccionarios, los neoliberales, los intelectuales orgánicos, los fifís, la prensa que se dice independiente, sus adversarios, los que no quieren reconocer que en tres años México ya es otro. Aparecieron sus logros, expuestos sin comprobación, sólo por su palabra, que es verdad suprema. Igual a la palabra de los ministros de culto. Aquellos que crean serán salvos, los que tengan dudas son los enemigos, se condenarán. “Están con la Cuarta Transformación o en contra de ella”, ha asegurado.
Señaló que la economía crecerá 6 por ciento en este año, pero no dijo que cayó más de 8 por ciento. Es decir, no recuperaremos el terreno perdido por la pandemia. Indicó que se recuperaron los empleos desaparecidos por la crisis sanitaria, pero no mencionó que México no ha podido generar 1.5 millones de trabajos anuales, requeridos para los ciudadanos que anualmente se suman al mercado laboral.
Comentó que los principales delitos van en descenso y que la inseguridad casi es cosas del pasado, el mismo día que un cartel estalló carros bomba y tiró con un vehículo la puerta del penal de Tula, para rescatar a sus cómplices. “Ya no hay matanzas”, afirma, cuando todos los días ocurren y tuvo que enviar al ejército a tratar de rescatar a Zacatecas, gobernado por Morena, de las manos de los cárteles. Más de 70 mil asesinados entre 2019 y 2020, confirman que en nuestro país la violencia sigue.
Destacó el incremento al salario mínimo, situación que efectivamente no se había producido de tal manera, pero que es avasallado por el crecimiento de la inflación que se está produciendo.
Presumió los beneficios de sus obras públicas insignia, como el Aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas y el Corredor del Istmo de Tehuantepec, pero no mencionó el decretazo, por medio del cual ordenó que esos proyectos sean considerados de seguridad nacional y sencillamente no se informe nada sobre su ejecución, en la peor de las opacidades y del ocultamiento de la información, que debía ser pública.
Afirmó que su gobierno acabó con la corrupción en la distribución de recursos por medio de 109 fondos y fideicomisos, pero no aclaró en donde están 68 mil millones de pesos etiquetados a esos organismos, en lo que hasta el momento aparece como un atraco a la vista de todos.
El presidente colocó como un logro de su gobierno las remesas que envían mexicanos del extranjero, cuando en realidad es motivo de vergüenza, porque esos compatriotas tienen que ir a buscar el sustento a otras naciones, porque no hay trabajos suficientes en nuestro país.
Rechazó que el país esté militarizado, pero la realidad lo desmiente. Los militares están en todos los puertos, en todas las aduanas, en todos los aeropuertos, participan en la distribución de medicamentos, realizan labores de seguridad con mediana efectividad, tienen funciones que antes eran impensables en un gobierno civil. Ni el PRI se atrevió a darles tanto poder. En su campaña electoral prometió mandar al ejército a los cuarteles, pero desde luego no cumplió su palabra.
López Obrador se llama demócrata cuando en realidad quiere desaparecer los organismos autónomos, que son garantes de la democracia y cuya independencia del ejecutivo costó muchos años construir, como el Banco de México, el INEGI, el IFAI, el INE, y quiere que todos ellos dependan de su gobierno. Quiere el retorno de una presidencia imperial, al más viejo estilo del PRI, partido en el que nació. Ganó la presidencia gracias a la democracia, pero ahora la democracia le estorba y pretende acotarla o, en el peor de los casos, acabar con ella.
Lo que llama la revolución de las conciencias, en realidad es un mecanismo de manipulación para que incondicionalmente lo apoyen personas que reciben recursos económicos, aunque no tengan idea de que el país se encuentra a la deriva en muchos renglones, como la inseguridad, la generación de empleos mejor pagados, la militarización del país y el mantenimiento de la corrupción en su gobierno.
En cualquier época histórica, especialmente en tiempos de crisis económicas y políticas, como las que ha tenido México, la gente necesita líderes que le den esperanza. A eso se debe el triunfo apabullante de López Obrador en las elecciones y el mantenimiento de su popularidad indiscutible.
Otros líderes populistas han surgido en momentos de oscuridad en muchos países. Hugo Chávez, Daniel Ortega, Sadam Hussein, Idi Amin Dada, Benito Mussolini, aprovecharon la desesperación de sus compatriotas para llegar al poder. Tuvieron una táctica bien definida. Decir que ellos son el pueblo, acusar a un supuesto enemigo como causante de las desventuras de su nación, prometer el combate a la corrupción, dividir a la sociedad, aplastar a quienes no están de acuerdo con ellos, acabar con las instituciones democráticas. López Obrador conoce a fondo esa estrategia y la ejecuta.
AMLO se asume como el único que puede resolver los problemas nacionales. Es como un mesías iluminado. Dice que el pueblo construye lo que llama la Cuarta Transformación, cuando en realidad no es tomado en cuenta más que para ir a mítines o para participar en consultadas manipuladas. Su voz es la única que vale.
Desde la visión de la presidencia imperial que encabeza, México ya es otro por obra y gracia de su gobierno, en sólo tres años. Los mexicanos ya somos felices, felices, felices. Vaya, vivimos en Disneylandia, casi en el paraíso, aunque millones mexicanos no lo notemos.