Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
México salpica sangre y
AMLO voltea la mirada
El sábado 18 de octubre de 2018, el profesor de español y álgebra, Patrick Braxton-Andrew, acudió a una fiesta en un poblado de la sierra tarahumara de Chihuahua. Tuvo la mala fortuna de que en el convivio se encontraba José Noel Portillo Gil, alias “El Chueco”, quien esa noche lo asesinó.
El homicidio del maestro estadounidense, a quien le fascinaba la cultura mexicana y se había ganado el afecto de familias chihuahuenses, generó indignación en todo el país y en la Unión Americana.
En noviembre de ese año, el gobernador de ese estado, Javier Corral Jurado, declaró: “nosotros ya estamos tras El Chueco. Estamos persiguiéndolo para capturarlo a él y a sus cómplices. Va a pagar este asesinato tan cobarde y tan brutal que hizo, paradójicamente, con el que pone fin a su influencia y control en esa zona, porque todos vamos a ir por él”.
El político panista mintió. No cumplió su palabra. “El Chueco” siguió libre, impune y cometiendo homicidios, extorsiones, secuestros. Hasta ayer por la noche, el asesino seguía libre, después de matar a los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, así como al guía de turistas, Pedro Palma Gutiérrez.
En la sierra tarahumara aún recuerdan al profesor Patrick. Consiguió ganarse la confianza de los habitantes de pueblos de la tarahumara, por su manera sencilla de ser.
Al profesor, quien tenía 34 años de edad cuando lo asesinaron, oriundo de Carolina del Norte, Estados Unidos, le gustaba México. Era de carácter agradable, hablaba perfecto español y eso le permitió tener amigos entre la gente de Chihuahua, al grado de que lo invitaban incluso a los convivios familiares.
Era común que Patrick siempre hacía preguntas sobre las costumbres de los chihuahuenses, por su interés académico, pero esa conducta le pareció “sospechosa” a “El Chueco” y sus sicarios, quienes creyeron que se trataba de un elemento encubierto de la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), por sus siglas en inglés.
Sin saber lo que pasaba en realidad, ese sábado de octubre de 2018 el profesor acudió a una fiesta, en un lugar conocido como La Playita, municipio de Urique, llena de malandros, encabezados por “El Chueco”, quienes al calor de las drogas y el alcohol se lo llevaron para asesinarlo y tirar su cuerpo en una barranca, en donde fue encontrado días después.
En la fiesta, Patrick había conversado con “El Chueco”, sin saber que en 2017 el sujeto había atacado la sede de la Agencia Estatal de Investigaciones en el poblado de Urique. Tampoco sabía que ese sujeto, que en 2018 tenía tan sólo 26 años de edad, era culpable del desplazamiento de indígenas de poblaciones, como Mesa de Arturo, Bahuichivo, Cerocahuí y San Rafael, entre otros.
“El Chueco” siguió con sus latrocinios y en octubre de 2018, se le involucró con los homicidios de tres comerciantes originarios de Zacatecas, Javier Muñoz Pérez, Juan Antonio Martínez Parra y Rubén Flores Cisneros, que vendían colchas y edredones entre pobladores de la sierra.
Tampoco sabía que el criminal comanda la célula “Gente Nueva”, adherida a la banda de “Los Salazar”, brazo armado del Cartel de Sinaloa en la tarahumara, ni que es familiar de Servando Meza Osorio, alias “El Servandito”, capo de la zona y primo hermano de Aurelio Portillo Meza, padre de “El Chueco”. Todo ese desconocimiento metió a Patrick en un callejón sin retorno.
Los familiares del estadounidense quedaron desechos por el dolor, pero en las redes sociales destacaron la valía del profesor: “Patrick murió haciendo lo que amaba: viajar y conocer gente. Siempre recordaremos su alegría de vivir”, comentaron.
A pesar de la condena generada por el homicidio del profesor, Javier Corral no aprehendió a “El Chueco” y este siguió cometiendo delitos, desapariciones, secuestros y asesinatos, como el del activista social Cruz Soto Caraveo, en 2019
Soto Caraveo y sus familiares eran víctimas de desplazamiento forzado por grupos delincuenciales dedicados al cultivo de amapola y mariguana en la zona serrana de Chihuahua. El activista, defensor de personas que perdieron sus tierras por el narco, fue secuestrado el 13 de septiembre de ese año y su cuerpo sin vida apareció casi un mes después.
Pero uno de los casos más importantes por los que pudiera ser juzgado “El Chueco”, además del homicidio de los jesuitas y del guía de turistas, es el asesinato de la periodista de Chihuahua, Miroslava Breach, ya que se presume la participación de “Los Salazar” en su muerte.
Esta es la vorágine de violencia cometida por “El Chueco”, que el presidente Andrés Manuel López Obrador condena y asegura que llegara hasta el fondo para que se conozca porque el asesino contó con tanta impunidad, ya que se paseaba como cualquier hijo de vecino en la tarahumara, sin ser molestado por las autoridades.
En contraste, López Obrador se enojó por el señalamiento de monseñor Ramón Castro Castro, secretario de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), quien advirtió que: “Esta realidad de violencia nos golpea. Nuestro México está salpicando sangre de tantos muertos y desaparecidos”.
Le duelen a Castro Castro los homicidios de 27 sacerdotes, incluidos los dos jesuitas, a manos de la delincuencia organizada, desde que empezó la batalla del narco por controlar al país.
A la iglesia católica no sólo le duelen sus sacerdotes, sino los casi 124 mil mexicanos asesinados en lo que va del sexenio de López Obrador, que supera los registros de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto y, por ello, tiene toda la razón en exigir al mandatario que modifique su estrategia de seguridad, la cual muestra un estrepitoso fracaso.
Pero a Andrés Manuel López Obrador no le interesa y voltea la mirada al principal problema nacional, que es la inseguridad, para no verlo, y dice que quienes critiquen su estrategia de “abrazos y no balazos”, son “conservadores” execrables.
López Obrador dice ser creyente en Cristo, hasta donde se sabe, forma parte de la iglesia evangélica. Quizá en algún momento, en la soledad nocturna de su aposento en Palacio Nacional, desde su fe cristiana, recapacite en la sangre de esos casi 124 mil asesinados y que “El Chueco” y muchos como él, siguen sueltos, matando a inocentes, como los jesuitas, el guía de turistas y Patrick. Quizá recapacite.