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Juego de ojos
Migrantes: secuestrados y marcados
Primer caso: Raúl es un peruano que salió de su país con la esperanza de reunirse con sus familiares en Nueva York. Cruzó el río Bravo y, bajo un programa migratorio, se entregó a las autoridades de Estados Unidos, quienes lo pusieron temporalmente a resguardo de elementos del Instituto Nacional de Migración de México (INM), pero incomprensiblemente fue secuestrado.
El hombre, de 29 años de edad, era solicitante del programa Protocolos de Protección a Migrantes de Estados Unidos (MPP), que determina que los interesados en ser asilados deben esperar en México, en tanto inician sus audiencias en las cortes de la Unión Americana.
El peruano llegó a Laredo, Texas, el 10 de abril de este año y 10 días después funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS por sus siglas en inglés), lo enviaron a Nuevo Laredo, Tamaulipas, de donde tenía que salir para regresar en mayo a la Unión Americana.
Funcionarios de Protección Civil de Tamaulipas llevaron a Raúl y a otros tres migrantes a un albergue local, pero, de manera inesperada, el autobús en donde viajaban fue interceptado por un grupo de desconocidos, quienes los secuestraron.
¿Cómo es que los captores sabían que Raúl y sus compañeros eran personas en tránsito que sólo estarían temporalmente en México? Sólo las autoridades de Migración y de Protección Civil nacionales conocían sus casos.
Normalmente, los aspirantes al MPP son enviados a una ciudad más “segura”, como Monterrey, pero Raúl y sus otros dos acompañantes, cuyos nombres no fueron revelados, dieron positivo a Coronavirus, por lo cual iban a permanecer en cuarentena en Nuevo Laredo, cuando fueron privados de su libertad.
Los tres plagiados fueron llevados por los secuestradores a una casa de dos pisos, en donde los mantuvieron cautivos al lado de otros 20 migrantes, todos ellos con familiares en Estados Unidos.
Los secuestradores obligaron a sus víctimas a entregar los teléfonos de sus parientes. Los migrantes fueron golpeados y después de cuatro días de castigos, los familiares de Raúl enviaron 6 mil dólares, la mitad de la suma exigida, para que fuera liberado.
Raúl fue abandonado en una parada de camión y le ordenaron que saliera de Nuevo Laredo. El peruano viajó en autobús hacia Monterrey, desde donde se comunicó con autoridades estadounidenses que finalmente lo llevaron a su país. A pesar de la denuncia presentada, las autoridades del INM y de Protección Civil mantuvieron un silencio cómplice, por decir lo menos.
Segundo caso: Everardo es un migrante hondureño que muestra cicatrices en las muñecas, producto de cortes que le hicieron con una navaja narcotraficantes, cuando trató de internarse a Estados Unidos por Tamaulipas.
El centroamericano también se acogió a uno de los programas de asilo de la Unión Americana, que finalmente le permitió salvar la vida. Fue capturado en 2020 en una zona cercana al puerto de Tampico por miembros de un cartel que descubrieron que tenía familiares en el vecino país que podían pagar por su rescate. Fue liberado tras cubrir 5 mil dólares.
Después de que los delincuentes recibieron el dinero del rescate, tomaron una navaja para hacerle cortes en los brazos a Everardo, “contraseña” para que otras células criminales supieran que ya había pagado por su libertad.
En la semana que concluye, el diario Milenio detectó casos similares en Veracruz, en donde migrantes ilegales que quieren ir hacia Estados Unidos son marcados literalmente como el ganado con cortes en los brazos y hasta en la cara, principalmente en la nariz.
En teoría, esas marcas les asegura que no volverán a ser molestados, pero es como hacer un pacto con el diablo, porque las cicatrices los evidencian como personas con familiares que pueden pagar un segundo rescate en dólares, o un tercero o un cuarto. Así de lamentable.
Tercer caso: A fines de 2018, en medios de comunicación de Estados Unidos se denunció que mexicanos y centroamericanos que tramitaban un permiso de asilo en la nación del norte fueron marcados en los brazos con números por organizaciones civiles ligadas a la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, Chihuahua.
La acción levantó la condena de ciudadanos de la zona fronteriza, porque recordó a las marcas que hicieron las tropas de Adolfo Hitler a presos judíos en los campos de concentración.
Representantes de esas organizaciones trataron, con pocos resultados, de explicar que se trataba de un acto aceptado por los migrantes de manera voluntaria, como una manera de llevar un registro, mientras eran recibidos por las autoridades estadounidenses. Vaya modo de llevar un registro que bien se pudo efectuar en una computadora o mínimamente en una hoja de papel.
A la fecha, en otras casas de migrantes de nuestro país se hacen ese tipo de marcas con números en el cuerpo de quienes pretenden pasar del otro lado, sin que autoridades de la Comisión Nacional de Derechos Humanos tome cartas en el asunto.
Los migrantes ilegales mexicanos, latinoamericanos e incluso de Europa y África que se ven obligados a cruzar nuestro país para tratar de internarse en Estados Unidos son sujetos a todo tipo de ultrajes y extorsiones y en muchas ocasiones pierden la vida.
Para los carteles son mercancía humana que tiene un precio en dólares y nada se ha avanzado para detener esta situación por parte de las autoridades mexicanas que, en muchos casos son cómplices de delincuentes que se ensañan con la necesidad de miles de personas que sólo pretenden tener una mejor vida en otro país, fuera de sus hogares. Triste y condenable por donde se quiera ver.