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Libros de ayer y hoy
Huir para vivir
En Tamaulipas hay pueblos en donde de plano la gente sale huyendo, no quieren ser el próximo que sea secuestrado y después que su cuerpo aparezca tirado en un terreno baldío, a pesar de que se pagó el rescate.
En este estado, los demonios sí andan sueltos. Los ciudadanos no confían ni en las policías municipales ni en las estatales ni en el Ejército ni en la Marina. No confían incluso ni en sus propios amigos, porque estos los que acaban ‘poniéndolos’ ante la maña para que los secuestren. Todos desconfían de todos.
La localidad de Padilla se irá convirtiendo paulatinamente en un poblado fantasma. La mayor parte de los hombres de negocios que había ahí de plano huyó y detrás de ellos, también muchos tamaulipecos a los que daban trabajo y se vieron obligados a emigrar al encontrarse sin empleo.
En los últimos años, los delincuentes secuestraron a ganaderos, productores agrícolas y empresarios, de quienes dependía al 100 por ciento la economía de Padilla, poblado ubicado en el centro de Tamaulipas.
Algunas veces, Padilla llegó a tener poco más de 27 mil habitantes, pero el éxodo de sus pobladores ha provocado que cuente con cerca de 20 mil de ellos. Dicho de manera clara, una cuarta parte de su población se fue para no ser asesinada, así de claro, así de duro.
En algunos años, la zona disfrutó de cierta bonanza económica por el desarrollo del sector agropecuario, pero pronto surgieron los secuestros de ganaderos y productores del campo, muchos de los cuales fueron asesinados, no obstante que sus familiares pagaron rescate para que los liberaran.
La codicia de la ‘maña’ no tiene llenadera y se incrementaron los casos de exitosos hombres de negocios que desaparecían para nunca volver.
La incertidumbre provocó que muchos ganaderos huyeran hacia Estados Unidos o que abandonaran Tamaulipas para viajar hacia otras zonas del país, en donde se sentían más protegidos.
A la crisis de seguridad, siguió la crisis económica propiciada por el abandono de muchas actividades que generaban importantes recursos económicos para el pueblo, como la agricultura y la ganadería.
El pánico pudo más en muchos hombres de negocios, que las ganas de mantenerse en su terruño para continuar su trabajo. La inseguridad les dislocó la vida para siempre.
Un punto de referencia para actividades recreativas, como es la cercana presa Vicente Guerrero, se vio de repente abandonada ante el temor de los visitantes de ser víctimas de un secuestro o asalto.
La Vicente Guerrero representa un coto importante de caza y pesca, pero a quienes les gustan estas actividades dejaron de acudir, porque muchos de ellos, en el mejor de los casos, eran asaltados o extorsionados.
En Coahuila, nadie quiere vivir en el pueblo de Allende, desde que entre el 18 y el 20 de marzo de 2011, los Zetas asesinaron, quemaron, degollaron, a más de 300 personas en una de las peores masacres cometidas en México durante la guerra del narco.
En cualquier país este homicidio colectivo indecible hubiera sido suficiente para decretar una intervención masiva de las fuerzas armadas, incluso con apoyo internacional, para castigar a los responsables, pero estamos en México y no pasó nada.
La matanza se debió a una venganza cometida en contra de familiares de un grupo de zetas que huyó hacia Estados Unidos con una cantidad fluctuante de entre cinco millones y 10 millones de dólares procedentes del tráfico de drogas.
Los líderes del cartel lanzaron una amenaza fatal: advirtieron que de no ser devuelto el dinero, asesinarían a las familias y amigos de los ladrones, que vivían en mansiones lujosas construidas en Allende… y lo cumplieron.
Durante tres días, centenas de hombres armados, no sólo asesinaron a hombres, mujeres, niños y ancianos, familiares de sus secuaces que se llevaron el botín, sino que con bulldozers, destruyeron por completo los palacetes, después de saquearlos y quemarlos.
¿En dónde estaba la policía estatal, a cargo del entonces gobernador, Humberto Moreira? ¿En dónde estaban el Ejército y la Marina? Pudieron estar en cualquier lado, menos en ese pueblo que fue destruido durante días sin que nadie lo impidiera. La destrucción se amplió hacia otros sitios, como Piedras Negras, en donde supuestamente se ocultaban algunos de los zetas que robaron el dinero.
Durante días, las fuerzas policiacas recibieron llamadas de auxilio para reportar los homicidios y los incendios desatados por la barbarie de los criminales.
Ninguna autoridad acudió a prestar auxilio a las víctimas, en una actitud cómplice con los delincuentes. Por eso, muchos pobladores que permanecen en Padilla y Allende, quien intentar una nueva vida en otra parte, de plano, ellos quieren huir para vivir.