
De norte a sur
La lamentable recta final de AMLO y su Plan D
En la recta final del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, los problemas nacionales más graves siguen como llagas sobre el lastimado cuerpo nacional.
La violencia se mantiene a tope, con una horrorosa cifra de más de 170 mil homicidios dolosos durante este gobierno, con lo cual se puso a la par del volumen registrado en el gobierno de Enrique Peña Nieto, aunque con casi un año que resta a López Obrador.
El sector salud está muy lejos de estar a la altura de Dinamarca, por más que el presidente mienta todos los días de que estamos a punto de lograr esa meta. La desaparición del Seguro Popular, por medio del cual los beneficiarios sin acceso a una institución, podían incluso hasta favorecerse con operaciones, sin una entidad que realmente lo sustituyera, sólo evidencia el fracaso en esa materia.
Ni que decir del deplorable esquema de compra y distribución de medicamentos, que fue suplido por una entelequia, que supuestamente combatiría la corrupción en ese rubro, pero que únicamente ocasionó que miles de medicinas escasearan o no estuvieran disponibles en el mercado.
¿Y la pobreza? Aún si bien se recuperaron los empleos perdidos por la pandemia de Coronavirus, la mayoría reciben salarios insuficientes y son los que más sufren el embate de la inflación, la mayor en los últimos 22 años.
Sin embargo, el problema ni siquiera está ahí, sino en las comunidades indígenas y aisladas de México que siguen sufriendo una marginación ancestral, que no alcanza a subsanarse con los programas sociales. De acuerdo con el Ceneval, entre 2018 y 2020 el número de pobres creció en 3.8 millones.
Y así se puede hacer una relación interminable de problemas que se mantienen y que no pueden ser encubiertos por la retórica presidencial, pero, a pesar de ello, el presidente de la República está más preocupado en mantener los ataques hacia sus adversarios políticos, que en su trabajo solucionar los problemas del país, que lo han sobre pasado.
Las declaraciones y las acciones de López Obrador están encaminadas, desde luego, a promover a su candidata, Claudia Sheinbaum, en la búsqueda de la presidencia para el 2024. No actúa como primer mandatario, sino como jefe de campaña de Morena.
Para él, la atención de los problemas nacionales no es tan importante como que Morena gane las elecciones presidenciales de 2024. Tiene un evidente temor de que la llamada Cuarta Transformación, no definida por especialista social alguno, más que por él mismo, no rebase este sexenio.
López Obrador ya considera la aplicación del Plan C para golpear al INE, consistente en promover el voto masivo a favor de Morena, para obtener mayoría absoluta en el poder legislativo (66%) y hacer cambios constitucionales para cambiar la naturaleza del Instituto y ponerlo de rodillas ante el Ejecutivo. Lo hace sin el menor recato, porque el presidente debía sacar las manos del proceso y no mantenerse como un promotor de su partido, de manera descarada.
Sin embargo, AMLO sabe que no hay nada seguro en la vida y, por ello, si no prospera el Plan C, aplicaría el Plan D, consistente en movilizaciones sociales, marchas, protestas, bloqueo de calles, en la agitación social, el ADN que trae López Obrador en la sangre, para presionar al INE, para que sepa lo que le espera al país, si en el 2024 no gana Morena. No sabe perder y si los resultados no favorecen a su partido, alegará fraude, aunque este no exista.
A López le gusta ser un agitador social, lo reconoce, sólo que los mexicanos no le pagan para que lo sea, sino para que enfrente los problemas nacionales y los resuelva, para que gobierne para todos y no sólo para una porción de la población. 30 millones que votaron por él, aun cuando mantuvieran su apoyo, no son los 130 millones que son todos los mexicanos.
A pocos meses de que termine su gobierno y a medida que se acerquen las elecciones de 2024 crecerá su papel de agitador social. Ojalá algún día se decida a ser presidente de la República, estadista, la haría mucho bien al país.
Alguna vez escuchaba yo a un experimentado analista político y catedrático universitario reflexionar sobre la figura de Andrés Manuel López Obrador e hizo una definición que considero del todo cierta: “No es un estadista que pretenda construir un México mejor, sino es básicamente un agitador social que obtuvo una ventaja política de la deplorable situación del país por décadas y que le sirvió como gran argumento para obtener el poder”.
Esta es una realidad inobjetable para mí, si me atengo a dos situaciones concretas. Por un lado, los casi nulos resultados del presidente para solucionar los principales problemas nacionales, contrastante con su postura de eterno contrincante de todos los actores que subrayen el fracaso de su gobierno.
Él sólo gobierna para quienes lo aplauden, lo toleran o doblan la cabeza. Por eso ataca a la prensa verdadera, a aquella cuya función es informar, denunciar y formar opinión pública sobre los abusos del poder. Quiere sólo la lisonja y el fácil apoyo de youtuberos que reciben migajas económicas, de esos mezclados con verdaderos periodistas, en sus conferencias mañaneras.
En el sexto año de su mandato, persisten los conflictos nacionales más importantes, que prometió resolver, incluso en seis meses, como es el de la inseguridad, y que, por el contrario, se han agravado.
López Obrador no puede ser un estadista, porque no construye acciones que permitan fortalecer a México, como un país, en donde casi 130 millones de personas puedan crecer, trabajar, soñar, educarse, alimentarse, vivir, en un ambiente de paz y concordia, con condiciones de igualdad para todos.