Visión financiera/Georgina Howard
El martirio de los sacerdotes
Oficiar misa en la sierra de Guerrero y en muchas zonas marginadas del país, representa un riesgo mortal para muchos sacerdotes. Hablar de que la justicia celestial debe imperar primero en la tierra, antes que en el paraíso, puede provocar una sentencia de muerte para los religiosos.
En las comunidades pequeñas guerrerenses, cualquier referencia que no guste a la delincuencia organizada, es detectada de manera inmediata por los ‘marcadores’ o ‘halcones’ de que disponen las bandas del narco, que son sus ojos y oídos que todo lo ven, que todo lo reportan.
Cualquier cita bíblica que hable de la justicia a la que aspiran los mortales, puede desencadenar el enojo de los poderosos que quieren pasar no sólo inadvertidos, sino impunes.
Es precisamente Guerrero una de las entidades en que se ha cometido un mayor número de asesinatos. Tan sólo en enero pasado fueron victimadas 138 personas.
Fue 2017 el año más violento en el país, de cuantos se tenga memoria en las últimas décadas. El año pasado en esa entidad perdieron la vida dos mil 318 personas, una cifra que espanta.
En ocasiones, la óptica de los analistas extranjeros define de manera más realista lo que está sucediendo en nuestro país. Para los mexicanos esta violencia inaudita ya se volvió algo cotidiano, parte del ‘paisaje’ normal en nuestras vidas.
Así, en un artículo relacionado con el tema de la violencia en contra de sacerdotes en México, el diario El País, de España, hace referencia a estos crímenes de la siguiente manera: “En los últimos cinco años han muerto asesinados 21 curas en México. Se trata de una cifra histórica, porque nunca antes habían caído tantos en tan poco tiempo, menos de seis años, lo que dura el mandato de un presidente”.
En un comparativo, esa cifra es mayor a la observada en el gobierno del panista, Felipe Calderón, durante el cual fueron victimados 17 párrocos, una cifra que ya parecía alarmante. En los últimos 12 años, han sido victimados 40 sacerdotes un número nunca registrado antes.
Y en un tono lacónico, pero realista, El País indica: “Se usan los números como si se integrara un parte de guerra: tantos muertos, tantos en tanto tiempo, sacerdotes, periodistas, médicos, abogados. El parte de una guerra que continua y que cada semana deja decenas de hombres y mujeres muertos en el país, adultos y menores de edad, cosidos a balazos, quemados, descuartizados”.
Eso es precisamente lo que vivimos en México una guerra no reconocida oficialmente por el gobierno, pero que a diario arroja cifras de muertos y heridos, de un nivel similar a las de cualquier guerra convencional en el mundo.
La muerte de los sacerdotes Germaín Muñiz García e Iván Añorve Jaimes en Guerrero, a inicios del presente año a manos de delincuentes, provocó que la Fiscalía de Guerrero, Javier Ignacio Olea Peláez, llegara a la salida fácil de criminalizar a los presbíteros, a quienes acusó de tener supuestos nexos con el narco.
Esta manera imprudente de tejer una historia sin pruebas, desató no sólo la condena de la Iglesia Católica, sino de políticos como el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.
Finalmente, las autoridades guerrerenses tuvieron que aceptar que los sacerdotes fueron asesinados mientras se trasladaban en un vehículo por la carretera Taxco-Iguala, por individuos armados que les dispararon desde una camioneta que se les emparejó en su trayectoria.
Los homicidios cometidos en contra de sacerdotes son una muestra inaudita de salvajismo, al igual que aquellos que se cometen en contra de la población civil que no tiene ningún nexo con delincuentes.
Los sacerdotes se han convertido en población vulnerable a los ataques de los grupos armados. No cuentan con guardaespaldas ni con protección alguna, no están armados y son fáciles de ubicar en sus iglesias o en comunidades, muchas de ellas marginadas, a las que acuden a proporcionar su auxilio espiritual.
Algunos grupos de defensa de derechos humanos alertan a las autoridades sobre la necesidad de que se otorguen acciones especiales de protección para sacerdotes, similares a las brindadas a periodistas en determinadas zonas del país. Así, cuando menos los religiosos, que hablan de paz en un país de barbarie, no sentirán que las autoridades y la sociedad los tienen abandonados en esta época de peligro que nos tocó vivir en México.