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Desde el Cuarto de Guerra
Migrantes, no son de ningún lado
Los migrantes centroamericanos ya no pertenecen a ningún lado, ya no son de sus países de origen, porque si regresan allá los pueden matar, pero tampoco se encuentran bien en México ni pueden pasar a Estados Unidos. Como las almas de los niños, que al morir sin pecado, están en el limbo, ellos no están en ningún lado.
Atrapados frente a las mallas del ‘refugio’ en que se encuentran en Tijuana o en la cerca de la línea divisoria con Estados Unidos, ya no van hacia atrás ni para adelante.
Sin embargo, a pesar de la negativa del presidente Donald Trump, de que simplemente no pasarán la línea, ellos mantienen una vaga esperanza de que el ‘sueño americano’ se les convertirá en realidad, aunque por el momento sólo es una pesadilla.
Oscar Cruz, un joven hondureño, de 17 años de edad, se quedó sin cumplir ese sueño que lo movió a dejar su país para hacer un recorrido de miles de kilómetros que finalmente lo llevó a la muerte.
Él, al igual que a otros cuatro compatriotas suyos, han perecido en diversas circunstancias en las caravanas de migrantes de Centroamérica que tratan de ingresar a territorio estadounidense.
Oscar Cruz fue atropellado por un automovilista que lo arrolló cuando el muchacho caminaba sobre la carretera entre Mexicali y Tijuana, sin que, hasta el momento, se haya detenido a la persona que le causó la muerte.
Darwin Donaldo Castro, otro de los hondureños que pensaba viajar a Estados Unidos, fue el que tuvo el fin más trágico de los migrantes. No resistió las presiones personales que le provocaron toda la odisea en la que se vio envuelto en las últimas semanas y decidió suicidarse el sábado pasado en la estación migratoria Siglo XXI.
Absolutamente nadie puede saber cuál será el destino de la mayoría de los migrantes que, en un éxodo de proporciones bíblicas, se ha registrado por buena parte del territorio mexicano.
Al igual que en el sagrado libro, los migrantes ven en Estados Unidos una nueva tierra prometida, a la cual no es nada fácil acceder, tal como sucedió con las tribus hebreas que durante centurias trataron de regresar a patria.
“Les pedimos a los mexicanos que no nos regresen”, claman muchos hondureños, salvadoreños y hasta guatemaltecos que quieren recibir el asilo de Estados Unidos.
Muchos de ellos saben que su regreso a sus países, sería volver al destino catastrófico que los hizo salir.
La mayor parte de ellos abandonó su patria en busca de una mejor condición de vida para ellos y para sus familias.
Atrás dejaron la pobreza, la inseguridad y condiciones de vida deplorables. En México, no les ha ido nada bien, entre grupos que los presionan y los insultan y algunas personas, agrupaciones y hasta gobiernos que les proporcionan comida, agua y un lugar en donde permanecer algún tiempo.
Es evidente que estas caravanas de migrantes se colaron de todo, pues a la par de familias que caminan para encontrar un mejor destino, también se encuentran ‘malandros’ que incluso han realizado robos de poca monta nuestro país.
Algunos otros incluso han consumido estupefacientes y han sido detenidos por autoridades locales, especialmente en Baja California.
El Gobierno mexicano se ha mantenido también en una especie de limbo en el que, presionado por los cuestionamientos internacionales e internos de agrupaciones de derechos humanos, se ha visto obligado a permitir el ingreso de una cifra no determinada de migrantes que, algunos sectores, consideran llega a 10 mil personas.
A regañadientes, el Instituto Mexicano de Migración de la Secretaría de Gobernación se ha hecho de la vista gorda para permitir la entrada de estos afectados por la deplorable situación económica, social y de inseguridad prevaleciente en Centroamérica.
Al Gobierno mexicano no le queda otra más que aceptar la cascada de indocumentados que penetró nuestro país y, para guardar las apariencias, a algunos miles de ellos los ha motivado para que soliciten el asilo de manera formal a nuestro país.
Muchos migrantes han sido transportados en camiones hasta la frontera con Estados Unidos, mientras muchos de ellos arribaron a pie.
Ahí están, con la fuerza que aún les queda, al pie de la valla que marca en donde empieza Estados Unidos. La mayor parte de ellos festejaron estar frente a la cerca, pero después de unas horas de euforia no saben qué hacer ni que poder sobre natural hará que la Unión Americana abra sus fronteras.
Todavía les queda la esperanza de que alguien se apiade de ellos y que se les permita el ingreso al territorio sobre el cual Donad Trump tiene dominio total.
Muchos ciudadanos en Tijuana los apoyan, otros muchos, no los quieren y los insultan. Nadie está a gusto cuando se meten a tu casa sin avisar, consideran los que se quejan.
Algunos tijuanenses recuerdan que ciudadanos de Haití hicieron un mismo intento y como, la mayoría no pudo ingresar a Estados Unidos, pues se quedaron a vivir en Tijuana. Ahora la historia se repite. La Casa Blanca nos rechaza, México no sabe qué hacer con ellos, mientras que los migrantes esperan, sólo esperan.