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Escenario político
Protejamos a nuestras mujeres
No fue suficiente su edad avanzada para que evitara ser abusada. “Si yo que tengo 71 años, fui violada ¿que pueden esperar las mujeres jóvenes?”, su grito desgarraba a quienes la escuchaban. Estaba en la explanada del Zócalo de la Ciudad de México y a su alrededor mujeres de todas las edades y algunos hombres no pudieron evitar llorar.
La violencia en contra de las mujeres de nuestro país tiene muchas caras. A la anciana, la agresión le fue a tocar a su misma casa en el Estado de México, en el cuerpo de un violador.
“!!No es justo que me haya pasado eso, que me violaran a mí, que soy una anciana!!”, decía.
Así hablaba esa mujer, ante la multitud que apenas iniciado febrero, el día 2 para ser más exactos, en la mera festividad de la Candelaria, había salido a las calles del Centro de la Ciudad de México para gritar su coraje en contra de los feminicidios que en nuestro país se han vuelto una plaga irrefrenable.
El de la septuagenaria, fue el testimonio de una de las mujeres que lograron salir con vida de un episodio de violencia y que dejan constancia de los abusos de que fueron víctimas en cada marcha, en cada protesta.
También estaban los reclamos de los familiares de aquellas mujeres que corrieron una suerte diferente, de las que ya no pueden contar lo que les sucedió.
“¡¡Si se lo hacen a una, de lo hacen a todas!!”, gritaba la mujer madura.
La violencia es una ola que todo lo arrasa. Laura Angélica tenía apenas 17 años y su vida fue cortada, cuando apenas comenzaba. Estaba embarazada y fue asesinada por su novio.
La chica se había embarazado de su pareja, de nombre Jesús, de 23 años edad, quien estaba punto más que molesto por el embarazo no planeado de la chica.
“¡¡Hazte cargo de tu hijo!!”, fue la frase que le tiró a la cara la pequeña Laura Angélica al hombre y que causó en él una sobre reacción que finalmente le costó la vida a la chiquilla. El hombre la degolló.
En Aguascalientes, amigos y familiares organizaron este jueves una marcha, en la que pidieron todo el peso de la ley sobre Jesús, quien afortunadamente fue detenido y vinculado a proceso penal.
Pero, la aprehensión del sujeto, es uno de los casos excepcionales en que se encarcela a un hombre involucrado en un caso de violencia en contra de una mujer.
En 97 por ciento de los casos, los responsables no son detenidos nunca y los casos de agresión quedan impunes. Eso lo saben los hombres violentos y eso explica tantos casos de agresión en prácticamente todo el país.
Dentro de esa tipología de impunidad, se ubica el caso de Daniela, quien desapareció en Tlalnepantla, Estado de México, después de que había salido de su domicilio a una tienda cercana. Apenas fue el 24 de febrero cuando su madre ya no supo de ella. Un día antes había cumplido 15 años.
Otro caso es el de Betzy Rodríguez, había estudiado una maestría en Ciencias Políticas, tenía 29 años y un futuro profesional promisorio.
Una noche de octubre del año pasado, Betzy se dirigía a una estética cercana a su hogar, en Ciudad Renacimiento, municipio de Acapulco, Guerrero, cuando se escuchó el tableteo de los ‘cuernos de chivo’.
Los vecinos que fueron sorprendidos por el tiroteo cruzado entre bandas de maleantes corrieron a sus domicilios, cerraron las puertas, los locales comerciales bajaron sus cortinas.
Betzy fue alcanzada por varios impactos de balas de alto calibre y fue recogida mal herida por sus familiares. Su juventud no fue suficiente para salvarle la vida. Su asesinato sigue sin castigo.
¿Qué está pasando en el país para que la impunidad prevalezca?
¿Qué sucede en el entramado social para que la violencia en contra de las mujeres se convierta en algo ‘normal’ y desde hace muchos años forme parte del paisaje urbano?
¿Qué debemos hacer como país para que México sea el país seguro que hace muchos años fue, en dónde se respeten los derechos de todos, especialmente de los grupos vulnerables, niños, ancianos, discapacitados, mujeres?
México está en una etapa de trasformación política que debe servir para que haya un cambio profundo en materia de seguridad. Lamentablemente, no hay nada claro, confiemos que la esperanza no se haya perdido del todo.