El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
19 de septiembre, día cero
Murieron amando. “Vaya por el lado de Tlalpan, porque se cayó un hotel y la gente que ahí estaba se quedó atrapada. Ni cuenta se dieron que temblaba”, me dijo el muchacho, nervioso, alterado, con una mirada que buscaba una explicación a la devastación de ese 19 de septiembre.
Así como lo había relatado aquella persona, en el esqueleto de lo que había sido ese lugar de hospedaje, ya sin paredes ni ventanales, se podían ver los cuerpos sin vida de hombres y mujeres sobre las camas. Muchos de ellos, viajeros que se trasladarían por la mañana a la Central de Autobuses del Sur, instante que ya nuca llegó.
Otros más, visitantes de ocasión, huéspedes de una sola noche, amantes momentáneos, consumidos no por sus ímpetu amorosos, sino por la fuerza de la tierra que no los perdonó esa mañana septembrina de 1985.
“De plano esas parejitas murieron amando”, dice en voz alta un curioso, mientras observa las siluetas de esos cuerpos en los restos de las camas, cobijados por toneladas de concreto. “Hotel Finisterre”. Afuera, la calzada de Tlalpan no es la misma, desapareció el río de autos y el ruido del trajín de vehículos.
Ahora son los gritos desesperados de hombres y mujeres que no se conocen entre sí, que azorados tratan de hacer algo para ayudar a quienes están dentro del hotel, ahora es el estruendo de las sirenas de las ambulancias.
Es inútil, sin ventanales, se ve claramente lo que quedó de aquellos cuerpos. No se ve movimiento alguno, ningún quejido, sólo el silencio. Nadie está vivo.
Atrás del hotel Finisterre, decenas de padres de familia gritan. Tratan de entrar al colegio, sólo algunos lo logran. Adentro es el infierno. Sobre los cuerpos de niñas y adolescentes, las sábanas de las religiosas, propietarias del Instituto Cultural Teresiano. Pequeñas de kinder a preparatoria atrapadas. Toneladas de cemento y varilla sobre ellas.
La pequeña hija de Javier Mendieta va de la mano de su padre, caminan sin rumbo. “Tocayo se cayó la escuela de mi hija” “¿Una barda se cayó?”, preguntó. “No tocayo, la escuela y hay niñas adentro”.
No lo creía hasta que lo vi. El corazón se me hizo chiquito.
“Ahora vaya a varias calles de la escuela, a la calle de América, sí aquí, en la misma colonia Parque San Andrés”, me dicen.
Ahí, una decena de autos aplastados por lo que fue un edificio y adentro sus habitantes. ¿Vivos, muertos, heridos?
Escombros, gritos pidiendo una ambulancia, preguntas sin respuesta ¿quién nos ayuda a entrar, quién?
Y en medio de aquel montón de fierros y cemento derretido ¿una garra, una manos?, dedos mal dibujados, polvorosos, temblorosos, queriendo escapar de aquel mar blanquecino, no es espuma, es cal y yeso.
Y detrás de esa mano, el hombre, golpeado, sangrando, señalando “mire esa es mi casa, ese es mi coche”. Sólo hay escombros y él no se da cuenta.
Otra vez 19 de septiembre, pero de 2017. “En el Colegio Rébsamen murieron muchos niños, vaya”.
“Mi hijo, Blas, estudiaba en ese colegio”, dice Rossana. “Pudo ayudar a muchos amiguitos y se salvó él mismo. Dios debe tener algún plan grande para él”.
Ahora es 19 de septiembre, pero de 2019. Ya no tembló. Nadie murió, nadie sufrió.
Sí murió, se llamaba Miguel, tenía 55 años de edad, vivía en Puebla, eran las 10 de la mañana, cuando escuchó la alarma. Quizá no sabía que era un simulacro para recordar los terremotos de 1985 y de 2017 y sufrió un ataque cardíaco. El día cero lo alcanzó.