Frente a la guerra/Felipe de J. Monroy
Banorte, cueva de ladrones
El cuentahabiente sale del banco con total tranquilidad, se dirige a su auto, lo enciende, arranca. A 50 metros percibe pequeños brinquitos en su llanta, no hace mucho caso: “debe ser el pavimento que no está parejo”, piensa.
El problema se vuelve a repetir, pero se da cuenta que en realidad no hay irregularidad alguna que explique esos movimientos. Sigue acelerando.
A los 100 metros de que salió del banco ese movimiento se vuelve más fuerte y después es incontrolable “ya nos poncharon la llanta”, dice en voz alta. Su acompañante le dice que, si se orilla a la acera, podrá checar de que neumático se trata.
“¡¡No!!”, responde el conductor “¡¡nos acaban de picar la llanta en el estacionamiento del Banorte y vienen sobre nosotros para asaltarnos, habla al 911!!”.
La sospecha del conductor se confirma. Atrás de él vienen dos autos: un Audi, color plata y un Honda, blanco. Se inicia la persecución.
El conductor trata de eludir como puede los autos que se atraviesan en ese intenso tránsito de las 4 de la tarde. Voltea por el retrovisor y observa a tres individuos en cada uno de los autos, que tratan de alcanzarlo, sin conseguirlo.
“¡¡¿En dónde nos metemos!!?” “!!¿En dónde!?”, “En Ciudad Universitaria, ahí hay vigilantes” responde su acompañante. “Buena idea”, asiente el conductor.
El trayecto de Av. Universidad, entre Miguel Ángel de Quevedo y Eje 10 se hace eterno, y al dar vuelta sobre esta última rúa, se incorpora a su lado una motocicleta con un tripulante a bordo.
El conductor espera lo peor, pero el motociclista no puede hacer nada ante la velocidad que lleva.
En cuestión de segundos, el conductor recuerda la actitud sospechosa de varios “cuentahabientes”, alguno de ellos haciendo uso de su teléfono celular, lo cual está supuestamente prohibido en las instituciones bancarias.
Pero no sólo eso, recuerda que el cajero que lo atendió, en un momento, determinado, salió de su puesto de trabajo y caminó rumbo al estacionamiento, en donde casi a la hora del cierre de la sucursal casi no había vehículos ¿a qué fue el cajero al estacionamiento?
Los pensamientos brincan rápidamente en la cabeza del conductor-cuentahabiente. Él sabe de la colusión entre empleados de los bancos, en este caso Banorte, y el hampa.
Atrás siguen los vehículos detrás de él.
Las puertas de Ciudad Universitaria, por la parte de avenida Universidad, se abren como dos bocas salvadoras.
El auto entra y el conductor explica a los vigilantes de la Universidad Nacional Autónoma de México lo sucedido, pero no sabe si los ocupantes de los autos que lo persiguen están al acecho.
Arriba al lugar una patrulla de la Secretaría de Protección Ciudadana de la Ciudad de México, que finalmente lo escolta a su domicilio, pero “eso sí, vamos con la pistola desenfundada, por si estos tipos están escondidos y nos quieren sorprender, nosotros los repelemos y ustedes se dan a la fuga, pase lo que pase”, comenta uno de los patrulleros.
Al vulcanizar la llanta, sale de su interior un pequeño tubito de metal.
El truco es muy sencillo, sólo basta con que los hampones pinchen la llanta con un pequeño “popote” metálico para que el neumático pierda todo el aire, no en el instante, sino cuadras más adelante y puedan asaltar con total impunidad.
Este mecanismo delincuencial crece en la Ciudad de México, especialmente en instituciones bancarias como Banorte, con la aparente colaboración de empleados que se encuentran coludidos.
La diferencia entre ser asaltado o no, radica en que la víctima se dé cuenta que está a punto de ser atracado y pueda huir a tiempo para salvar quizá la vida. Lamentablemente esto pasa todos los días, sin que haya autoridad o instituciones que puedan frenarlo.
La prevalencia de estos casos en instituciones, como Banorte, crece, es un cáncer que se extiende. Lejanos quedaron los años en que por lo menos había un policía cuidando el interior de una sucursal, de hecho, ese fue el origen de la Policía Bancaria e Industrial. Ahora parece que la Asociación de Bancos de México y las instituciones, como Banorte, hubieran cedido ante la delincuencia.
En la actualidad, meterse a una institución bancaria, como sucede con las de Banorte, es jugarse el pellejo, absurdo, surrealista, pero real, es como meterse a la boca del lobo. No se sabe cuántos de los “cuentahabientes” son en realidad asaltantes, ni cuantos de sus empleados están coludidos ¿o si lo sabe Banorte y no hace nada?