Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Los niños de la guerra
A Francisco, lo coptó el narco desde que era adolescente, primero como un “halcón” que delatara cualquier movimiento extraño en un pueblo localizado en el triángulo dorado, entre los estados de Durango, Chihuahua y Sinaloa. Con el tiempo, de vigilante se convirtió en uno de los sicarios estrellas.
Al muchachito, pertenecer a una banda lo sacó del abandono, de los golpes recibidos por su padrastro alcohólico, de una madre que no sabía protegerlo, pero lo lanzó al mundo del hampa, en donde encontró un falso refugio.
Francisco halló en el clan del narcotráfico un sentido de pertenencia, que no tenía en la que fuera su familia. Como “halcón”, el muchacho sentía que pertenecía a algo más grande que él.
Años después, cuando Francisco se convirtió en sicario y recibió un arma y la encomienda de asesinar o, de ser asesinado si se negaba, por primera vez se sintió importante.
Ahora tenía la potestad de que una vida dependiera de él, ¿cómo no iba a ser importante? Impunidad, dinero y poder sin límites, a los 18 años. El mundo ahora era de él, como siempre lo soñó cuando se fue de su casa a los 11 años.
Sentía que podía hacer lo que quisiera, a la edad en la que comúnmente los jóvenes no saben que les depara la vida.
Sin embargo, sus sueños no prosperaron. Su cuerpo quedó tendido en el suelo, en un enfrentamiento con una banda rival, en el triángulo dorado, en donde los anhelos de los sicarios comúnmente pronto se convierten en pesadillas.
En Guerrero, recientemente se dio a conocer el caso de un poblado, en la que a partir de los 8 años de edad, se recluta a niños para ser policías comunitarios. A los 11 o 12 años, los pubertos forman parte de las fuerzas reales que defienden a los guerrerenses ante la delincuencia.
Los más chiquillos reciben armas de madera simuladas, pero a partir de la pubertad reciben por lo general una carabina y ya están dispuestos a enfrentarse con maleantes de la peor calaña, como es el grupo de Los Ardillos.
En Michoacán, un muchacho de 14 años, conocido como Kika, tomó relevancia en días pasados, como unautodefensa, como un cazador de caballeros Templarios, en la zona en donde este grupo criminal mantiene su hegemonía.
Kika no quiere asesinar, pero se encontró con circunstancias que lo llevan a enfrentarse con criminales. Defenderse, matar o morir, no hay otros caminos… por ahora.
Los políticos toman todas las banderas para su lucimiento y, sin importar sus colores, representantes de diversos partidos han condenado la participación de los niños en hechos de violencia, ya sea uno u otro lado.
Es la guerra y las circunstancias que les tocó vivir, la realidad que los rodea. No pidieron ser sicarios o autodefensas.
Son niños, pero no juegan y muchos de ellos tampoco van a la escuela. En cambio, conocen el manejo de las armas y son entrenados para disparar en contra de quienes identifican como enemigos, al grado de asesinarlos, si es preciso.
Alfonso Durazo se rasgó las vestiduras y condenó a las policías comunitarias que entregan armas a menores de edad y los entrenan para realizar tareas de seguridad, mientras que la Policía Comunitaria de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC-PC), de Guerrero, justificaron que la decisión de su policía comunitaria derivó del abandono por parte del Estado a los habitantes de las comunidades.
Por años, el Estado abandonó una de las principales tareas que debe cumplir: brindar una adecuada seguridad pública para sus ciudadanos.
Oficialmente, México no es considerado como un país en guerra, pero la realidad revela que en algunas hay zonas de combate intenso desde hace años, en donde existen niños soldados perfectamente adiestrados para el combate, para matar o morir.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) calcula la existencia de 300,000 niños y niñas soldados en el mundo. Esta cifra es tan sólo una aproximación, pero no da certeza sobre la cantidad real de chicos y chicas en las filas de ejércitos y grupos armados de lugares recónditos.
El problema en México es alarmante, cada vez hay más niños sicarios y autodefensas, que en lugar de jugar, se matan entre sí.