Día del Maestro/Suemi Rodríguez Romo
El silencio de los inocentes
La chica que acababa de ser asaltada tenía dos alternativas: o denunciaba el delito, lo que representaba quizá enfrentar la venganza de los atracadores, en caso de que estos fueran detenidos o mejor informaba que sus cosas se habían ‘extraviado’.
Ante la posibilidad de una represalia de los hampones, la chica aceptó que en el acta especial levantada ante el MP quedara asentado que su dinero y otros objetos de valor que le robaron a mano armada, se ‘extraviaron’. Situación que ocurre diariamente en todo el país. El temor es mayor que el afán de justicia
El pasado miércoles 2 de mayo, ‘María’ llegó con un amigo al filo de las 20:00 horas al café Ruta de la Seda, ubicado en la calle de Prolongación Ayuntamiento, número 110, esquina Avenida Miguel Ángel de Quevedo.
Su idea era platicar un rato, conversar, pasar un momento agradable en aquella cafetería del Barrio de La Conchita, cercana al primer cuadro coyoacanense.
Había en el lugar no más de 10 clientes, la mayor parte de ellos jóvenes, y entre cinco o seis meseros. En una mesa cercana, ‘María’, quien así se identifica para evitar represalias de delincuentes, observó la imagen simpática de una chica que celebraba su cumpleaños en compañía de dos muchachos y dos amigas.
Eran las 21:24 horas. La chica cumpleañera tenía frente a sí, un pequeño pastel con una vela. Todos reían festejando a la muchacha.
Sin que nadie se percatara de lo que iba a ocurrir, llegaron al sitio, dos hombres y dos mujeres. Permanecieron breves minutos afuera de la cafetería, en la calle, para cubrirse con chamarras y gorras.
Al lugar entraron un hombre y una mujer, mientras otro hombre permaneció en la entrada del establecimiento y la segunda mujer se quedó en la calle. Todos ellos con edades aproximadas de entre 35 y 40 años de edad. Los que ingresaron actuaron al principio, sin aspavientos, como si fueran clientes.
De esta manera, comenzaron la rapiña, se dirigieron con una chica y le arrebataron una computadora, MacBook. La muchacha forcejeó unos instantes con un individuo gordo, de aproximadamente 35 años edad, vestido con pantalón de mezclilla, camiseta de manga larga, blanca con bandas en los brazos de color azul celeste, un chaleco negro, y una gorra azul claro del equipo de béisbol Yankees de Nueva York.
La chica no pudo evitar que el sujeto le quitara la computadora y un celular. El desconocido le robó objetos de valor a otra chica y forcejeó con ella por una mochila, que la muchacha no le daba, porque en ella iba un cuaderno escolar. El sujeto tomó entonces un cuchillo que se encontraba sobre la mesa y amenazó a la chica y a su acompañante.
Desde la puerta del establecimiento, el sujeto que se había quedado ahí se levantó su camiseta y mostró pistola que llevaba en la cintura. Gritó a los comensales que se tiraran al suelo. Ante la amenaza, ‘María’ tomó un iPad que traía consigo para esconderlo debajo de la barra del café.
Eran las 21:33 cuando los delincuentes abandonaron el lugar. Habían pasado no más de 10 minutos, tiempo suficiente para que la banda se llevara dinero en efectivo, tarjetas de crédito, credenciales, bolsas, mochilas y una computadora portátil.
“Se llevaron mis cosas”, se lamentaba con llanto una de las chicas atracadas. Mientras ‘María’ permanecía sobre el piso, aun cuando su amigo le dijo que ya se habían marcado los asaltantes. Por el temor no se podía mover, se sentía protegida en el piso.
Quince minutos después del atraco, aproximadamente, llegaron dos patrullas con cuatro policías preventivos a bordo y empezaron a recabar información de lo ocurrido.
Entre asustadas e indignadas, las chicas que habían sido víctimas del atraco se dirigieron a la agencia del Ministerio Público, número 32, ubicada en Tecualiapan y Moctezuma, colonia Romero de Terreros, para denunciar los delitos que se habían cometido en su contra. Eran las 22.30 horas aproximadamente.
A los padres de ‘Renata’ la chica que cumplía años, una agente del Ministerio Público que las atendió, les señaló que tenían dos opciones: la primera, denunciar el asalto o levantar un acta especial, en donde sólo se mencionaría que su dinero y demás objetos de valor, se habían simplemente perdido.
Denunciar el asalto a mano armada hubiera significado abrir una carpeta de investigación, lo cual implicaba la presencia de la víctima para ratificar su demanda y posteriormente su presencia para un posible careo con los presuntos ladrones, en caso de que estos fueron detenidos.
El tiempo que invertiría en ello y el temor a ser víctima de una venganza por parte de los hampones que se llevaron documentos que la identificaban, la hizo desistir de denunciar lo que realmente ocurrió y no le quedó otra opción que informar que sus cosas se habían ‘extraviado’.
Cuando ‘Renata’, aún asustada, y sus padres salieron de la agencia del MP, se encontraron con un cartel en donde se señalaba que la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México está del lado de las víctimas para que reciban una correcta atención psicológica e incluso el resarcimiento del daño, en caso de ser víctimas de un delito. Ese cartel parecía mala broma para un momento tan estresante.
El temor hacia una represalia fue más grande que la aplicación de la justicia. Se mantiene el silencio entendible, que sujeta como rehenes a las víctimas después de un atraco, porque saben que los asaltantes salen rápido de la cárcel en caso de ser detenidos. El silencio sigue siendo el más poderoso aliado de la delincuencia.