Descomplicado
Migrantes, moneda en el aire
Abimael García, ciudadano de El Salvador, de 22 años de edad, está en el peor de los mundos. Se encuentra en la frontera norte de México, casi sin dinero para regresar a su país y con la imposibilidad de pasar a Estados Unidos, porque no tiene documentos que le permitan hacerlo.
Del otro lado, en Phoenix, Arizona, lo espera su hermano Alberto, con quien espera reunirse pronto y que se acabe el suplicio que lo llevó a trasladarse tantos kilómetros a través de Centroamérica y México. Abimael es uno de los cientos de miles de centroamericanos que confían en un cambio de gobierno de Estados Unidos, y haya menos restricciones para los migrantes.
Con el presidente estadounidense, Donald Trump, se endureció la política para quienes tratan de ingresar de otros países a la Unión Americana, aun cuando demuestren violaciones a sus derechos en sus respectivas naciones.
El salvadoreño espera que el posible triunfo del candidato presidencial demócrata, Joe Biden, signifique un cambio en la política de la Casa Blanca hacia los migrantes, pero el resultado definitivo de las elecciones en Estados Unidos es una moneda que está en el aire y con ello también el destino de los migrantes centroamericanos y mexicanos.
Abimael no puede regresar a su hogar en San Salvador, porque una de las pandillas de la Mara Salvatrucha le puso precio a su cabeza. Si es repatriado su vida corre peligro y en algún momento puede aparecer muerto en cualquier callejón. Así de grave es su situación personal.
Aunque podría optar por quedarse en México, sabe que en nuestro país puede caer en manos del hampa organizada y persiste en su objetivo de llegar a Estados Unidos.
“En México, mientras nos trasladábamos para acá, nos asaltaron dos veces a varios salvadoreños. Afortunadamente no tuvieron tiempo de quitarnos todo lo que traíamos, pudimos correr y huir. ¿Para que me quedó aquí, que está igual de peligroso que en El Salvador?, mejor lucho para pasarme a Estados Unidos”, señala.
Abimael permanece en Nogales, Sonora, hasta encontrar el momento adecuado para ser enganchado por un “pollero” que lo pueda pasar para el otro lado. Apenas tiene el dinero justo que le cobrarán para meterlo ilegalmente en Estados Unidos y sus ahorros se van acabando poco a poco.
Los migrantes centroamericanos ya no pertenecen a ningún lado, ya no son de sus países de origen, porque si regresan, a muchos de ellos los mata el hambre o el hampa. No se encuentran bien en México, ni pueden pasar a Estados Unidos. Como las almas de los niños, que al morir sin pecado, están en el limbo, ellos no están en ningún lado.
Otros, atrapados frente a las mallas del “refugio” en que se encuentran en Tijuana o en la cerca de la línea divisoria con Estados Unidos, ya no van hacia atrás ni para adelante.
A pesar de la negativa del presidente Donald Trump, de que simplemente no pasarán la línea, ellos mantienen una vaga esperanza de que el “sueño americano” se les convertirá en realidad, aunque por el momento sólo es una pesadilla.
Oscar Cruz, un joven hondureño, de 17 años de edad, se quedó sin cumplir ese sueño que lo movió a dejar su país para hacer un recorrido de miles de kilómetros que finalmente lo llevó a la muerte.
El muchacho fue atropellado por un automovilista que lo arrolló cuando el muchacho caminaba sobre la carretera entre Mexicali y Tijuana, sin que se detuviera a la persona que los arrolló.
Absolutamente nadie puede saber cuál será el destino de la mayoría de los migrantes que, en un éxodo de proporciones bíblicas, se ha registrado por buena parte del territorio mexicano.
Al igual que en el sagrado libro, los migrantes ven en Estados Unidos una nueva tierra prometida, a la cual no es nada fácil acceder, tal como sucedió con las tribus hebreas que durante centurias trataron de regresar a su patria.
“Les pedimos a los mexicanos que no nos regresen”, claman muchos hondureños, salvadoreños y hasta guatemaltecos que quieren recibir el asilo de Estados Unidos.
Muchos de ellos saben que el regreso a sus países, sería volver al destino catastrófico que los hizo salir.
La mayor parte de ellos abandonó su patria en busca de una mejor condición de vida para ellos y sus familias.
Atrás dejaron la pobreza, la inseguridad y condiciones de vida deplorables. En México, no les ha ido nada bien, entre grupos que los presionan y los insultan, mientras existen algunas personas, agrupaciones y hasta gobiernos que les proporcionan comida, agua y un lugar en donde permanecer algún tiempo.
Es evidente que en estas caravanas de migrantes se colaron de todo, pues a la par de familias que caminan para encontrar un mejor destino, también se encuentran “malandros” que incluso han realizado robos de poca monta en nuestro país.
El Gobierno mexicano se ha mantenido también en una especie de limbo en el que, presionado por los cuestionamientos internacionales e internos de agrupaciones de derechos humanos, se ha visto obligado a permitir el ingreso de una cifra no determinada de migrantes.
A regañadientes, el Instituto Mexicano de Migración de la Secretaría de Gobernación se ha hecho de la vista gorda para permitir la entrada de estos afectados por la deplorable situación económica, social y de inseguridad prevaleciente en Centroamérica.
Al Gobierno mexicano no le queda otra más que aceptar la cascada de indocumentados que penetró nuestro país y, para guardar las apariencias, a algunos miles de ellos los ha motivado para que soliciten el asilo de manera formal en nuestro país.
En tanto, Donald Trump se ufana de la excelente “cooperación” del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para mantener a 27 mil guardas nacionales en la frontera con Estados Unidos y evitar que crucen migrantes ilegales. El gobierno de la Cuarta Transformación haciendo el trabajo sucio a la Casa Blanca.
Algunos tijuanenses recuerdan que ciudadanos de Haití hicieron el intento de pasar a Estados Unidos, pero como la mayoría no pudo lograrlo, se quedaron a vivir en Tijuana. Ahora la historia se repite. La Casa Blanca los rechaza, México no sabe qué hacer con ellos, mientras que los migrantes esperan, sólo esperan.