
El predial talón de Aquiles municipal
Políticos, depredadores del deporte mexicano
Noé Hernández Valentín provenía de una familia muy humilde de Chimalhuacán, estado de México. En ocasiones, no tenía dinero ni para comer, mucho menos para pagar los gastos de transporte e ir a entrenar al Comité Olímpico Mexicano, de Lomas de Sotelo; entonces, debía caminar ese enorme trayecto de su casa al COM. Sus ansias de triunfo fueron mayores que el cansancio y con constancia logró ganar la medalla de plata en marcha en los Juegos Olímpicos de Sydney, Australia, en el 2000.
Después de ser medallista olímpico, se le abrieron las puertas en todas partes. El entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo, lo recibió a él junto con los otros cinco deportistas que habían obtenido una presea en Australia: Soraya Jiménez, Fernando Platas, Christian Bejarano, Víctor Estrada y Joel Sánchez. Empresas privadas le plantearon apoyarlos con patrocinios.
La vida empezaba a sonreírle al ex albañil, que en su modesto y mal pagado trabajo había encontrado una manera de poder pagar en parte los gastos que le requería su agotador entrenamiento deportivo.
Los especialistas señalan que, por intereses económicos, los jueces siempre han calificado de manera rigorista a los andarines mexicanos, los que por décadas han destacado y eso le pasó precisamente a Noé, quien en el Mundial de Atletismo de Edmonton 2001, fue descalificado ya rumbo a la meta.
En los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, cuando pensaba ganar el oro para México, nuevamente fue descalificado. Lloró amargamente. En el Mundial de Atletismo de ese mismo año en París, ocupó la cuarta plaza con su mejor marca personal.
Por el desgaste de sus músculos y articulaciones, empezó a presentar lesiones, a tal punto que no pudo asistir al Campeonato Mundial de Atletismo de Helsinki, en 2006: tenía destrozada la rodilla por el esfuerzo de tantos años y debía ser operado.
Pidió ayuda para costear la operación, pero todos le cerraron las puertas, el Comité Olímpico Mexicano (COM), la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), la Presidencia de la República y hasta la Asociación de Medallistas Olímpicos Mexicanos, de la cual formaba parte y recibía una miserable mensualidad de 4 mil pesos mensuales. Su fama ya no les servía para nada.
El apoyo no vino de México, sino del extranjero, concretamente de Polonia, país con una larga tradición en la caminata. Noé fue operado en esa nación y permaneció ahí en recuperación por un año. Posteriormente retornó a México, en donde pudo mantenerse como entrenador de jóvenes deportistas en su natal municipio hasta que fue designado encargado de Deporte del PRI en el estado de México.
Un hecho hasta el momento no aclarado acabó con la vida de Noé: el 30 de diciembre de 2012, cuando se encontraba en un bar en Los Reyes-La Paz, estado de México, fue baleado con varios amigos, después de una discusión con desconocidos, un proyectil le dio en la cabeza, le colocaron 7 placas de titanio en el cráneo. Durante varios días luchó por su vida, perdió la vista de unos de sus ojos. “Prefiero morir antes de quedar ciego”, confesó a alguno de sus amigos. Finalmente, el 17 de enero de 2013, cuando parecía que se recuperaba, un paro cardiaco le quitó la vida.
Los vividores del deporte
El deporte olímpico nacional lo hacen los hombres y mujeres esforzados, como Noé Hernández Valentín, quien no permitió que la pobreza le quitara el sueño de ganar una medalla olímpica. Cuando Noé lo necesitó, ningún organismo oficial le tendió la mano. Como el caso de él se cuentan por cientos o miles.
Deportistas cómo Noé que tienen que luchar no sólo contra sus deplorables condiciones de vida, sino contra políticos que se han convertido en verdaderos vividores del deporte. Ese es el caso claro de Alfredo Castillo, presidente de la Conade, quien no tiene una idea del deporte en México. Político mexiquense, muy cercano al presidente Peña Nieto, Castillo ha sido siempre generador de escándalos, su poca claridad para transparentar el fondo del asesinato de la niña Paulette y sus turbias maniobras en la “pacificación” de Michoacán, son ejemplos claros de su quehacer opaco como funcionario.
Castillo culpa directamente a los presidentes de las federaciones deportivas (aglutinadas en la Confederación Deportiva Mexicana –Codeme-), de no conformar una delegación exitosa para los Juegos Olímpicos de Río. Acusó a los jueces de actuar en contra de los clavadistas mexicanos participantes en la justa deportiva, como una medida de represalía ante la negativa de México de pagar 15 millones de dólares a la Federación Internacional de Natación (FINA) por no realizar el mundial de ese deporte en nuestro país.
Lo que ha no ha podido explicar es si se justifica la presencia de 15 personas que lo acompañan, entre ellas Jaqueline Tostado, su pareja sentimental que, de acuerdo a las palabras de Castillo, costea de su peculio personal ese viaje a Brasil.
La novia de Castillo vestía el uniforme de la delegación mexicana, de los verdaderos deportistas, que desfilaron en la inauguración de la Olimpiada. «Veníamos como una pareja que viene a representar a México, y es más, nos dijeron siéntense donde haya lugar. Nosotros teníamos uniformes que no le habían quedado a los atletas, la propia marca nos había dado uniformes para que en su momento representáramos la unión. Deberían de ver con quién se sienta Padilla (presidente del COM) y los presidentes de las federaciones. Que yo esté con una persona creo que no les afecta», dijo Castillo a los periodistas.
“Una pareja que viene a representar a México”, ¿representar en qué?, me pregunto. “Representáramos la unión”, ¿unión de qué?, me vuelvo a preguntar.
Alfredo Castillo es el peor ejemplo de un funcionario “todólogo” que sabe de grillas, pero no de deporte y además utiliza el presupuesto para hacer un viaje más turístico que de trabajo. ¿Se justificaba la presencia de él y de sus 15 acompañantes en Río?, yo opino que no.
Se hubiera justificado más su actuación, cuando más de 100 niños de Tamaulipas que participaron en la Olimpiada Juvenil 2016 que se realizó en Mazatlán, Sinaloa, en junio pasado, tuvieron que dormir en el suelo de un hotel de ese puerto, porque a la Conade, que encabeza Castillo, se le “olvidó” pagar el hospedaje de los muchachos.
Castillo dice que no se le puede culpar de la mala preparación de los atletas mexicanos y en eso tiene razón. El desastre que se ve en la Olimpiada de Río no es sino otra faceta del desastre que vive nuestro país en todos los ámbitos, pero de lo que sí se le puede responsabilizar es de no pagar los gastos que debe sufragar, por un lado y, por el otro, de despilfarrar el presupuesto en acompañantes que de nada sirven.
La falta de apoyo económico de los organismos deportivos la vivió un atleta del tamaño de Noé Hernández Valentín. Ya no queremos que haya más casos como el suyo. El país no necesita de funcionarios de esa calaña.