Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
La falta de independencia económica
En Oaxaca, el trabajo de jornalero agrícola se le acabó a Álvaro Santiago y él fue convencido por algunos de sus paisanos para engancharse en una travesía hasta el lejano Valle de San Quintín, Baja California, para tratar de encontrar trabajo de “pizcador” en alguno de los campos de hortalizas, en donde encontraría una remuneración raquítica, pero que al menos le permitiría tener dinero para mal comer.
Cuando lo despidieron de la fábrica en la ciudad de México, a Hilario Armenta no le quedó otra más que pensar en cruzar nuevamente el río Bravo para regresar a Estados Unidos, de donde había sido deportado hace 10 años y a donde juró no regresar. Sin embargo, pensó, “es peor morirse de hambre en el país”.
Hilario y Álvaro son apenas dos ejemplos de millones de trabajadores mexicanos, que se encuentran en una precaria situación. Este jueves se cumplió el 206 aniversario del inicio de la Guerra de Independencia. Somos un país soberano desde hace más de dos centurias, pero millones de mexicanos siguen viviendo en condiciones semejantes a las existentes en la época del virreinato.
Álvaro se fue lejos de su familia a buscar un nuevo horizonte hasta tierras bajacalifornianas en 2015, pero sólo encontró un exiguo pago económico a cambio de largas jornadas de trabajo en uno de los campos del Valle de San Quintín, calificado por algunos historiadores, como una zona similar al Valle Nacional de la zona oaxaqueña, especie de campo de concentración en donde se explotaba la mano de obra indígena, existente en tiempos de Don Porfirio Díaz.
El trabajador de Oaxaca se contrató en un campo de hortalizas, en donde trabajaba jornadas hasta de 15 horas, a cambio de un salario de 110 pesos diarios en 2015, totalmente desproporcionado con la labor a que se dedicaba.
En base a argucias legaloides, los abogados de la firma agrícola con la que se contrató lograron que él aceptara que en ese pago raquítico estuvieran incluidas prestaciones, como el aguinaldo, vacaciones y un “bono de productividad”. Al aceptar todo ello, Álvaro estaba renunciando a tener algún día vacaciones o a su compensación decembrina, porque sus patrones ya le estaban pagando todo esto en su salario diario.
Lo tomaba o lo dejaba, no había alternativa ni posibilidad de negociar un mayor pago, porque sabía que sobraban en ese momento trabajadores que a diario llegaban de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Michoacán a contratarse en alguno de los extensos campos agrícolas de Baja California y que si no hallaban acomodo en esas tierras, pues emigraban lo más rápido que podían al agro de Sinaloa o Sonora. La desigualdad del Norte y del Sur del país vivida a diario en los estómagos de todos ellos.
Así, Álvaro estuvo trabajando durante todo el año hasta que, finalmente, agotado por las duras jornadas laborales, finalmente enfermó de neumonía y tuvo que ser llevado de Baja California de regreso a su natal Oaxaca. A la fecha, no ha vuelto a retornar a la península del noroeste, pero tampoco tiene empleo en su estado natal. El peor de los mundos.
Las deplorables condiciones en que se encuentran muchos trabajadores mexicanos, como los que laboran en fincas agrícolas de los estados de Sonora, Sinaloa y Baja California ha propiciado que México se ubique en el lugar número 18 en el ranking mundial de personas en condición de esclavitud de un total de 116 países, de acuerdo a lo definido en un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sobre el tema.
Apenas, hace unas horas, los mexicanos festejamos con la llamada noche de El Grito, un año más del inicio de la Guerra de Independencia, que entre sus principales proclamas, ubicaba a la desaparición de la esclavitud como principal objetivo.
La Red de Jornaleros Agrícolas señala que la explotación de jornaleros alcanza a dos millones de personas que trabajan en campos o fincas de Sinaloa, Sonora, Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Guanajuato, Zacatecas, Jalisco, Nayarit, Colima, San Luis Potosí, Querétaro, Veracruz, Morelos, Hidalgo, Michoacán, Estado de México y Chiapas
Un dato lamentable es que 44 por ciento de las familias en las que está presente el trabajo infantil se realiza por indígenas, de manera que la migración supone para ellos un cambio radical en sus costumbres, cultura e idioma.
Cifras del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan refieren que las condiciones de hacinamiento en las que viven estos trabajadores ha provocado que de 2007 a marzo de 2015 al menos 40 niños hayan muerto en campos agrícolas ya sea por accidentes de trabajo, picaduras de insectos, desnutrición o falta de atención médica.
CRUZAR EL BRAVO O MORIRSE DE HAMBRE
El obrero Hilario Armenta ya era viejo conocido del Servicio de Migración de Estados Unidos, cuando en 2006 fue deportado después de una redada realizada en la ciudad de Chicago, Illinois. Tenía 6 años de laborar en un taller, cuando los agentes de la “migra” lo descubrieron junto a otro grupo de mexicanos que laboraba ilegalmente en Estados Unidos.
“Hasta acá arriba no es común que llegue la migra, ellos andan más abajo, por eso muchos paisanos prefieren venirse hasta acá cerca de Canadá para que no los agarren”, le había comentado uno de los obreros de origen mexicano, como él, que conoció en Chicago.
Piensa que esa tarde en que lo descubrieron no había tenido suerte. Desde que se fue, siempre extrañó el idioma, la comida y, principalmente, a su familia.
Cuando fue deportado hacia México, el juró que encontraría trabajo en nuestro país, para ya nunca volver a Estados Unidos y así fue, halló empleo en otro taller de costura, su especialidad. Diez años laboró en su estado natal sin problema, pero la empresa para la que trabajaba quebró.
Buscó por todos lados, pero no pudo emplearse nuevamente. La idea de cruzar el Río Bravo volvió a surgir en su cabeza. Prefería eso a que su esposa, él y sus cuatro hijos, se murieran de hambre.
Juntó nuevamente el dinero exigido por el pollero que lo cruzó por el estado de Arizona y dice que quiere llegar a Chicago otra vez, porque ahí ya sabe en donde lo pueden emplear. A él la idea de celebrar la independencia de México le parece aberrante. “Muchos mexicanos que tenemos que festejar, si no tenemos lo indispensable ¿de qué somos libres?, comenta ¿dígame de qué”?