Mujeres mexicanas memorables (6)
Trata, oprobio en el Día Internacional de la Mujer
Primera escena: Era el año 2004, la mexicana Karla tenía apenas 12 años cuando conoció al que sería su novio, 10 años mayor que ella. La enamoró rápido con toda clase de regalos y la convenció para irse a vivir con él, pero su vida en tres meses se convirtió en más que un infierno. Ella calcula que fue violada por desconocidos 40 mil 200 veces en los cuatro años posteriores.
Segunda escena: Era 1987 y yo me encontraba en Tokio, Japón. Me resistía a aceptar lo que escuchaba de un profesor experto en temas iberoamericanos, de la Universidad de Sofía, con sede en esa ciudad oriental. Relataba la esclavitud a que eran sujetas las mujeres por la mafia japonesa: “aquí las preferidas por los explotadores son las sudamericanas y las mexicanas, porque las consideran de belleza exótica, hay muchas que jamás regresarán a sus países”.
Tercera escena: Karla Jacinto habla con el Papa Francisco en el Vaticano. Ya es julio de 2015. En ese año tenía 23 años de edad. Quiere que se sepa su caso y encabeza una organización en contra de la trata de mujeres.
Cuarta escena: Es diciembre de 2013 y la colombiana Marcela Loaiza, presenta un libro en la ciudad de Tlaxcala, estado con fuertes raíces de trata de personas, en el que relata cómo pudo escapar de la mafia Yakuza de Japón, que la mantuvo como esclava sexual 18 meses.
La trata de personas es oprobio en el Día Internacional de la Mujer, que recientemente se celebró, ya que de acuerdo a cálculos de la ONU se encuentra como el tercer giro negro más lucrativo en el mundo, sólo superado por el tráfico de drogas y el de armas. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas, las ganancias ilícitas que genera este delito en el mundo oscila entre 32 mil y 36 mil millones de dólares anuales.
El pueblo de los padrotes
Karla Jacinto conoció al que sería su explotador en una de las estaciones de Metro de la ciudad de México. La engañó con regalos y amor falso. La niña se deslumbró por un desconocido que la trataba muy bien y que la convencía con regalos diversos.
El tipo era originario de Zacatelco,Tlaxcala, pueblo cercano a Tenancingo, localidad de no más de 15 mil personas, en donde, por generaciones, muchos jóvenes se dedican a enamorar falsamente a niñas, adolescente y jóvenes, con la finalidad de prostituirlas.
A Tenancingo lo conocen como “el pueblo de los padrotes”. Muchas son las autoridades que saben sobre las actividades ilícitas de muchos de sus moradores, pero no hacen nada para combatirlo y prevenirlo. En la complicidad más supina, se llega a ver al delito de trata cometido por los proxenetas, como una “¡¡¡costumbre!!!” local.
El hombre la llevó a Guadalajara, en donde la obligó a prostituirse por primera vez. Cuando ella se negaba, era golpeada salvajemente por el sujeto. La explotación de su cuerpo empezaba a las 10 de la mañana y acababa a veces hasta la media noche.
No tenía nadie que la defendiera. Había ocasiones en que hasta 30 hombres abusaban de su pequeño cuerpo. Eso era todos los días de la semana, sin descanso. Como una manera de no ser detectado por autoridades, por tratarse de una menor, el padrote se mudaba con frecuencia con Karla a otra ciudad.
Conoció hoteles de paso, moteles, casas de cita, departamentos clandestinos, cuartuchos, en donde era obligada por el sujeto. Como producto de una de esas relaciones, la pequeña Karla quedó embarazada. Ya no sólo ella la esclava, también su hija se convirtió en rehén del tipo. Cuando Karla se negaba a recibir a algún hombre, el proxeneta la amenazaba con quitarle a su hija para siempre. Así la doblegó con mayor fuerza.
En uno de aquellos traslados de lugar, Karla fue llevada una casa de citas en la Ciudad de México y ocurrió un milagro providencial. El lugar fue cateado por autoridades policiacas en respuesta a una denuncia. Karla Jacinta y su hija, por fin, estaban libres. Ella tenía apenas 16 años. Habían pasado cuatro años desde que inició su martirio.
Karla fue canalizada al grupo United Against Human Trafficking (Comisión Unidos contra la Trata), donde fue remitida después de ser rescatada y a la organización Road to Home (Fundación Camino a Casa), en Estados Unidos, en donde con tratamiento psicológico se recuperó de su amarga experiencia.
Su necesidad de advertirles a otras chicas para que no cayeran en manos de explotadores, la hizo llegar incluso al Congreso de Estados Unidos, lo que le sirvió de escaparate para poder hablar en el Vaticano mismo en una audiencia pública del Papa Francisco. “No deben dejarse engañar por nadie”, repitió de manera insistente.
La temible Yakuza
Una oferta de trabajo hizo que la chica colombiana, Marcela Loaiza, de 21 años de edad, viajara de Bogotá a Tokio, con la idea de forjarse un futuro económico promisorio, pues pensaba que había conseguido un buen trabajo.
Los “enganchadores” japoneses le habían ofrecido ganar mucho dinero, en el área de relaciones públicas y modelaje. Marcela tenía una pequeña a la que tenía que mantener en Colombia y pensaba enviar la mayor parte de su sueldo a su familia para el cuidado de la pequeña.
Todo era mentira. Sus esbirros le hicieron un préstamo inicial de 500 dólares para que ella pudiera tener dinero en Japón, pero con el tiempo la obligaron a tener relaciones sexuales, con todas las modalidades que se puedan imaginar.
A cambio de ello, le pagaban, pero a cuenta de préstamo, ya que le cobraban casi a precio de oro la comida, la habitación en donde mal dormía, la ropa que debía usar con sus “clientes” y los traslados que se hacían para venderla en diferentes sitios.
Eso ya no era un negocio, más que para sus explotadores. De una deuda inicial de 500 dólares, con el tiempo ella llegó a deberles a la fuerza más de 47 mil dólares. En esa trampa, ella era forzada a prostituirse para pagar su deuda que, por supuesto, era impagable.
En una ocasión, uno de los hombres que requirió sus servicios sexuales la escuchó y, en complicidad con una amiga de ambos, la ayudó para escapar del lugar en donde estaba encerrada hacia la embajada de Colombia en Tokio, en donde fue ayudada y repatriada a su país. Había pasado año y medio de esa amarga experiencia.
Rehizo su vida, a tal grado que fundó una ONG que lleva su nombre, dedicada a prevenir la explotación sexual y escribió dos libros de mucho éxito “Atrapada por la Mafia Yakuza” y “Lo que Fui y lo que Soy”, en los que relata su cruda experiencia.
Esa lejana tarde de 1987, cuando yo me encontraba en Japón y escuchaba a un profesor colombiano de la Universidad de Sofía, con sede en Tokio, acerca de cómo La Yakuza, la segunda mafia más fuerte del planeta, después de la rusa, realizaba sus procedimientos de “enganchamiento” de mujeres latinoamericanas con promesas de trabajo falsas, pensé que algún día eso acabaría con el perfeccionamiento de las acciones policiacas a nivel internacional. Creí que era cuestión de tiempo. Estaba equivocado.
Poco ha cambiado el panorama, lamentablemente. Los grandes intereses económicos que genera la trata de personas con finalidad sexual se ha incluso incrementado. Los casos de Karla y Marcela lo confirman. La complicidad de autoridades en todo el mundo es uno de los grandes obstáculos para que se mantenga este salvaje delito, pero no es sólo eso, también contribuye en gran medida la demanda de servicios sexuales de mujeres que se encuentran presas en muchas partes del mundo. Ya es tiempo de que este infierno acabe para ellas. Denunciar la trata es una manera de lograrlo.