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Libros de ayer y hoy
Son víctimas, no mártires
“Lo que sucedió en la noche se queda en la noche”, fueron las palabras de amenaza del sacerdote Carlos López Valdéz al pequeño Chuchito, quien a sus 11 años no entendía en su frágil infancia por qué había sido abusado sexualmente por aquel hombre al que consideraba un santo.
Así empezó una vida de infierno para el niño Jesús, que se prolongó durante cinco terribles años, en los que el pequeño se sintió culpable de lo que estaba sucediendo.
¿En la actualidad, cómo explicarle al ya adulto Jesús, que para la Conferencia del Episcopado Mexicano él es un mártir para la iglesia católica y no una víctima?
Chuchito había sido formado en un hogar católico, en el que sus padres le enseñaron que si existía alguna persona con la cual se debía tener confianza y hasta veneración, era un sacerdote.
En el caso del niño se conjugaron todos los elementos que abrieron las puertas para el abuso del mal llamado “representante de Cristo”. Su padre trabajaba demasiado y su figura era casi ausente, mientras que su madre pasaba largas horas en la iglesia pidiendo ayuda divina para la difícil situación económica en que se encontraba la familia.
La relación continua con el sacerdote Carlos López Valdéz permitió que este se ganara la confianza de la señora a tal grado que ella vio en el párroco a la persona ideal para la formación moral del pequeño, quien se convirtió en monaguillo y algún día podría ser sacerdote.
La ingenua madre del menor, por no llamarle estúpida, como años después se lo dijeron en su cara sus familiares, prácticamente entregó al niño en manos de un desconocido.
No sabía la madre de Chuchito que en realidad no depositaba a su hijo con un ángel, sino con un diablo con cuerpo de sacerdote.
Así comenzó la interminable cadena de violaciones sexuales en casa del párroco, de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. La situación, que fue dada a conocer por la periodista San Juana Martínez y por la cadena televisora Univisión, hizo evidente el abandono en que se encontraba el menor.
Jesús estaba atrapado entre ser regañado por sus padres por no hablar con la verdad de lo que le pasaba desde el principio, la posibilidad de que no le creyeran por brindarle más confianza a una figura “divina” o el sentimiento de ser el culpable de lo que estaba sucediendo.
Así, arrastrando por esa larga cadena de sentimientos, Chuchito fue entregado para que viviera permanentemente con el sacerdote. Pensaban que él niño tendría con él una fuerte formación religiosa. Qué equivocados estaban.
De este abuso que se repitió desde que Chuchito tenía 11 años y hasta después que cumplió los 16 quedó constancia, como las decenas de fotos con detalles indecibles, que relatan el abuso cometido por el sacerdote López Valdéz.
El abuso se repitió noche tras noche hasta que el chiquillo pudo romper su silencio y relatar con tristeza y culpa lo que le sucedía.
De manera condenable, Chuchito no fue el único menor de edad que fue sometido por los instintos bestiales del sacerdote. Jesús dice que, por lo menos, el conoce de 7 casos más de niños que fueron abusados por ese cura.
Lamentablemente, si así fuera, el número de menores de edad víctimas de López Valdéz es mucho más reducido comparado con otros casos de sacerdotes que son prácticamente depredadores sexuales, como el cura Nicolás Aguilar, quien fue acusado de violar a más de 60 niños.
Aguilar fue cambiado de parroquia cada vez que se descubría uno de sus abusos. La mano de Norberto Rivera Carrera, cabeza de la Arquidiócesis de México, siempre lo llevó cada vez más lejos hasta que lo situó en una parroquia de Los Ángeles, en donde volvió a violar menores.
El caso del cura López Valdéz fue llevado ante la justicia mexicana en 2007, pero nunca sucedió nada. La denuncia prácticamente quedó archivada, como ha sido común, en este tipo de situaciones desde épocas inmemorables. El poder de la jerarquía católica que todo lo corrompe.
Ahora, Jesús, ya joven veinteañero que ve a la distancia el sometimiento de que fue objeto por parte del cura, afirma que López Valdéz destrozó materialmente su vida. De niño, él tenía una fuerte creencia en dios, inculcada por su madre, pero que el cura se encargó de matar con todas sus acciones. En él veía a su verdugo y no a un representante divino.
Mea culpa falsa
De manera ilógica y hasta con visos de complicidad, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), hace unos días hizo público un señalamiento en el que indica que los menores de edad, víctimas de sacerdotes pederastas son “mártires de nuestra época”.
En medio de una jornada de oración, que mereció el encabezado de ocho columnas del diario Milenio, el obispo auxiliar y secretario general de la CEM, Alfonso Miranda Guardiola, dijo que deben cesar los abusos de los curas abusivos.
Si bien esta condena es aceptable, viniendo del interior de la iglesia católica, es lamentable que dé un tratamiento de “mártires” a los menores abusados sexualmente.
El caso de Chuchito, como el de cientos de víctimas de curas pederastas católicos mexicanos quedó en la impunidad. Los niños y niñas que sufrieron este tipo de abusos saben que el infierno existe en realidad, pero no en otra dimensión, sino en esta tierra y es representado por quienes dicen representar a Cristo.
No señor obispo, se equivoca usted, un mártir desde el punto de vista religioso, es aquella persona capaz de dar la vida por defender su fe. Las víctimas de violaciones, son objeto de personas enfermas que abusan precisamente de su buena fe.
No señor obispo, una víctima de violación no da su consentimiento para ser inmolado. Un menor es forzado con engaños y amenazas.
No señor obispo, no quiera minimizar la gravedad de un problema que lastima no sólo a las víctimas y a sus familias, sino a la fe de millones de personas que creen en Cristo, pero que se asquean de ver de qué manera actúan muchísimos de sus representantes en la tierra.
No señor obispo, no bastan las disculpas.