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Contexto
Matar al mensajero
Todos tenían cariño por su trabajo. Les apasionaba a cada momento, lo disfrutaban. Era más que una obligación, un placer. No entendían la vida de manera diferente, sin su libreta, sin su grabadora o sin su cámara. La noticia era el sentido de su vida.
Tanto disfrutaban su labor que la llevaron a las últimas consecuencias. Hasta que la situación irracional que vive México, acabó por destrozarlos, terminó con sus ilusiones, con sus sueños.
Desde el lodazal, de los callejones, de la oscuridad en que se esconden los asesinos que tienen postrado a México, se levantaron las armas homicidas que acabaron con sus vidas.
La mente se tensa, las manos se endurecen frente a las teclas. No es fácil hablar de lo que nos gusta hacer, cuando ese trabajo está enmarcado del dolor de esos colegas que creyeron firmemente en su labor.
La rabia se apodera del que escribe cuando constata que, como el gatopardo, en México se trata de aparentar que las cosas cambian para que nada cambie.
Los asesinatos de periodistas no se paran con discursos. Cada vez vivimos un México más salvaje, peor en todos sentidos, sin ninguna garantía para quienes tienen como trabajo relatar lo que sucede en este país, más hundido y apoderado por la delincuencia y por los políticos que los protegen.
México es un cementerio enorme para cientos de miles de compatriotas que han fallecido víctimas de grupos criminales que actúan protegidos por quienes tienen puestos de poder, desde los cuales medran, desde los cuales se enriquecen.
Las promesas del presidente Enrique Peña Nieto de que se protegerá a periodistas suenan huecas, frágiles ante una realidad que aplasta a los mexicanos todos los días y, en especial, a los periodistas que sólo tienen como arma la razón de sus argumentos.
No se puede asesinar a la verdad, matando a periodistas. Matando al mensajero no se puede evitar que se conozca lo que pasa en nuestro país, el más peligroso del mundo en donde no hay un conflicto armado. Sólo Siria es más riesgoso para los comunicadores, con la salvedad de que en esa nación del Medio Oriente sí hay una guerra declarada desde hace años.
El Gobierno federal está rebasado, no puede garantizar la protección de nadie, menos de los periodistas. Los discursos oficiales no frenan las balas. En México vivimos el imperio del hampa. Los señores de la delincuencia son eso, los señores, quienes mandan y tienen a las autoridades arrinconadas. En otras condiciones, daría pena ver la cara de los funcionarios, desencajadas, temerosas, ante el “monstruo” que se los está comiendo, que está acabando con muchas regiones del país.
Las medidas de protección a periodistas se anunciaron desde el inicio del sexenio de Peña Nieto y se vuelven a anunciar cada vez que asesinan a un periodista. Es la repetición continúa del mismo estribillo que se repite incesantemente, sin que sirva de algo.
En los primeros 100 días de administración, prometía el entonces gobierno bisoño, se verá un cambio radical en el combate al crimen. Promesa incumplida. El hampa tiene al gobierno sujeto por el cuello y en sus narices asesina a periodistas, soldados, marinos, sacerdotes, mujeres, niños, ancianos. Es como el pendenciero del barrio contra el cual no se puede defender el muchachito frágil de la colonia.
Hay entre los periodistas, como entre los ciudadanos un sentido de indefensión total. Nadie podrá defenderte. No confíes, porque ni quien tiene poder, como los políticos, pueden defenderse asimismo, parece ser la premisa para millones de compatriotas.
El combate a la delincuencia en este sexenio fracasó, aún más que el sexenio pasado, porque las bandas de delincuentes se multiplicaron. Cada vez que se mata o encarcela a un líder de un cartel surgen tres cárteles más con otros tantos dirigentes como cabezas.
El enfoque del combate al narcotráfico, por ejemplo, no debe ser sólo policiaco o militarista, sino financiero, educacional y de tratamiento a las adicciones. Eso lo saben las autoridades, pero evidentemente no se modifica la estrategia, porque se acabaría el negocio millonario que representa el crimen organizado para muchos “servidores públicos” (secretarios de estado, militares, policías, marinos, ministerios públicos, jueces y etcéteras). Hampa y funcionarios unidos, teniendo como gran botín a todo el país.
La mente se crispa. La quijada se endurece cuando se habla de 102 periodistas asesinados en México en 14 años, de los cuales 36 de ellos fueron victimados en el sexenio peñista, en el que todo iba a cambiar.
México es un país inseguro, no sólo para los periodistas, sino para todos, ciudadanos y hay que decirlo a los cuatro vientos. No habrá campaña publicitaria de promoción de nuestra nación en el extranjero que suprima esta realidad.
Los periodistas no persiguen delincuentes, sólo son cronistas, mensajeros colectivos, de este México salvaje e injusto que nos ha tocado vivir.
Asesinando al mensajero, no se silencia ni se calla ni se mata la verdad.