Fortaleza digital con el aguinaldo
El linchamiento de El Pepino
A Francisco Gusmán Padilla, alias El Pepino, le gustaba mostrar fotografías en su perfil de Facebook, en donde aparecía armado con una pistola escuadra, con el cartucho recortado y presumía objetos de las víctimas a las que asaltaba. Creció un rumor en las redes sociales, que nadie pudo controlar: el hampón había sido sentenciado y debía morir. Una noche fue prácticamente desecho a golpes y finalmente quemado vivo.
El Pepino había convertido a su perfil de Facebook en prácticamente una vitrina, en la exhibía impunemente sus fechorías. Llamaba la atención lo inexpresivo de su rostro. Actuaba con frialdad. Se trataba de un delincuente que había asolado con sus robos a buena parte del Valle de Tehuacán, en Puebla.
De manera exhibicionista mostraba los atracos que había cometido. Eso le hacía sentir cierto placer insano, pero finalmente mostrar púbicamente lo que hacía fue su perdición. Se puso en la mira de quienes finalmente le cobrarían con su vida los abusos que cometió.
El 2 de mayo, en el muro de Facebook de una agrupación de ciclistas de la zona se leía textualmente: “Compañeros ciclistas y runners… cuidado con esta rata.. Zona de la cantera y zona de ascote”.
La publicación en Internet tuvo una rápida y amplia difusión en Internet y llegó a muchos de los pobladores de Tehuacán y sus alrededores que ya habían sido atracados por el delincuente.
El 22 de mayo a las 21:57, “El Pepino” hizo su la última actualización de su perfil en su cuenta de Facebook. Aparecía vestido con una chamarra de mezclilla, una cachucha negra y portando su pistola escuadra, a un lado de su cara, casi acariciando sus mejillas. El ladón gustaba de vestir casi siempre gorras y en ocasiones usaba lentes oscuros para no ser reconocido por sus víctimas. Su cinismo fue la gota que derramó el vaso.
Durante la noche del 4 de junio y la madrugada del día 5 empezó a correr un rumor entre muchos habitantes de Tehuacán que se conocían entre sí. Se tejió una red de complicidades en la oscuridad y se llegó a una sentencia ilegal: “El Pepino” debía morir.
Por medio de mensajes de texto a celulares y de la aplicación WhatsApp, una centena de personas, hombres y mujeres, se puso de acuerdo para acorralar a El Pepino hasta su casa. No debía salir vivo. Le iban a hacer sentir el temor que muchos de ellos habían sufrido al ser asaltados.
Con algunos silbatos que los identificaron entre sí, los pobladores, convertidos ahora en verdugos, se acercaron a la vivienda de El Pepino, de la colonia Tehuantepec, la rodearon y, como una marea, derribaron la puerta. Eran cerca de las tres de la madrugada, Gusmán Padilla dormía y prácticamente no alcanzó a percatarse de manera clara de lo que le estaba sucediendo.
Primero recibió un tubazo en la cabeza y después su cuerpo se perdió entre brazos y pies que lo tundían. De los golpes, siguieron machetazos. Finalmente, su cuerpo ya sin vida, fue llevado a media calle y fue rociado con gasolina y convertido en una pira ardiente. Cuando llegaron los primeros policías municipales al lugar, de El Pepino ya sólo quedaba una masa irreconocible que aún se quemaba y de la que se despedía un olor penetrante.
“Mi hijo no le hacía mal a nadie”
Eran pocas las personas que conocían a El Pepino como una persona positiva, una de ellas, era su madre, quien desconsolada por la barbarie que se había cometido en contra de su vástago, clamaba justicia.
Negaba que su hijo fuera el presunto responsable de los atracos difundidos en redes sociales. Mencionaba un punto importante: no había demandas penales presentadas en contra de Gusmán Padilla, con las que se presumiera que fuera un asaltante.
Efectivamente así ocurría, pues horas después de cometido el linchamiento que arrebató la vida de El Pepino, autoridades municipales informaron que al ahora fallecido, de aproximadamente 27 años de edad, se le había detenido varias veces, como presunto responsable de robo con violencia, pero siempre se le había dejado libre, debido a que en ningún momento se presentó denuncia alguna en su contra.
Las autoridades iniciaron una investigación por homicidio con todas las agravantes cometido en contra de Gusmán Padilla. Seguramente en los próximos días, habrá detenidos.
‘Fuenteovejuna’
El caso de El Pepino es uno más de linchamiento que se produce en el país en contra de una persona acusada de delitos. Es demoledor que sigan apareciendo este tipo de circunstancias, porque revelan la descomposición social en que se encuentra México: por un lado, hampones que no sólo cometen fechorías impunemente, sino que las exhiben en las redes sociales y, por el otro, una muchedumbre que se hace justicia por propia mano ante la inacción o complicidad de las autoridades.
El drama teatral ‘Fuenteovejuna’, del español Lope de Vega, se hace cada vez más cotidiano en México. Como en esa pieza teatral en la que el pueblo de Fuenteovejuna lincha al abusivo comendador, así en nuestro país, cada vez surge con más fuerza la comunidad que se venga de los ladrones, sin que haya proceso legal de por medio.
No es nada positivo que siga el clima de impunidad y corrupción que permite que los ladrones tengan el descaro incluso de presumir lo que hacen en redes sociales, pero tampoco es positivo que existan turbas de personas que vayan en contra de quienes cometen los ilícitos.
La ley es para todos y debe cumplirse y respetarse. Este principio jurídico se ha roto en estos tiempos convulsos que nos ha tocado vivir, debido a que las autoridades en mucha ocasiones son los mejores cómplices de los asaltantes.
El hartazgo social ha propiciado el linchamiento no sólo de algunos verdaderos delincuentes, sino también la muerte de personas inocentes a manos de muchedumbres exaltadas, que los acusan falsamente de cometer delitos.
La justicia debe prevalecer en México o se seguirá escuchando aquella sentencia de la obra de Lope de Vega, del alguacil que trataba de encontrar al responsable de la muerte del comendador corrupto que murió a manos de todo un pueblo que era sojuzgado.
«-¿Quién mató al Comendador?
-Fuenteovejuna, Señor.
-¿Quién es Fuenteovejuna?
-Todo el pueblo, a una».