Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
La delincuencia disfrazada
Primera escena: el periodista camina sobre la plancha del Zócalo de la Ciudad de México. Ha terminado de trabajar y decide dar un paseo para relajar la tensión. No se ha dado cuenta que tres desconocidos lo siguen. Cuchichean entre ellos y lo señalan. Piensan que ya tienen una víctima segura.
Sin imaginar lo que iba a pasar, el periodista camina sobre la avenida Pino Suárez, una de las principales arterias que conectan por un costado de Palacio Nacional, la Suprema Corte de Justicia y el edificio del Gobierno de la Ciudad de México. En esa zona siempre hay vigilancia. Soldados y policías preventivos.
¿Quién no puede sentirse seguro ante tantos elementos de seguridad? El periodista mira despreocupado varios aparadores que hay sobre la zona. Está distraído. En una de las aceras están los hombres con radios. Tres de ellos se apresuran y se ponen frente a él.
Los desconocidos dicen ser policías judiciales y tratan de identificarse con supuestas credenciales que penden de sus cuellos mediante una cadena. No le dan oportunidad al periodista de que en realidad compruebe la autenticidad de los documentos.
Los hombres le indican al periodista que fue captado por una de las cámaras ubicadas en la zona recibiendo enervantes y que deberá acompañarlos porque hay una demanda en su contra por tráfico de drogas. El periodista al principio se asusta, porque sabe que eso no es cierto. Los individuos llaman por sus radios pidiendo la presencia de una patrulla.
El periodista les comenta que si realmente quieren que los acompañe no tiene inconveniente. “Soy inocente de lo que me acusan. Vamos al Ministerio Público y que ahí me digan de que se me acusa”. Camina lo más rápido que puede, sin correr y se topa con un policía preventivo, a quien informa que los desconocidos lo quieren detener.
Intempestivamente llega un auto particular al que suben los tres hombres para huir del lugar. Fin de la historia.
Segunda escena: Tres hombres, a bordo de un auto compacto y una motocicleta arriban a un fraccionamiento de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco. Visten uniformes de trabajo de la Comisión Federal de Electricidad y presentan identificaciones de la misma paraestatal.
Informan que revisarán los medidores de luz de varias casas de la zona. Personal de seguridad del fraccionamiento les permite el ingreso. En unos cuantos minutos están frente al primer hogar.
Los recibe el dueño de la casa-habitación y los deja entrar. Empiezan a robar objetos de valor que se encuentran adentro. Se desata una batalla desigual entre Romualdo Ramírez Sánchez, de 38 años de edad y los supuestos trabajadores de la CFE.
Uno de los intrusos saca de entre sus ropas una pistola 9 milímetros y dispara en contra del dueño de la casa del fraccionamiento Hacienda de las Flores, quien cae mortalmente herido.
Romualdo recibe tres disparos en diversas partes del cuerpo, pero uno de los impactos que reciba en una pierna es el que provoca su muerte. Se desangra en el interior de su domicilio.
Los delincuentes se dan a la fuga en el auto y la motocicleta. Familiares del fallecido que se encontraban cerca del lugar del homicidio escuchan los disparos y acuden a la casa en donde sucedieron los hechos, pero no pueden evitar que los hampones huyan. El personal de seguridad privada que se encuentra en la entrada del fraccionamiento no se percata de lo sucedido y los dejan ir sin mayor problema. Concluye la historia.
Tercera escena: Alberto maneja su auto sobre la avenida Lorenzo Boturini, en la colonia Tránsito, de la Ciudad de México, cuando de una unidad vehicular cercana un hombre le indica que una llanta de su unidad estaba a punto de salirse. No hace caso.
Unos minutos más tarde, se encuentra con una persona que desde una banqueta, aprovecha que la señal de tránsito marca alto, para indicarle que uno de los neumáticos de su auto se estaba ladeando peligrosamente. Empieza a preocuparse.
A metros de distancia, un tercer hombre, le dice que se detenga porque su llanta está a punto de volar fuera del vehículo. Entonces sí le da miedo a que esto sucediera y para su viaje por completo. Al último individuo se le acerca otro. Los dos visten batas de una supuesta agencia automotriz. Le indican que compondrán el desperfecto con un pago de entre cuatro mil o seis mil pesos, pero que para ello tiene que acompañarlos a un taller que ellos tienen cerca.
No hace caso y trata de subirse a su auto. Los dos “mecánicos” le indican que ellos ya habían hecho un diagnóstico a su auto y que por ello les tendrá que pagar 5 mil pesos o tendrá que atenerse a las consecuencias. Providencialmente, pasa una patrulla y Alberto hace una seña a los policías de la unidad para ser auxiliado. Los “mecánicos” huyen.
Semanas más tarde, la policía capitalina anuncia la captura de una banda integrada por cinco peruanos y dos mexicanos que utilizaban disfraces de mecánicos para extorsionar a automovilistas por haber realizado supuestas composturas en sus unidades. Hay víctimas a las que les llegaron a robar hasta 20 mil pesos. Terminación de la historia.
Nadie los para
Este tipo de timos o de robos descarados han aumentado de manera alarmante en 2017 en prácticamente todo el territorio nacional, sin que las autoridades policiacas puedan frenar este tipo de delitos.
Las bandas de delincuentes se disfrazan prácticamente de todo: de policías, de empleados de empresas telefónicas, de técnicos de televisoras por cable, de mecánicos, de empleados municipales, bueno hasta de sacerdotes o religiosas que solicitan dinero para donarlo supuestamente a los pobres.
Cada vez son más sofisticadas y creíbles las bandas de delincuentes. Siempre han existido timadores. La diferencia es que antes este tipo de delincuentes se conformaba con engañar a sus víctimas para obtener dinero y no pasaba de eso. Ahora si no les da resultado el timo, recurren al asalto descarado, al secuestro y muchas veces al homicidio.
Esta es parte de la descomposición social que sufre el país. A los jefes policiacos no les interesa combatir a este tipo de hampa, aparentemente de poca monta, porque para ellos luce más detener a los llamados “objetivos estratégicos”, a los capos, a los peces gordos, es más rentable políticamente para ellos y ahí van los delincuentes disfrazados, mezclados entre el ciudadano normal, muchas veces sin ser atrapados.
Mientras en este país no ocurra un verdadero milagro en materia de seguridad, estimado lector, por lo pronto desconfíe de toda aquella persona que le pida con insistencia entrar a su casa, porque va a darle cualquier servicio, vea con recelo a personas que, sin conocerlo, pretendan entrar en contacto con usted, mientras maneja un vehículo o camina. Cuídese mucho usted mismo. Las autoridades policiacas generalmente no lo hacen bien.