Descomplicado
El fotoperiodista que no olvida el “halconazo”
El 10 de junio de 1971, el fotoperiodista Armando Lenin Salgado Salgado volvió a nacer por enésima ocasión. Había sobrevivido a la guerrilla en Colombia, a los enfrentamientos del movimiento de 1968 y en esa fecha, Jueves de Corpus, con “Los Halcones”, la muerte se pasearía nuevamente enfrente de él, pero sin atreverse a tocarlo.
Su cámara registró durante horas la brutalidad del cuerpo paramilitar que se ensañó en contra de una multitud de estudiantes que realizaban una marcha pacífica. A 45 años de distancia, recuerda “como si ahorita estuviera ocurriendo”, la masacre que en ese entonces le recordó a nuestro país que desde el Palacio Nacional se seguía gobernando con la bayoneta y la cachiporra.
Armando toma aire para relatar esa etapa de su fascinante vida periodística. Del otro lado de la bocina telefónica, su voz se escucha firme, segura, vital para quien se ha recuperado a los 78 años de edad de una crisis de cáncer.
Se le oye relajado en el teléfono, conversando desde el poblado de Pilcaya, Guerrero, desde su Granja Mágica, donde ahora vive, cuando recuerda ese 10 de junio, Jueves de Corpus Christy (del Cuerpo de Cristo), Día de las Mulas, Día en que se desataron los demonios, Día de “Los Halcones”.
El fotoperiodista se convirtió en los “ojos” que dieron testimonio de la existencia de “Los Halcones”, armados con rifles de alto poder y varas de kendo, que le dieron la vuelta al mundo.
Esa tarde fatídica, Armando Lenin Salgado llegó a bordo de su motocicleta a cubrir informativamente la marcha que partiría de instalaciones del Instituto Politécnico Nacional de Santo Tomás y la Normal de Maestros hacia el zócalo. La movilización había sido convocada por estudiantes del IPN y de la UNAM para protestar por la puesta en marcha de una ley orgánica que prácticamente eliminaría la independencia a la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Armando era un fotógrafo “freelance” que vendía su trabajo a las revistas “¿Por qué?” y a la estadounidense “Time-Life”. Para 1971, Armando ya había acumulado una larga experiencia en la cobertura noticiosa de conflictos sociales, mucho en parte por afinidad ideológica.
La voz de Armando se escucha emocionada al recordar ese día. El fotoperiodista acudió a trabajar a la zona. Llevó su moto a un garaje y procedió a hacer las primeras tomas de la marcha. Todo transcurría de manera normal. Aún no se había percatado de la presencia de “Los Halcones” que estaban a bordo de aquellos viejos camiones de color gris, que utilizaba el entonces Departamento del Distrito Federal (DDF) para el traslado de su personal.
Ya con mayor precisión, empezó a percibir sobre avenida San Cosme a tipos muy sospechosos, de miradas raras que parecían cualquier cosa, menos estudiantes.
El fotoperiodista narra que esperaba escuchar el clásico grito estudiantil de “¡Viva el Ché Guevara, cabrones!”, con que muchas veces se iniciaba una marcha estudiantil en aquellos años, cuando inesperadamente empezó a observar como por las calles aledañas salían individuos armados con varas de bambú y cachiporras y empezaron a masacrar estudiantes.
“Los Halcones” golpeaban a todo aquel que se movía, sin importar si era manifestante o periodista. Salgado calcula que eran más de 500 “Halcones” que actuaban libremente sin que la policía capitalina hiciera algo para evitar esa golpiza.
Algunas de las fotografías más impactantes de Armando fueron tomadas en plena calle sobre la Ribera de San Cosme. En ellas se aprecian los golpes propinados con varas por el grupo de choque. Fue mundialmente conocida la gráfica tomada de frente en la que se observa a un paramilitar portar con las dos manos la vara de bambú a tiempo que lanza lo que era su grito de guerra: “¡¡¡Halcones!!!”.
Uno de los primeros en recibir un garrotazo fue el camarógrafo de la NBC, Antonio Halik. Para protegerse, Armando corrió junto con otro periodista Francisco Zúñiga, hacia una vinatería cercana, desde donde podían escuchar los lamentos de los jóvenes golpeados. De ahí corrieron hacia el zaguán de un edificio.
Armando Salgado y su compañero Francisco Zúñiga llegaron hasta el último piso. Desde las alturas tenían un mejor panorama de lo que pasaba. En ese momento, tuvieron que utilizar telefotos para tener los mejores ángulos.
“Nos subimos a la azotea de ese edificio y nos encontramos con un panorama desolador. La marcha ya no existía. Tal parecía que el mundo se había enloquecido y estábamos dentro de una pesadilla”, relata.
Sin embargo, para su mala fortuna, fueron descubiertos por un grupo de “Halcones”, quienes empezaron a dispararles. Zúñiga vio la temeridad de Armando por no dejar de tomar fotografías y le advirtió que debía bajar la cabeza o se la harían estallar de un balazo.
De pronto, se escucharon pisadas cerca de donde ellos se encontraban y, en seguida, golpes y gritos que ordenaban abrir la puerta que resguardaba a los fotoperiodistas: eran “Los Halcones” que habían llegado hasta el último piso de aquel edificio.
Con el instinto de supervivencia trabajando al máximo, Armando y Francisco se lograron descolgar por tubos de desagüe hasta llegar a una cornisa en donde se quedaron sin moverse, casi sin respirar.
Se movieron sigilosamente hasta que se encontraron enfrente de una puerta. Pidieron que por favor la abrieran. De adentro, escucharon una voz que les pidió identificarse. “¡¡¡Somos periodistas!!!”, dijeron los dos con temor. “Si son periodistas pasen sus credenciales bajo la puerta” y lo hicieron. Esa fue la llave que les salvó la vida.
En el interior de esa vivienda, había numerosos estudiantes y periodistas protegiéndose de las balas y los golpes. Muchos de ellos, presentaban heridas en diversas partes del cuerpo y sólo se habían salvado porque lograron escabullirse.
Permanecieron en el lugar varias horas, no recuerdan cuantas. En algunos momentos se escuchaban golpes en la puerta pidiendo que la abrieran, pero quienes se encontraban adentro al pedir que se identificaran aquellas voces anónimas, sólo recibían como respuesta el silencio: eran “Halcones” que fingían ser estudiantes para entrar al lugar y masacrar a quien estuviera ahí.
Ya con la noche sobre la ciudad, cuando ya había pasado lo peor de la tragedia, un ángel en forma de mujer oaxaqueña ya grande de edad, los saco a la calle, como si se tratara de sus hijos (Armando tenía 33 años en aquel entonces). Colocaron las cámaras en una bolsa de pan y los rollos fotográficos en los calcetines.
Armando y Francisco llegan al lugar en donde dejaron la motocicleta y huyeron de la zona hacia el sur de la ciudad. Acababan de escapar del mismo infierno.
En su estudio fotográfico, Armando empezó a revelar sus fotos, cuando alrededor de las 10 de la noche escucho por la televisión al regente capitalino, Alfonso Martínez Domínguez, afirmar que en la Ribera de San Cosme se había producido un enfrentamiento entre estudiantes, en el cual algunos de ellos habían muerto.
Después de un sueño intranquilo, por la mañana acudió a la redacción de la revista “Time-Life”, en donde le pagaron 3 mil pesos por sólo tres fotografías. También vendió algunas a la revista “¿Por qué?”, cuyo director, Mario Menéndez, purgaba en ese entonces una condena en la prisión de Lecumberri, acusado de diversos delitos, a raíz de su participación en el movimiento estudiantil de 1968. Las fotos se publicaron en esta última revista y después, de manera esporádica en medios como la revista Siempre, la mayor parte sin el crédito respectivo para Armando Lenin Salgado Salgado.
LA FORMACIÓN DE “LOS HALCONES”
En vísperas del Mundial de Futbol de 1970, el entonces regente de la ciudad, Alfonso Corona del Rosal, dio instrucciones al coronel Manuel Díaz Escobar Figueroa, de amplia trayectoria militar, para formar un cuerpo especializado, vestido de civil, para que vigilara las instalaciones sensibles del Distrito Federal, como el Sistema de Transporte Colectivo, Metro, que en ese entonces sólo tenía un año de operación.
Cómo después quedó evidenciado públicamente, Escobar Figueroa integró un grupo paramilitar integrado por soldados, expertos no sólo en manejo de armas, sino en artes marciales, en las que se incluía el uso de equipo de agresión, como los nun chakos y las varas de kendo.
El grupo, bautizado como “Los Halcones”, realizó adicionalmente una labor de reclutamiento entre jóvenes de pandillas de diversas colonias conflictivas. Realizaban sus entrenamientos en instalaciones del Departamento del Distrito Federal (DDF), en el más completo de sigilo. El bosque de Aragón era una de las zonas predilectas para su adiestramiento. Sólo habían pasado dos años de la represión del 68.
Con el cambio de gobierno, y la llegada de Luis Echeverría a la presidencia de la República en diciembre de 1970, “Los Halcones” no sólo no desaparecieron, sino que se fortalecieron. El entonces nuevo regente capitalino, Alfonso Martínez Domínguez, años después habría de negar que el manejo del grupo de choque dependiera de él, sino directamente del Gobierno de la República.
DE FOTOPERIODISTA A ASTRÓLOGO
Para Armando Lenin Salgado su pasión por cubrir periodísticamente conflictos sociales, lo llevó a ser torturado por elementos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), encabezada en los años sesentas y setentas por Miguel Nazar Haro.
Apasionado por su trabajo, Armando se puso como objetivo tomar gráficas del guerrillero, Genaro Vázquez Rojas, quien encabezaba un grupo insurgente en la sierra de Guerrero. De hecho, las primeras fotos en donde se dio a conocer el rosto de Vázquez Rojas fueron de su autoría.
Años antes, Armando había viajado a Colombia para cubrir gráficamente el surgimiento de la guerrilla en aquel país. En tiempos de convulsión social, como lo fueron aquellas décadas en México, Salgado fue detenido por agentes de la DFS, ya desaparecida y torturado para encontrar vínculos de él con Vázquez Rojas. A final de cuentas fue puesto en libertad.
Amante del esoterismo, Salgado no ha dejado la fotografía, pero ha encaminado su vida hacia el estudio de la astrología y la práctica del vegetarianismo. “Llevo una vida muy sana, para tratar de vivir lo mejor que se pueda, pero eso sí no dejo de trabajar, porque no puedo dejar de hacerlo a mis 78 años”.
La historia de su vida periodística quedó plasmada en el libro “Una Vida de Guerra”, publicado por una empresa editorial y posteriormente reeditada por la Cámara de Diputados.
“Sabe usted –señala-, el 10 de junio no hubo responsables y siguen pasando matanzas como las de Ayotzinapa, sin que se sepa quién es el verdadero culpable. Este tipo de cosas ya no pueden seguir sucediendo, ya no”.