Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
No pongas la otra mejilla
Primera escena: el 22 agosto de 2013, le volvió el alma al cuerpo al sacerdote, Manuel Pérez Gómez, cuando personas de credo evangélico lo liberaron después de tenerlo 10 horas secuestrado, durante las cuales estuvieron a punto de rociarle gasolina y quemarlo vivo, por el simple hecho de ser católico.
En Chenaló, Chiapas, son históricos los enfrentamientos entre católicos y evangélicos. El sacerdote había acudido a dicha localidad para tratar de mediar en el conflicto y gestionar el regreso de familias católicas que habían sido expulsadas del lugar, de mayoría evangélica. No logró su cometido y fue atado con cuerdas en el interior de una escuela, en donde su vida dependía de que tan enojados se pusieran sus captores.
Meses antes, evangélicos habían despojado de una ermita a católicos y 70 de ellos tuvieron que abandonar Chenaló, después de que dos de ellos fueron atados con sogas y estuvieron a punto de ser linchados.
Segunda escena: el 4 de enero de 2016, nueve familias, con 33 integrantes, que vivían en el municipio de Gabriel Leyva, Chiapas, fueron echados de sus casas por personas que llevaban consigo varas, machetes y pistolas. Sus casas fueron destruidas y la entrada al pueblo vigilada por guardias para impedir su regreso.
¿Cuál fue la causa de este atropello? Los afectados pertenecían a la Iglesia Renovación en Cristo. El hijo de un pastor de esa iglesia fue acusado de homicidio y sometido a proceso, en un ambiente más parecido a un linchamiento político que a un proceso legal, denunciaron miembros de dicha iglesia.
Los afectados se fueron a vivir a las montañas, como una demostración de que la falta de garantías en Chiapas para la libertad de religión es un asunto habitual y los funcionarios de estado solo toman la posición política que favorece a la mayoría, refirieron en su momento los integrantes de esa iglesia.
Estos son sólo ejemplos de la persecución religiosa en contra de quienes profesan alguna rama del cristianismo. Chiapas, en especial, es una entidad de la República Mexicana en que prevalece con más fuerza este tipo de enfrentamientos que en algunos casos ha ocasionado la muerte de creyentes.
En un país, como México, de 130 millones de habitantes, en el cual 120 millones se declaran creyentes de alguna rama del cristianismo, pareciera que no existen persecuciones por motivos religiosos. Nada más alejado de la verdad.
De acuerdo a información del organismo Puertas Abiertas, Sirviendo a los Cristianos Perseguidos, por diversas razones en México son perseguidos alrededor de 12.5 millones de personas que profesan la fe cristiana, algo que puede parecer inverosímil.
El organismo civil, con 60 años de antigüedad y presencia en los cinco continentes, elabora la Lista Mundial de la Persecución (LMP), que representa la radiografía de los ataques emprendidos en contra de personas sólo por profesar su religión.
México ocupa un vergonzoso cuarto lugar mundial en lo referente al grado de violencia ejercido en contra de este tipo de población, en una lista que encabezan Pakistán, Nigeria y Egipto.
La organización reseña de esta manera el problema: “México es uno de los países más violentos del mundo, como resultado de la presencia del crimen organizado. El número de desplazados internos en el país se ha multiplicado casi por 36 en siete años, pasando de solo 8.000 en 2009 a 287.000 en 2015”.
La situación general de la persecución en México es una mezcla de diferentes motores de persecución, que juntos hacen que la vida en la comunidad local sea muy complicada para los cristianos.
México acoge tres de las cuatro categorías de cristianismo en la LMP: comunidades históricas cristianas, comunidades de convertidos al cristianismo e iglesias protestantes no tradicionales.
Todos sufren persecución, pero hay diferencias entre los motores de persecución. La corrupción y crimen organizados afectan a todos los cristianos, pero especialmente a aquellos que participan activamente en la transformación social y, por lo tanto, constituyen una amenaza a los cárteles de drogas y otros grupos criminales.
El motor de persecución del antagonismo étnico se centra principalmente en la situación de aquellos cristianos convertidos de creencias tradicionales indígenas a denominaciones protestantes no tradicionales, pero también se han visto afectados los miembros del movimiento de renovación católica.
La intolerancia secular afecta a todas las comunidades cristianas. Por otro lado, el proteccionismo denominacional afecta a todas las formas no tradicionales de cristianismo.
Para el organismo, la presión es más alta en el ámbito social (presión muy alta) y el ámbito eclesial (presión alta). Combinado con una puntuación extremadamente alta para la violencia, “esto es característico de una situación en la que los grupos criminales aterrorizan a la sociedad a nivel de la comunidad local”.
Yo opino que, a contra pelo del conocido pasaje del evangelio, sin importar su rama, los cristianos mexicanos no deben poner su otra mejilla, si una de ellas es golpeada por quienes los persiguen. Más bien, deben defender los derechos que les pertenecen de acuerdo a la ley.
Ya caminada una parte de siglo 21 permanecen en nuestro país la intolerancia y la persecución de quienes profesan la fe en Cristo, sin importar su rama. Atrás de todo ello, suele haber intereses económicos y hasta políticos, disputas de bienes materiales y de filias partidistas.
La violencia en contra de comunidades religiosas se inserta además en el problema de inseguridad que nos corroe a nivel nacional y evita que los hechos en contra de comunidades religiosas sean incluso prevenidos.
Los hechos violentos ejercidos en contra de mexicanos sólo por el hecho de manifestar una creencia religiosa, es otro expediente pendiente que debe ser resuelto por las autoridades. Lejos están los años de los enfrentamientos armados de la cristiada, pero patentes siguen los odios religiosos, cuya permanencia no le hacen bien a nadie.