Visión Financiera
Cómo cuesta morirse, cuando el alma anda herida
“No le temo a la muerte,
más le temo a la vida,
cómo cuesta morirse,
cuando el alma anda herida…”
Brava y rasposa, como siempre lo fue, suena la voz de El Charro, Francisco Avitia, por las bocinas y baña con su vibración a los sobrevivientes del derrumbe del Multifamiliar de Tlalpan. Ellos evocan a quienes hace apenas un poco más de un mes estaban vivos y en este momento, de manera espiritual, los acompañan. Ahora los que se fueron son recuerdo, son fotos, en medio de ofrendas rodeadas de incienso, flores y veladoras.
Y la voz de Alma América Hermosillo suena emotiva, sus ojos brillan, se vuelven un poco acuosos, cuando rememora los casi 50 años que vivió en el edificio 1 C, y que el 19 de septiembre de 2017 se convirtió en un montón de escombros, en donde bastaron unos cuantos minutos para que quedaran sepultados tantos recuerdos.
Es 2 de noviembre, Día de Muertos, y cerca de donde se derrumbó el multifamiliar, se coloca una ofrenda para recordar a las nueve personas que fallecieron por el terremoto. Los que fueron sus vecinos han organizado desde el día 1 un festival musical para que ellos sepan que no se les ha olvidado.
El vocerrón de El Charro Avitia, con la canción “La Muerte”, se sigue escuchando:
“Se va la muerte cantando
por entre la nopalera
¿en qué quedamos pelona?
¿me llevas o no me llevas?”
Alma América recuerda a su vecina Carmen Cerón, que vivía en el departamento número 46 del mismo edificio 1 C, con quien había platicado unos días posteriores al sismo del 7 de septiembre que hizo sentir temor a los habitantes del multifamiliar.
Habitante en el cuarto piso, su vecina no había salido a la calle cuando se produjo ese terremoto. “Salte Carmen, no te quedes ahí”, le había comentado a su amiga. “Si dios quiere saldré”; le había respondido Carmen. Ella ya no pudo abandonar el inmueble, fue una de las personas que falleció esa terrible jornada.
“Por eso me pega mucho lo que pasó”, dice Alma América. La mente se le llena de recuerdos cuando habla de los años que pasó en su departamento y de la situación en que se encuentran ahora las aproximadamente 500 personas a quienes el terremoto les cambió la vida para siempre.
“Nadie nos hace caso, ninguna autoridad se encarga de nosotros, esa es la verdad, ni siquiera somos acreedores a los recursos del Fonden, porque no estamos en ningún estado, sino en la Ciudad de México”, dice con tono de tristeza y reproche.
Su niñez, su juventud y su vida adulta han estado ligados a ese multifamiliar, a donde llegó a la edad de 5 años. Hoy a los 65 años, recuerda que ella sintió el terremoto de 1957 (aquel en que se cayó El Ángel de la Independencia). Entonces vivía con su mamá y su papá, quien con lo tiempo le dio en herencia el departamento.
Hace 60 años, el Distrito Federal era otro, diferente, con olor a campo sobre la calzada de Tlalpan, de zonas verdes alrededor del multifamiliar que entonces era nuevo, eran días de tranquilidad, de ir a comprar leche fresca al establo que estaba en la vecina colonia Atlántida.
Ahora, Alma América recuerda también a quienes pudieron salvarse de milagro de este terrible terremoto, como Don Juan Arias Rivera, su vecino del departamento 41, a unos cuantos metros de su departamento que era el 47.
El edificio 1 C, el único que se desplomó de los 10 que integran el multifamiliar se fue cayendo piso por piso, Don Juan vio materialmente como se le desmoronaba su departamento. En algún momento se hizo un boquete en un muro, desde el cual el señor pudo arrojar instintivamente a su hija Lizette, de 19 años de edad. Los dos resultaron heridos, pero sobrevivieron al caer sobre los escombros que ya estaban sobre el piso.
Alma América salvó la vida, porque su departamento en el 1 C se estaba remodelando. Ella y su esposo alquilaban otro depa en Xochimilco y pensaban regresar a vivir nuevamente en el multifamiliar, pero afortunadamente el sismo se les adelantó. Las vida les dio otra oportunidad.
La señora camina conmigo por la zona mientras me sigue compartiendo su experiencia y sus recuerdos.
Rememora como de ese departamento, en el que vivió con sus tres hijas, ahora grandes e independientes, todo quedó sepultado. No pudieron rescatar prácticamente nada importante.
Junto con su hija, Francia Gutiérrez Hermosillo, señala que las familias afectadas son también “damnificados de identidad”, porque una parte de lo que perdieron en el lugar fue precisamente su identidad, no sólo representada por documentos oficiales, sino por fotografías y objetos personales que los vinculaban a recuerdos en sus diferentes etapas de sus vidas.
Y en las bocinas que suenan sobre calzada de Tlalpan se escucha la voz de Vicente Fernández:
“Un día estaba tomando
adentro de una cantina
cuando llegó aquella dama
de blanco y muy delgadita
le dije venga conmigo
a tomarse una copita”.
“Les pedimos que no usaran maquinaria, pero no hicieron caso, de repente ya habían metido la mano de chango en los escombros”, dice Francia Gutiérrez Hermosillo. “Nos pusimos enfrente, pero que podíamos hacer cinco o seis mujeres”, lamenta Alma América.
Y ante la necesidad de los afectados para poder rehacer sus vidas, de tener apoyos oficiales para contar de nuevo con una vivienda, simplemente todo se quedó en palabras. “Imagínate que a mis 65 años de edad, cuando voy a poder pagar un crédito de vivienda, en caso de que me lo den”, dice Alma América.
Seguimos caminando por la penumbra de esos 10 edificios vacíos, a donde se les prohibió regresar a sus habitantes. Algunos pudieron acomodarse entre parientes, pero otros no encontraron ese refugio y ahora alrededor de 200 personas viven en carpas colocadas en sitios cercanos, como una cancha de basquetbol, en un centro de desarrollo comunitario y en una casa de cultura.
El descuido de las autoridades de la delegación Coyoacán incluso provocó la muerte de una señora de más de 80 años de edad que sufría diabetes, de quien se propuso fuera trasladada, junto con otras personas, de la escuela Fray Eusebio Francisco Quino, a la Casa de Las Letras, centro cultural, cercano. En ese sitio le prohíbieron a la mujer entrar con una de las pocas pertenencias que ele quedaban, un pequeño perro, todo con la idea de que la señora ya no ingresara y deshacerse así paulatinamente de sobrevivientes. La mujer falleció a causa de complicaciones de su enfermedad.
Porque esa ha sido una estrategia de las autoridades: dividir a los vecinos para que estos no se mantengan unidos para seguir demandando ayuda a la que tienen derecho. Incluso, los han infiltrado con militantes del PRD para que dejen de exigir que fluyan los apoyos ¿En dónde están los millones de dólares de ayuda externa recibida por el Gobierno Federal y que no se ha canalizado a los damnificados?, me pregunto, mientras sigo caminando por la zona.
Puedo percibir en el lugar las carpas en donde aún viven su infortunio las familias afectadas, las que aún tienen sus objetos personales en los departamentos de su propiedad, que ahora están abandonados, a donde las autoridades de la delegación Coyoacán les prohíben entrar, por el temor de que les puedan desplomar.
Están los comedores comunitarios, en donde las autoridades de la delegación que encabeza el perredista, José Valentín Maldonado, les ofrecen comidas escazas y de muy mala calidad. Nada que ver con la abundancia de los alimentos que regalaron durante varios días los ciudadanos que se volcaron después del 19 de septiembre para apoyar a quienes sufrían esa tragedia.
Pero es obvio y claro que la delegación Coyoacán, en particular, y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, de Miguel Ángel Mancera, quieren hacer creer que las cosas están solucionadas, cuando es todo lo contrario. Quienes todo perdieron siguen en la calle, mal viviendo, mal durmiendo, mal comiendo.
Ahí están los edificios a oscuras, en donde peritos del gobierno capitalino se atrevieron a realizar “dictámenes oculares estructurales”, y por medio de las cuales manifestaron que toda la zona estaba bien. ¿Entonces por qué no se les permite entrar a sus hogares a tratar de rescatar algunas cosas?, se preguntan varios vecinos.
“Dictámenes oculares estructurales”, como si los peritos tuvieran vista con rayos equis para ver que daños profundos tienen los edificios sólo con verlos, reflexiono.
Y en esa caminata que termino, escucho la voz de Francia Gutiérrez Hermosillo agradecer la actuación del ballet folklórico de la Escuela de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM, en la Velada del Día de Muertos, que por un momento hizo sentir que no están solos a los vecinos del multifamiliar.
“No hay palabras para poder sanear todo el dolor que ustedes tienen”, afirma una de las dirigentes del ballet a las vecinas sobrevivientes de la tragedia que agradecen con aplausos su actuación.
“Estamos con ustedes. México está de pie”, dicen los muchachos universitarios, gritan un Goya, levantan el puño en alto. Visten trajes regionales y tienen maquillados los rostros de “catrinas”. Abrazan a varias vecinas que no pueden contener las lágrimas, llenas de agradecimiento y de recuerdos.
Y la voz de Vicente Fernández se vuelve a escuchar por las bocinas, entonando la canción “Yo quiero ser tu marido”:
“Le pregunté que tomaba
cerveza o vino del fuerte
me contestó lo que sea
al fin que yo soy la muerte
y no quieras vacilarme
nomás vengo a recogerte”.