El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
No disparen, soy periodista
Ayer, 4 de enero, fue el Día del Periodista, convertida en nuestro país en una de las profesiones más peligrosas. Durante el presente sexenio han sido asesinados 39 comunicadores, cuyos crímenes en su mayoría no han sido aclarados.
Desde la Primera Guerra Mundial, hay registros de que los periodistas que cubrieron la conflagración buscaron protegerse colocando la palabra “Press” (Prensa en inglés) con letras lo más grande que pudieran sobre sus cuerpos, con el fin de no ser confundidos por las fuerzas beligerantes.
Esta escena se repitió durante la Segunda Guerra Mundial y en prácticamente todos los enfrentamientos bélicos posteriores.
En el periodo comprendido entre mediados de los años setentas y ochentas, en las guerras en Centroamérica, la práctica se mantuvo. Así lo viví yo en Nicaragua en 1984. Conseguir un auto para colocarle la palabra “Prensa” sobre los vidrios con grandes letras blancas y de ser posible hasta una bandera del mismo color, era sentir como si se trajera un escudo de acero de protección, aunque a veces eso no fuera más allá de un pensamiento de seguridad que no siempre funcionaba. Lamentablemente, las balas no saben leer.
“No disparen, soy periodista”, era un viejo grito que se repetía en esos años para advertir que en un enfrentamiento había representantes de la prensa, que no tenían nada que ver con las fuerzas contendientes y su tarea sólo era informar de lo que ahí ocurría. Era un llamado de angustia para tratar de conservar la vida.
Ese grito de alerta, que en una guerra puede tener cierto resultado, en el caso de la ola de violencia que afecta al país puede ser incluso hasta un llamado para que el periodista sea identificado y… asesinado.
En muchas regiones del país ser periodista, especialmente si se realiza la cobertura informativa de seguridad pública, se convierte en una actividad altamente peligrosa por la impunidad y corrupción que prevalecen en este México nuestro tan lastimado.
A las mafias de la delincuencia organizada no les conviene la existencia de periodistas que denuncien sus actividades ilícitas que en su mayor parte son protegidas por policías, militares, agentes del ministerio público y jueces que son cómplices en los asesinatos de comunicadores.
Es cada vez más común que entre los asesinatos de periodistas no estén sólo involucradas bandas delincuenciales, sino autoridades que, incluso, llegan a ordenar los homicidios.
En mayo del año pasado, el presidente Enrique Peña Nieto consideró que los asesinatos de periodistas en México ya representan una “profunda herida” y dio a conocer varias medidas para que esos crímenes no queden impunes.
La primera de esas medidas era el fortalecimiento de la estructura del mecanismo asignado para la protección de periodistas y defensores de derechos humanos.
La segunda acción era un esquema nacional de coordinación con las entidades federativas para hacer frente y reducir situaciones de riesgo contra periodistas y defensores.
La tercera medida era fortalecer a la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), a través de medidas como más personal y mejor capacitación de ministerios públicos; establecimiento de mecanismos de contacto y diálogo con la sociedad y el gremio periodístico; revisión e impulso permanente de las investigaciones en proceso; una coordinación transversal entre autoridades locales y federales.
Sin embargo, nada ha cambiado, después de ese discurso han sido asesinados periodistas, porque no basta con emprender acciones, sean las que sean, si se mantienen la corrupción y la impunidad, que alcanzan los niveles más altos en la historia del país y son el caldo en el que se cocinan los crímenes contra periodistas.
Una «celebración rara»
El Día del Periodista es una fecha rara, porque al contrario de otras jornadas en el que los miembros de cualquier gremio festejan, hacen convivios y tienen hasta celebraciones oficiales, el 4 de enero es prácticamente desconocido hasta para los mismos profesionales del periodismo.
Me llama la atención que muchos de mis amigos y colegas ni siquiera sepan que en México existe el 4 de enero como día de celebración para los periodistas. Este día fue instituido al recordarse la muerte de Manuel Caballero, (fallecido en 1926), quien fue periodista y escritor de Jalisco, considerado como el padre del oficio de reportero.
El 7 de junio, Día de la Libertad de Expresión fue festejado durante décadas por el gobierno como si se tratara del Día del Periodista, sobre todo cuando en ese día se instauraron los Premios Nacionales de Periodismo, entregados durante muchos años a aquellos medios de comunicación y comunicadores proclives al halago oficial.
La fuerza de la costumbre hizo que muchos colegas sigan pensando que el Día del Periodista es el 7 de junio, festividad establecida en un inicio por el gobierno mexicano para quedar bien con aquellos periodistas prestos al halago.
Tan evidente era el desprestigio de la premiación a periodistas alentada por el gobierno, que fue él mismo que modificó el esquema para permitir que las designaciones de los galardonados dependiera más de un jurado de periodistas, que de una decisión casi unilateral de las autoridades y a partir de entonces dicha premiación cambió sustancialmente.
Los crímenes de periodistas es ya un estigma que cargará la administración de Enrique Peña Nieto, como lo es también el deshonroso “record” del mayor número de asesinatos registrados durante un sexenio.
La publicación Artículo 19 destaca que Veracruz ha sido el estado más peligroso para el ejercicio del periodismo con un total de 17 periodistas asesinados durante el nefasto gobierno de Javier Duarte, de diciembre de 2010 a noviembre de 2016.
Las estadísticas son demoledoras, frías, no dejan lugar a dudas ni a interpretaciones. La protección a periodistas, compromiso de gobierno, incumplido, que sólo quedó en discurso.