Visión financiera/Georgina Howard
El papa Francisco anunció que el próximo 25 de enero presentará un mensaje para reflexionar –evidentemente desde la fe cristiana– sobre el papel de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana y en la comunicación humana, un tema que ha sido absolutamente avasallador en los últimos dos años.
En recientes meses, ha estallado la proliferación de plataformas y servicios soportados por diferentes diseños de IA que remedian un sinfín de tareas a través de herramientas digitales dialógicas; que proponen modelos generativos y creativos alternos; o que plantean escenarios lógicos, plausibles y precisos a través del análisis predictivo de inmensos volúmenes de datos. Es lógico que desde la moral y ética cristianas exista una urgencia por diseccionar y comprender este fenómeno así como su impacto en la vida humana.
No es la primera vez que desde la Santa Sede se expresa una inquietud en esta materia, el Dicasterio para las Comunicaciones publicó en mayo pasado una audaz reflexión pastoral sobre la vida cotidiana digital contemporánea. En ella, la Iglesia católica acepta que la cultura contemporánea es ya una cultura digital que plantea desafíos especialmente en las fronteras de la veracidad, de la inclusión y la justicia.
Es probable que el pontífice recoja del mundo científico y cultural, las principales interrogantes que los especialistas se hacen sobre el impacto de la inteligencia artificial en la vida digital moderna: el reemplazo de profesiones y especializaciones del trabajo humano; la influencia de la IA sobre el comportamiento social; la manipulación de sesgos psico-cognitivos; la intervención en decisiones de política pública: salud, educación, diplomacia; la vulneración de límites de la privacidad o derechos humanos; y un largo etcétera.
“En los próximos años –apunta la Santa Sede–, la inteligencia artificial influirá cada vez más en nuestra experiencia de la realidad. Estamos asistiendo al desarrollo de máquinas que trabajan y toman decisiones por nosotros; que pueden aprender y predecir nuestros comportamientos; de máquinas que responden a nuestras preguntas y aprenden de nuestras respuestas…”.
Y, enseguida pone el dedo en la llaga: “¿Quién establece las fuentes de las que aprenden los sistemas de inteligencia artificial? ¿Quién financia a estos nuevos productores de opinión pública? ¿Cómo podemos garantizar que quienes elaboran los algoritmos estén guiados por principios éticos y ayuden a difundir globalmente una nueva conciencia y un nuevo pensamiento crítico para reducir al mínimo los fallos de las nuevas plataformas de información?”.
Sobran ejemplos de los desafíos de la IA en la cotidianidad, retos que pueden ir desde la falsificación de la realidad (como el deepfake que lo mismo puede hacer declarar la capitulación de la guerra a un avatar del presidente Zelenski, o manipular videos pornográficos con rostros de menores u otras personas) hasta la normalización de brechas socio-digitales o la redefinición de principios y valores éticos o civilizatorios.
Si bien la industria de estos sistemas y herramientas se ha comprometido a implementar regulaciones y directrices éticas; es evidente que se tratan de empresas de interés comercial y económico cuyos servicios avanzados están a disposición de las entidades de poder.
Es claro que el papa Francisco partirá desde los principios de la Doctrina Social de la Iglesia para explicar y atender estas nuevas relaciones y dinámicas, humanas y sociales, con la inteligencia artificial pues se requiere –como siempre– una renovada mirada al océano de posibilidades que ofrece este tipo de tecnología comunicativa desde tierra firme, una mirada que atienda oportunamente los fenómenos que probablemente se presenten en el futuro inmediato respecto a temas entorno a la veridicción y veracidad informativa, la dignidad del trabajo humano, la equidad en el acceso a bienes y servicios públicos, la resolución de conflictos, la construcción de paz, la corresponsabilidad política-tecnológica, el derecho a la intimidad, el derecho a la desconexión y la protección de la imagen personal.
Hay, finalmente, tres asuntos de orden geopolítico que preocupan a los expertos respecto al orden que la IA puede implantar en la cultura contemporánea a través de los diferentes accesos informativos y productos comunicativos: la utilización de la IA para reforzar estructuras de poder que podrían perpetuar modelos de injusticia e inequidad a través de simulaciones democráticas; el sometimiento de gobiernos o Estados-nación a las necesidades tecno-económicas de los propietarios de la IA; y la depredación tecnológica sobre la ya vulnerada ecología integral.
Como puede verse, el mensaje del pontífice respecto a la comunicación humana en tiempos de la inteligencia artificial no puede perder de vista que todo proceso de interacción dialógica humana o tecnológica debe estar basada en la complementariedad y la totalidad de la vida humana y social. Esperemos la propuesta que haga el pontífice respecto a este tema.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe