Corrupción neoliberal
Migración Estados Unidos: no es Trump, sino la carencia de raza
Por: Carlos Ramírez
No es difícil entender el conflicto racial del presidente Donald Trump y de la mayoría blanca estadunidense. Los EE. UU. carecen de una cultura fundacional de raza. En 1790 el 47.5% de la población era de origen inglés y como raza mayoritaria sumaba 7% de población alemana. Hoy la raza anglo-sajona suma 16% de alemanes y 8.7% de ingleses. Como población unificada sólo por el color de la piel, los blancos representan el 74.5% de la población.
Problemas de racismo, de exclusión de esclavitud negra –recordar Beloved de la escritora recientemente fallecida Toni Morrison–, de cultura racial, iguales pero separados, de segregación, se pueden resumir en lo que le dijo Samuel Huntington a la periodista Dolia Estévez, autor de los descarnados ensayos El choque de civilizaciones y ¿Quiénes somos?:
“Los EE. UU. son un país desgarrada entre dos culturas: la anglosajona protestante y la mestiza católica” y ello estaba llevando al choque de civilizaciones “por la negativa de millones de mexicanos a ‘asimilarse’ a la cultura sajona”.
Hoy los EE. UU. basan su mayoría de tres cuartas partes –y reduciéndose día a día– sólo en el color de la piel blanca, pues la mayoría anglosajona de 55% en 1790 se ha reducido en 2014 a 25%. La primera raza dominante es la de origen alemán con el 16%, en tanto que la inglesa bajó de 47.5% a apenas 7%.
Las cifras del censo del 2010 –el próximo censo se hará en 2020– revelan que la población blanca creció en diez años, del 2000 al 2010, en 6.5%, en tanto que la raza negra ha aumentado en ese mismo periodo en 15.4% y los hispanos se han incrementado en 43%.
La pérdida de la mayoría racial ha llevado a las expresiones radicales de la
supremacía blanca en declinación poblacional.
De la población que ha llegado de fuera en los últimos casi veinte años, los hispanos y de manera sobresaliente los mexicanos en efecto, como dijo Huntington, se integran a la sociedad estadunidense como actores productivos, pero no culturales. Su cultura, su religión, sus comportamientos en la reproducción con un aumento de 43% en la población en diez años han prendido los focos de alarma en los radicales.
La crisis racial en zonas de la frontera de Texas y Arizona con los cazadores de migrantes buscan inhibir la llegada. Del 2000 al 2010 hubo un amento de más de 15 millones de hispanos –con permisos migratorios o sin ellos– y para el 2020 podría ser otro tanto, para aumentar la población hispana en por lo menos 10 puntos porcentuales en los próximos 40 años, menos de otros cálculos por las restricciones migratorias en los últimos dos años.
La situación actual es de emergencia por la presión de decenas de miles de centroamericanos. Para este año autoridades estadunidenses estiman un ingreso ilegal de 1.1 millones de personas, aunque no todas van a quedarse. La condición de Guatemala como tercer país seguro y de México como país “huésped” de solicitantes que piden ingreso en territorio estadunidense y son enviados a México a esperar una visa que nunca llegaría, la cifra final será consolidadamente menor.
La política migratoria de los EE. UU. tiene visas de riesgo para personas que ven en peligro su vida en sus países, pero con pruebas fehacientes de que son amenazadas o perseguidas por bandas. La abrumadora mayoría de los solicitantes, sin embargo, no ven de manera directa amenazas de muerte, sino que justifican su solicitud por el control de bandas del crimen organizado en sus poblaciones.
Todos, en realidad, llegan a los EE. UU. en busca de mayor ingreso salarial, mejores condiciones de vida, educación para sus familias, seguridad social amplia. Y si todos aducen situaciones de pobreza, hay un dato que tiene dos explicaciones exigidas y no aclaradas: el pago de entre 20 mil y 40 mil euros a los llamados polleros o traficantes de migrantes para cruzarlos ilegalmente por la frontera. Y no muchos en sus países de origen pueden juntar ese dinero. Los que no lo tienen el dinero han encontrado financiamiento en los cárteles del narcotráfico que les prestan recursos para cruzar y los cargan con droga –las llamadas mulas– o llegando a alguna población segura los usan como vendedores al menudeo de estupefacientes.
El problema se le ha agravado a Trump por la construcción de una gran alianza demócrata que pugna por política de puertas abiertas para que lleguen a los EE. UU. sin restricciones los que deseen, pero entonces el problema poblacional pasa a la zona de la seguridad nacional: los EE. UU. seguirán siendo un objetivo terrorista en tanto mantenga vigente su política imperial de dominación de otros países, por lo que una política de puertas abiertas será imposible de aprobar.
Si Trump aparece arrinconado por la presión migratoria, su habilidad de estratega y superviviente de crisis peores lo está llevando a plantear la migración de cientos de miles de migrantes como una preocupación de seguridad y estabilidad en las ciudades. En este sentido, muchos votantes apoyarán la política migratoria restrictiva de Trump como bandera de campaña para el 2020 por la preocupación de que circulen por las calles migrantes sin control migratorio mínimo.
En este sentido en los EE. UU. no ha recibido rechazo total la decisión de Trump de realizar razzias o redadas de la policía migratoria para detener y deportar a migrantes que hayan cometido un delito –y casi todos los que entraron de forma irregular lo cometieron: papeles falsos, mentiras a la policía y delitos menores– y ahora Trump acaba de aprobar una regla para retirarles la visa a los migrantes que no tengan autosuficiencia de vida y dependan de las ayudas del Estado.
La verdadera crisis migratoria de los EE. UU., en realidad, se localiza en su condición de país sin cultura poblacional propia originaria y una célula blanca fundadora que ha perdido su condición de mayoría en una población de diferentes razas.