Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Ingrid, la nota roja debe cambiar
En octubre de 1942, la prensa de la Ciudad de México destacaba en su sección policiaca las historias de dos singulares homicidas: Gregorio Cárdenas Hernández y Ricarda López Rosales. El primero había asesinado a cuatro mujeres (en realidad a tres prostitutas menores de edad y una estudiante de 21 años) y la segunda, envenenó a sus dos hijas.
Entre las páginas de las notas policiales, se vertieron infinidad de datos, hipótesis y testimonios. El caso de El Estrangulador de Tacuba tuvo inmensa visibilidad y seguimiento: fueron publicadas las largas sesiones donde médicos psiquiatras debatían las condiciones mentales de Cárdenas, se abundó en sus traumas y enfermedades infantiles, se cuestionaron los márgenes de la justicia y el aparente éxito de la readaptación y reinserción social.
Menos comentado fue el caso de Ricarda López, pero el escritor/periodista José Revueltas publicó una compleja y provocadora nota policiaca el 6 de octubre de 1942 en El Popular. Revueltas advirtió “un fondo oscuro, aún indescifrable, en los móviles que llevaron a la infeliz madre a cometer sus horrendos crímenes”. De hecho, el titular de la nota son las crípticas palabras de Ricarda: “Ni usted ni nadie ha sentido lo que yo”.
Revueltas encontró hace medio siglo en la declaración de la mujer una voz casi profética y la reprodujo con un propósito: “Pienso muy lejos –dice textualmente Ricarda–, no en lo que me va a pasar mañana, sino en el porvenir dentro de cincuenta años, de diez, de cinco, y siempre será igual”.
Al parecer, Ricarda habría matado a sus dos hijas por miseria, por desesperación; pero el interrogatorio del juez a la acusada deja en claro una realidad más compleja. Ricarda había tenido a sus hijas con un hombre que la abandonaba cíclicamente para irse con otras mujeres; de hecho, vio morir a una tercera hija quizá por las precarias condiciones en las que vivía. Ricarda trabajaba y tuvo otras parejas sentimentales (que nunca se ocuparon realmente de ella ni de sus hijas, aunque quizá sí la contagiaron de sífilis). Cuando se enteró de un nuevo embarazo fue despedida por su patrona; intentó sin éxito mantener a sus hijas en la beneficencia y finalmente, en el fondo de la angustia y la soledad, compró somníferos para envenenarlas y darse muerte ella también.
¿Qué pensaría Ricarda? ¿Cómo intuía su futuro y el futuro de sus dos hijas? El juez le reclama su extremo pesimismo en el mundo, pero en la voz de la mujer se revela que, en efecto, su horizonte y el de sus hijas era y sería negrísimo: precariedad, acoso, abuso, invisibilidad, abandono, enfermedad, discriminación, sojuzgamiento. En fin, el futuro para ella, para sus hijas y quizá las hijas de sus hijas sería no más que miserable.
El brutal crimen perpetrado contra Ingrid Escamilla en la Ciudad de México y los incontables homicidios contra mujeres en el país por supuesto han indignado a la sociedad mexicana y, por desgracia, la han llevado frente al mismo horizonte que quizá advirtió Ricarda. Pero no sólo por los crímenes en sí, sino por el papel de los medios frente a esas desgarradoras historias.
El tratamiento de las historias y las imágenes en la nota roja de los medios actuales es deplorable; pero no sólo por el lucro del morbo y espectáculo. No ha cambiado un ápice la narratoria en la que se confiere absoluto protagonismo a los ‘monstruos criminales’ (de Goyo Cárdenas, por ejemplo, se sabe todo, mientras de sus víctimas casi nada) y tampoco ha evolucionado la perspectiva sobre la necesidad del detalle hórrido ni el acercamiento a la humanidad herida (en mi primer día en la fuente policial, un veterano periodista me recomendó vociferarles a las viudas, a los huérfanos y a las personas aún en shock como lo haría un judicial: sin vísceras).
Y, sin embargo, la nota policial sigue teniendo utilidad mientras el sentido trágico de los actos antisociales coopere a defender o recuperar mínimos de convivencia, mientras provoque el desprecio del mal y del abuso, cuando ayuda a comprender los riesgos en los que las víctimas se encontraban voluntaria e involuntariamente; cuando humaniza a las víctimas y sí, cuando también humaniza a los victimarios como en el caso de Ricarda. La nota policial sigue siendo útil cuando mira los perfiles y contextos de las realidades que constriñeron a los miserables; cuando evidencia la perniciosa burocracia de la justicia o la crueldad de los administradores de la ley. Cuando su servicio se enfoca en promover el bien y lo correcto aún en el nefando territorio de la tragedia.
@monroyfelipe