El presupuesto es un laberinto
No hay campaña electoral sin su pizca de miedo, sea éste real o ficticio. En este proceso electoral en México, los juegos retóricos de cada candidatura y de sus patrocinadores exaltarán los miedos narrativos con o sin apoyo de evidencia constatable; sin embargo, hay que reconocer que, en el país, muchos de estos temores están bien sustentados.
Al menos así lo manifestaron dos instancias importantes en este arranque de campañas: El alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, Volker Türk, urgió a las autoridades mexicanas a que blinden el proceso electoral de los muchos ejemplos de violencias que cunden en el territorio mexicano y que se manifiestan especialmente en los asesinatos de líderes políticos así como las intimidaciones que el crimen organizado hace contra la población.
Coinciden con ese análisis los obispos católicos de México quienes a través de un extenso posicionamiento político frente al proceso electoral en el que afirman: “Sabemos ya de algunos riesgos que amenazan la estabilidad democrática mediante la violencia criminal que, al mismo tiempo, afectan la libertad ciudadana”.
Pero aún más, el episcopado deja entrever en su mensaje que los grupos criminales ponen en riesgo la democracia no sólo como un agente externo de agresión e intimidación sino que podrían afectar el proceso electoral desde su seno, en colusión o connivencia con grupos políticos: “Creemos que el peor de los escenarios, el que mayormente debemos evitar, es aquel en el que el crimen organizado y otros grupos delincuenciales intervengan en el proceso electoral, en cualquier lugar y momento. La democracia electoral mezclada con la delincuencia es un binomio totalmente inaceptable, es un signo de la más deplorable corrupción que se debe evitar a toda costa. Por ningún motivo se puede justificar y mucho menos entrar en complicidad”.
El miedo es un potente motor de afianzamiento de aquellas bases electorales ya convencidas y un volátil catalizador de cambios actitudinales en electores indecisos. La razón es que las estrategias de miedo abarcan una versatilidad inmensa de recursos, medios y mecanismos para infundir temor a que algo ocurra o a que no suceda, a lo posible y a lo probable, a lo conocido o lo desconocido, a lo evidente y a lo inconfesable. Sin embargo, las tácticas políticas que utilizan el miedo como un eje narrativo (en estas campañas ya han vuelto al centro discursivo las palabras ‘peligro’, ‘desastre’, ‘devastación’, etcétera) tienen dos efectos poco atendidos: la temprana autosatisfacción y el abstencionismo sistémico.
En una campaña política donde el miedo es la principal pieza en juego; es decir, cómo se convence al electorado de no votar por el otro, el triunfo básicamente conjura el peligro y provoca una temprana autosatisfacción de los ganadores. Esta situación, en la administración o el gobierno, genera la defensa perfecta para minimizar las pifias o desacreditar las críticas. Ese miedo perdura para justificarlo todo: “Sí, estamos mal; pero de la que nos salvamos”, parecen decir sus usufructuarios.
Y el abstencionismo sistémico es algo que conocemos bien en México y todo parece indicar que el miedo tiene mucho que ver. No sólo porque las campañas utilizan este recurso retórico para evitar votos a favor de sus contrincantes sino porque la acumulación de escenarios funestos sin una pizca de esperanza propositiva provoca inmovilismo, descrédito de todo, sentimiento de inutilidad e impertenencia a las dinámicas democráticas. Ese miedo confirma la idea: “Nada de lo que haga yo podría impactar en ese océano de temores”.
Como sea, no todos los miedos son retóricos. Hay riesgos concretos y palpables en la vida pública del país: hay una profunda crisis de violencia y descomposición social, asesinatos, coacciones, intimidaciones, desapariciones, extorsiones, corruptelas, privilegios discriminatorios, descarte de las personas vulnerables, impunidad, indolencia y un largo etcétera. Pero siempre será importante ordenar y jerarquizar aquellos riesgos más apremiantes, más acuciantes; los que pueden ser atendidos más desde la educación y los que requieren intervención de la fuerza legítima del Estado.
Es decir, es importante reconocer las narrativas y geografías del miedo que las campañas políticas habrán de dibujar en estos meses; reconocer los lugares reales y los artificiales, los miedos que están verdaderamente ligados a un riesgo y no sólo a retóricas políticas. Y finalmente, habrá que reconocer cuáles son los márgenes reales que, con nuestros temores, dejamos y permitimos a los poderes institucionalizados o fácticos controlar nuestra democracia. Pues si de algo sabemos los mexicanos es que depositar toda la posibilidad organizativa y de participación democrática a las instituciones y las leyes ‘inmarcesibles’, no sólo corremos el riesgo de una democracia ‘en el papel’ que mantenga invisibilizada tanto a minorías, como a las injusticias y descarte a los incómodos del curso de la historia.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe