Teléfono rojo
«¡Presidente, si no puede, renuncie!»
El 21 de agosto de 2008 –durante el gobierno de Felipe Calderón–, un padre indignado reprochó a las autoridades federales y de la capital del país su incapacidad para esclarecer el secuestro y crimen de su hijo.
Años antes –durante el caótico gobierno de López Obrador como jefe de gobierno del DF–, el joven Fernando Martí había sido secuestrado y asesinado, sin que autoridad alguna pudiera esclarecer el crimen, hasta aquel 21 de agosto de 2008.
Por eso, durante un encuentro con organizaciones civiles y defensoras de derechos humanos, el empresario Alejandro Martí –padre de Fernando, el joven secuestrado y asesinado–, exhortó a las autoridades estatales y federales a trabajar contra la inseguridad y luchar para destruir sus dos grandes soportes; la impunidad y la corrupción.
Pero no fue todo. Alejandro Martí también sacudió a la sociedad con una exigencia que nunca se había planteado de cara a las máximas autoridades del país; de frente al presidente de la república.
«¡Si no pueden renuncien…! ¡Pero no sigan usando las oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, porque eso también es corrupción!», enfatizó Martí, en el acto del Consejo Nacional de Seguridad Pública.
Ante el presidente Calderón y con voz entrecortada, Martí dijo que la sociedad mexicana no quiere cosas temporales, pues «estaremos vigilantes, tenemos que recuperar la confianza en nuestras instituciones en el Estado mexicano y en nuestro país».
Han pasado poco más de 10 años de aquel sonoro “¡si no pueden renuncien…!”, pero el reclamo sigue más vigente que nunca.
Y es que aquel jefe de gobierno del DF que no investigó y tampoco castigó a los culpables del secuestro y el crimen de Fernando Martí; aquel que llevó a la capital del país a niveles intolerables de violencia y que por ello provocó la mayor movilización de la historia, hoy es presidente de los mexicanos.
Sin embargo, el México de hoy, el de la presidencia de Obrador, es uno de los peores países para la seguridad y la tranquilidad de las personas, es uno de los peores países para la supervivencia de la democracia y uno de los más peligrosos para el ejercicio de libertades fundamentales como la de expresión; México tiene niveles de violencia criminal como los de algunas guerras.
Y es que, por ejemplo, en el México de López Obrador los periodistas críticos al gobierno son calificados por el presidente como ‘hampones’, en tanto que los propagandistas oficiales son llevados al altar de la impunidad, ante la difamación y la calumnia cotidiana contra los opositores.
Con López Obrador, por ejemplo, se vive el mayor nivel de crímenes violentos de la historia, el mayor número de ejecuciones, de secuestros, de feminicidios, de asaltos y robos a mano armada; con Obrador el decomiso de drogas muestra las cifras más bajas.
Con López Obrador la seguridad social para los más pobres vive su peor momento y los que menos tienen ya tampoco disponen del último recurso para mantener la salud, el recurso de la otrora infaltable seguridad pública.
Con López Obrador el empleo vive el peor momento, la inversión se ha contraído como no ocurría durante muchos años y el crecimiento económico amenaza con una tragedia económica.
Con López Obrador el número de periodistas muertos rebasa todos los niveles; con López Obrador la censura oficial es igual a la que se vivía en tiempos de Díaz Ordaz y Luis Echeverría; con López Obrador los periodistas críticos del gobierno no sólo son llamados hampones, sino que se les persigue y amenaza.
Por eso, porque en sus primeros seis meses el gobierno de Obrador no ha mostrado un solo acierto, sigue vigente el reclamo de Alejandro Martí: “¡presidente, si no puede, renuncia!”.
Al tiempo.