Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
Un repaso de su legado a través de la mirada acuciosa de la doctora Alba Lara-Alengrin, analista de su obra
La salud del escritor José Agustín —una figura icónica en la literatura mexicana que pertenece a la corriente denominada “la Onda”, creada en los años 60 y 70, con un estilo único que reflejó el espíritu rebelde y contestatario de la juventud de esa época, abordando temas como el sexo, las drogas y la contracultura—, ha sido recientemente tema de gran preocupación en los ámbitos literarios y periodísticos. La familia del autor que este año cumplirá 80 años, ha informado que enfrenta graves problemas y reveló incluso que en días pasados recibió la extremaunción por parte de un sacerdote amigo, acto que el propio literato ha interpretado como un signo de que «mi trabajo aquí se va terminando».
Alberto Carbot
Dentro del ámbito de la literatura mexicana, son contados los analistas e investigadores que poseen un conocimiento profundo y la autoridad necesaria para hablar sobre la obra del célebre escritor, dramaturgo, guionista de cine y ensayista, nacido en Jalisco, pero de fuerte raigambre familiar en Guerrero, donde fue registrado a los pocos días, en el puerto de Acapulco. Entre los expertos que han analizado a profundidad la magnitud y el impacto de su trabajo literario, se encuentra Alba Lara-Alengrin, cuyo análisis y estudios sobre José Agustín Ramírez Gómez —como es el nombre completo del escritor—, destacan por su profundidad y precisión.
Doctora en lenguas romances por la Universidad de Provenza, Francia, actualmente ejerce como profesora-investigadora titular en la Universidad Paul-Valéry de Montpellier.
Lara-Alengrin, es autora de la monografía “La quête identitaire dans l’œuvre de José Agustín 1964-1996” La búsqueda de la identidad en la obra de José Agustín 1964-1996 y dirigió en colaboración, un número de la revista CECIL, dedicado a la literatura contracultural hispanoamericana.
Desde Montpellier, en Francia, donde reside, ella acepta compartir su punto de vista sobre el autor icónico de la literatura mexicana, conocido por sus narrativas audaces y su uso del lenguaje coloquial, que ha sido una voz representativa para los jóvenes de las décadas de 1960 y 1970.
—Usted ha comentado que desde muy joven le cautivó la literatura de José Agustín. ¿Cuándo dio comienzo realmente su vinculación a él?
—Sí, fue una lectura que me gustó y descubrí desde adolescente. Recuerdo que cuando vivía en México, Mireya Isabel Santos la hija de mi madrina Mireya Santos, me dijo un día: ¡Ay! los escritores de la Onda me encantan. Creo que fue la primera en hablarme de ellos y leí entonces La princesa del Palacio de hierro de Gustavo Sainz, muerto en 2015 y después De Perfil, de José Agustín. Ambos me gustaron mucho y a partir de entonces me dediqué a leer su obra y la de todos los escritores de la Onda, a la que también pertenecieron René Avilés Fabila, fallecido en 2016 y Parménides García Saldaña, quien murió el 19 de septiembre de 1982.
Me inicié en la UNAM, en México, donde estudiaba letras francesas. Después, cuando llegué a vivir a Francia revalidé materias y me inscribí originalmente en la maestría de letras hispánicas, en literatura latinoamericana. Ahí tuve la suerte de conocer a Adriana Berchenko, una directora de investigación, de origen chileno, muy heterodoxa y me di cuenta que sí se podía estudiar a escritores vivos y no académicos. De perfil, fue mi primer trabajo en maestría, sobre José Agustín.
Después —cuando yo me hallaba en Aix-en-Provence, que está a unos 30 km al norte de Marsella, en el Sur de Francia—, tuve la suerte de conocerlo en persona, luego que el propio José Agustín asistiera a una feria de libros y participara en un festival de literatura. Ahí lo oí hablar en público por primera vez, y entonces me nació la idea de trabajar sobre su obra; se lo propuse a Berchenko y le encantó la idea. Así surgió todo.
—Creo que usted es quizá la única estudiosa, de ese nivel en Francia, que tiene José Agustín, dentro de quienes podrían considerarse prácticamente como sus biógrafos.
—Conozco muy bien su obra y su vida. Desgraciadamente no he realizado formalmente una biografía, pero sí muchos trabajos sobre él; he descrito sobre papel, el lugar que ocupa como escritor en la literatura mexicana.
—¿Qué sensación le dejan las recientes notas periodísticas y fotografías que relatan la dolorosa gravedad —no me atrevería a llamar los últimos días— de José Agustín? ¿Qué significa para usted el hecho de que como todo lo apunta así, se halle en este proceso natural y vaya a desaparecer del mundo de las letras mexicanas?
—Es muy duro, pero considero que podrá desaparecer la persona, pero su obra no. Esa es la ventaja de los escritores y de los artistas. Yo lo recuerdo con gran afecto y me apena su situación; tengo muy presente su voz juvenil. Estuve varias veces en su casa de Cuautla, en Morelos y siempre que hablaba con él, oía esa voz; para mí él seguía guardando un alma de joven. Entonces, sí es un poco inverosímil, doloroso, el enterarse que está muy grave. Pero finalmente, sabemos también que esto es parte de ese proceso natural de la vida y que un día nos tocará a todos.
—Hablemos del aporte de José Agustín a las letras. Como estudiosa de su obra ¿cuál considera que ha sido su máxima contribución a la literatura mexicana?
—Su narrativa, su propio estilo entre irreverente y desenfadado. Considero que en realidad tuvo un impacto muy importante en muchos jóvenes que quisieron imitar ese estilo y a partir de él, se cambió el discurso literario en México. Creo que sería sobre todo eso; la narrativa juvenil que introdujo y de la cual fue el primero con La tumba y en la que lo acompañaron Sainz y Parménides García.
—¿Al paso de los años, no ha visto que se haya repetido un parteaguas similar al que ellos crearon en México?
—Creo que no. Yo diría más bien que después hubo como un efecto contrario; que muchos escritores empezaron hacia los años 90 y lo hicieron en el sentido opuesto. Empezó a predominar el discurso solemne. Justamente, en el caso particular de la literatura, siempre se produce un movimiento de péndulo entre tendencias distintas y después de esa tendencia que abrieron ellos —y que duró mucho tiempo—, vino la contraria, que fue la de un discurso solemne, sin mexicanismos y que, en mi opinión, está representada por los escritores del crack como Jorge Volpi o Ignacio Padilla. Ellos se fueron al otro extremo. Sin embargo, en mi opinión, su importancia y su impacto fue mucho menor al de aquellos artífices de la literatura de la Onda.
—He leído alguno de sus trabajos publicados sobre José Agustín y él le comentó que personalmente no estaba muy conforme con el nombre de “la literatura de la Onda” que le otorgó Margo Glantz.
—Sí, él señaló que nunca le gustó esa definición que estableció la destacada crítica literaria y también me comentó que eso lo había encasillado. Y es muy cierto: a José Agustín se le catalogó mucho tiempo como un escritor sólo para jóvenes, y probablemente esa etiqueta alentó, digamos, esa imagen. Él se quejaba de que el trabajo de Glantz era poco riguroso. Pero, por otro lado, creo que debemos ser menos severos, porque Glantz percibió con mucha claridad el fenómeno que esos jóvenes representaban.
Cuando conversé con él la primera vez, le pregunté sobre su posición respecto a esta corriente, y él me respondió: «Me resigno». Su respuesta indicaba una aceptación a regañadientes de su asociación con el movimiento. Explicó que, si bien no se sentía molesto por ser vinculado con la Onda y se consideraba parte del movimiento social generado en México desde 1968, su relación con este no era directa. Me la describió como “el movimiento social que se generó en México a partir del 68, la contracultura de los hippies que en México era un hippismo especial, un hippismo mexicano, que cuando pasó por el filtro del 68 se amplió y se hizo un movimiento mucho más vasto, que ya no era tan cerrado como el de los hippies, sino que era muchísimo más amplio”.
Luego me explicó que los años de apogeo de la Onda fueron del 68 hasta el 71, y acabó en el festival de Avándaro. “Yo no me siento directamente relacionado con la Onda, en primer lugar, porque nunca anduve de jipiteca. En segundo lugar, porque sí me interesaba mucho, pero al mismo tiempo quería conservar mi distancia para tener una actitud crítica. Entonces en cierta forma me siento cercano a todo esto, pero, por otro lado, rechazo el término por dos razones: me parece que la visión de Margo Glantz, al proponer el término, era muy reductivista y centraba todo, demasiado, en el aspecto de jóvenes, drogas” —me dijo.
Desde su punto de vista, la perspectiva de ella parece desfasada y alejada del verdadero contenido de los textos. José Agustín consideraba que la visión de Glantz era peyorativa y pretendía que la literatura se ajustara a sus parámetros particulares, en lugar de que estos comprendieran la riqueza de la literatura. Señalaba cómo el establishment cultural mexicano utilizó el término la Onda para criticar el movimiento y sus expresiones literarias.
En sus palabras, aprovecharon el término de la Onda para hacer toda una campaña de satanización bestial que duró como hasta mediados de los años 80. Este comentario refleja su percepción de cómo las autoridades culturales trataron de desacreditar un movimiento que desafiaba las normas literarias y sociales establecidas.
Históricamente Margo Glantz fue la primera que le dio ese nombre, digamos. Gustavo Sainz de plano lo rechazaba por completo y el único que lo aceptó fue Parménides García Saldaña. Pero eso ocurre a menudo en el mundo de la literatura y el arte; los nombres aparecen inicialmente tal vez como términos despectivos y después se quedan. Y aunque los artistas o escritores no estén de acuerdo con ellos, permanecen; considero que es lo que pasó con la famosa literatura de la Onda.
—En su opinión, ¿pudo habérsele reconocido a José Agustín, de manera más temprana, su aporte a las letras mexicanas?
—Antes que en México, José Agustín fue primero reconocido en Estados Unidos —donde hubo un trabajo serio de críticos importantes como John S. Brushwood, autor de La novela Hispanoamericana del siglo XX. Una vista panorámica, quien dedicó su vida a analizar e impulsar la literatura mexicana—, y también en Francia, pero la Academia mexicana siempre lo mantuvo con mucho menosprecio durante varios años y tardó mucho tiempo en reconocerlo como un escritor importante, justamente porque él utilizaba mucho el humor, pero sin embargo es un escritor que aún sigue teniendo muchísimos lectores. Y yo creo que el entrar en la Academia sería casi como una contradicción con respecto al espíritu de su obra, aunque como quiera, él recibió en 2011 el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la modalidad de Lingüística y Literatura, que le entregó el presidente Felipe Calderón. Entonces eso, en cierto modo fue un reconocimiento institucional. También tuvo algunos otros premios, como el Juan Ruiz de Alarcón por su obra de teatro Círculo vicioso.
José Agustín, y su fuerte raigambre guerrerense.
De acuerdo a la Enciclopedia Guerrerense (Guerrero Cultural Siglo XXI, A.C.), aunque José Agustín Ramírez Gómez nació en Guadalajara, Jalisco el 19 de agosto de 1944, tiene una fuerte raigambre familiar en Guerrero y fue registrado en Acapulco pocos días después de su nacimiento, donde sus padres, Augusto Ramírez Altamirano e Hilda Gómez Maganda, residían. Su padre —piloto de la Fuerza Aérea que luego laboró en Mexicana de Aviación—, y su madre, con raíces en la Costa Grande, formaron un hogar en el puerto de Acapulco. La historia familiar de José Agustín está marcada por figuras destacadas: su abuelo materno, Tomás Gómez, fue un prominente revolucionario y su tío Alejandro, un gobernador y literato. Del lado paterno, su tío José Agustín Ramírez Altamirano fue un compositor renombrado, en cuyo honor recibió su nombre.
Tenía nueve años cuando su familia se trasladó a la Ciudad de México, y habitó en la Colonia Narvarte; cursó sus primeros estudios en el Colegio Cristóbal Colón y parte de la preparatoria en la UNAM. Desde muy joven, mostró un interés profundo por la literatura y las artes. A los 11 años ya había escrito su primer cuento y fundado un periódico escolar. Su juventud fue una mezcla de creatividad y rebeldía: a los 25 años dirigió su primer filme y a los 26 enfrentó una breve estadía en prisión en Lecumberri. Fue una figura clave en la corriente literaria de los años 70 en México, conocida como «literatura de la Onda«.
La obra de José Agustín destaca por su singularidad, tanto en su contenido temático como en su estilo. Se destaca por su innovación en el uso de recursos estilísticos, rompiendo con las convenciones de puntuación y tipografía tradicionales. Sus referentes culturales y literarios, que van desde Rimbaud hasta Joyce, se reflejan en su escritura vibrante y desenfadada. Su primera novela, La tumba, publicada cuando tenía menos de 20 años, es un fiel reflejo de este estilo único. La historia, ambientada en zonas residenciales de la Ciudad de México, es narrada con un lenguaje fresco y dinámico, mezclando expresiones coloquiales y anglicismos, creando una conexión íntima con el lector.
A lo largo de su vida ha cultivado un legado literario notable con una diversidad de obras que reflejan el pulso de varias generaciones. Su novela De perfil (1966) marca un hito en su carrera, caracterizada por una narrativa vibrante que encapsula el espíritu rebelde y contestatario de los jóvenes de los años sesenta. Esta obra, junto con La tumba, su debut, publicada en la colección Los Presentes, de editorial Mester, dirigida por Juan José Arreola, establece el tono para sus narrativas posteriores. José Agustín continuó explorando los matices de la experiencia humana en novelas como Se está haciendo tarde (1973), El rey se acerca a su templo (1978), Ciudades desiertas (1982), y Cerca del fuego (1986). Cada una de estas obras ofrece una mirada única a los desafíos socioculturales de su época, manteniendo un estilo prosístico distintivo.
Su viaje a Cuba —luego del triunfo de Fidel Castro, como integrante de las brigadas de alfabetización en pequeños poblados, en compañía de la joven Margarita Dalton, hermana del poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton, con quien José Agustín se casó argumentando ambos la mayoría de edad sin tenerla—, quedó detallada en el libro Diario de brigadista, Cuba, 1961, editado por Lumen en septiembre de 2010.
También ha incursionado en el género de los cuentos, donde su habilidad para condensar profundas reflexiones en relatos breves es evidente. Inventando que sueño (1968), La mirada en el centro (1977), No hay censura (1988), y La miel derramada (1992) son algunas de sus colecciones de cuentos más significativas, donde se mezclan elementos de la vida cotidiana con una narrativa aguda y provocativa. Sus Cuentos completos (1968–1995; 1968–2002) son una compendia esencial para entender su evolución como cuentista. Además, su incursión en el teatro con obras como Abolición de la propiedad (1969) y Círculo vicioso (1974) amplían aún más su repertorio como escritor.
En el ámbito de los ensayos y la crónica, ha demostrado igualmente una capacidad excepcional para analizar y comentar sobre la cultura y sociedad. En La nueva música clásica (1968, 1972, 1985), Contra la corriente (1991), y La contracultura en México (1996) ofrece una perspectiva lúcida sobre movimientos y tendencias culturales. Su trilogía Tragicomedia mexicana (I. 1991; II. 1995; III. 1998) es una crónica detallada de varias décadas de la vida en México, mostrando su habilidad para entrelazar la historia con la narrativa. Estas obras, junto con su producción en novelas y cuentos, consolidan a José Agustín —casado con Margarita Bermúdez y padre de tres hijos: Agustín, Andrés y Jesús—, como una de las figuras literarias más influyentes y versátiles del país.
—Dígame qué le platicaba él, en razón de que ya no podía escribir después de ese accidente que tuvo en Puebla en 1992, cuando se cayó de la tarima mientras firmaba unos autógrafos —le pregunto a la especialista Alba Lara-Alengrin.
—Después de ese accidente, llegué a hablar muy brevemente con él por teléfono, ya no mucho, quizá una o dos veces y siempre me decía que estaba escribiendo una novela. Que no pudiera escribir —como resultado de esa caída—, no me lo comentó de manera directa. Sin embargo, Andrés Ramírez, uno de sus hijos, editor de Penguin Random House, México, fue quien me dijo que de plano ya no podía hacerlo, y creo que José Agustín esto nunca lo asumió o aceptó públicamente.
—¿Cuál es cuál es el libro que más le gusta o considera como su obra cumbre?
—Personalmente, considero que son que son dos, pero es una apreciación muy mía. La novela que más me gusta es De perfil. Pero creo que la más intensa y donde realmente se muestra todo el estilo de José Agustín —y al mismo tiempo expresa la época y la etapa de la contracultura—, es Se está haciendo tarde.
Hay un número de la revista CECIL —Cahiers d’études des cultures iberiques et latino-américaines (Cuadernos de estudios de las culturas ibéricas y latinoamericanas) que coordiné sobre contracultura y literaturas contraculturales, el cual se puede consultar en línea, y ahí aparece un artículo mío sobre esa novela.
—¿Cuándo fue la última vez que habló con él?
—Pues hace bastante tiempo. De hecho, la última vez que hablé con él y más bien con su esposa Margarita —porque queríamos invitarlo justamente a un coloquio sobre la literatura y movimientos contraculturales—, fue hace 6 años. Entonces, ella me dijo que no, porque definitivamente él ya no podía viajar. De hecho, esta misma tarde le hablaré para conocer más sobre su estado de salud.
—A mediados del año pasado, le hicieron un homenaje precisamente en Cuautla —donde vive hace muchos años, en una casa que perteneció a su padre y que él adquirió luego—, en lo que creo fue su última aparición pública. Él se desplazaba en una silla de ruedas y se mostró hasta cierto punto bromista con algunos de sus seguidores que acudieron al evento. Personalmente eso me dio una pequeña indicio de que estaba en recuperación, pero por lo visto, las fotografías que hace unos cuantos días, a principios de este año 2024, publicó su hijo Andrés, son muy dolorosas, porque muestran el declive de todo un personaje, de una figura postrada e inmóvil en su cama.
—Sí, eso me impacta también, pero supongo que, si su hijo las hizo públicas, es porque José Agustín ya debe estar muy enfermo. Por otro lado, también cuenta en todo ello la edad. Él nació el 19 de agosto de 1944, o sea que cumplirá 80 años. Pero estimo que el desafortunado accidente que tuvo en Puebla lo afectó muchísimo, porque antes de eso, él estaba muy bien. Mantenía una enorme capacidad de trabajo y se hallaba súper activo. Entonces creo que fue esa caída lo que inició su declive sin lugar a dudas. También hablé varias veces con su hijo y me comentaba que sí le había afectado muchísimo.
—¿Cómo eran sus pláticas con él? ¿Cómo lo percibía en la parte muy personal, como su amigo
—José Agustín era una excelente persona, realmente muy simpático. Era bromista y muy sencillo; muy cariñoso con los niños. Por ejemplo, lo fuimos a visitar algunas veces a Cuautla con mi esposo y mis hijos, y con ellos era encantador; para nada se sentía o presumía ser el gran escritor que realmente era.
—¿Cree que el legado de José Agustín, como integrante de la literatura de la Onda le pueda seguir interesando a las nuevas generaciones?
—Sí, sin duda. Yo sigo estudiándolo con mis alumnos franceses y han ponderado La tumba y De perfil. En verdad, a los chicos de hoy les sigue gustando su trabajo. Algo que le dijeron mucho a José Agustín, cuando comenzó a publicar, era que sus novelas iban a envejecer y que nadie iba a entenderlas 20 años más tarde. No es cierto, y ahí está la prueba: las siguen leyendo alumnos que hoy tienen quizá, 20 años y sus novelas, a pesar del tiempo, mantienen todavía su poder y frescura.
—Aún cuando José Agustín editó algunos libros considerados como autobiográficos, no conozco alguna biografía de él, realizada formalmente por algún escritor o investigador.
—Ciertamente. Él escribió Autobiografía, (1966), El Rock de la cárcel, 1984 y Diario de brigadista. Cuba, 1961, (2010) y existe una biografía, originalmente una tesis de periodismo —que, en palabras del propio José Agustín, no es muy buena—, que le hizo Ana Luisa Calvillo en 1998, hace más de 25 años. Considero que a ese trabajo le faltó rigor y muchas fuentes referenciales. Él me dijo que no estaba muy contento con esa biografía, y yo tampoco.
—En ese tenor, creo que usted, por su cercanía, conocimientos y experiencia académica, cuenta con la capacidad para hacer un trabajo más consistente sobre él.
—Ya publiqué un libro sobre José Agustín, que está en francés. Se llama La quête identitaire dans l’œuvre de José Agustin (1964-1996) (La búsqueda de la identidad en la obra de José Agustín) donde he analizado su obra pública, al escritor, y su discurso, más que a la persona; pero si se me da la oportunidad, creo que haría una biografía. Mi trabajo sobre él abarca hasta antes de Tragicomedia mexicana 3: La vida en México de 1982-1994. Luego él publicó sus dos novelas más: Vida con mi viuda (2004) y Arma blanca (2006).
—¿Si tuviera oportunidad de redactar un epílogo sobre el trabajo literario de José Agustín, qué diría de él?
—Renovador, irreverente y muy divertido.