Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
El cantautor catalán honra el tiempo, los recuerdos y el poder de las pequeñas cosas, en su reconocimiento con el Premio Princesa de Asturias de las Artes
Al recibir el pasado viernes el Premio Princesa de Asturias de las Artes, a sus casi 81 años, reflexionó sobre el paso del tiempo y la brevedad de la vida. Con su característico tono irónico, recordó que “tres minutos son suficientes” para decir algo importante, demostrando que su grandeza reside en lo esencial. Este hombre —de lozanía ya en retirada y de voz suavemente apagada por los años, que se ha vuelto un observador de su propia historia—, recordó la importancia de lo sencillo y de los recuerdos que nos definen. Su discurso fue un viaje relámpago por sus valores y legado, recordándonos que en su obra viven tanto su amor por la humanidad como su compromiso con la justicia y la dignidad
Al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes, Joan Manuel Serrat comentó, con su característico tono de ironía y sabiduría, que “tres minutos son suficientes” cuando se tiene algo importante que decir. Su frase cobra un significado especial, más cuando la pronuncia alguien que, a sus casi 81 años —nació el 27 de diciembre de 1943 en el barrio Poble-Sec, de Barcelona—, está viviendo uno de los homenajes más significativos de su vida. Y no es sólo una reflexión retórica sobre la brevedad, sino una declaración de quien entiende que el tiempo, con toda su fugacidad, es también un espacio en el que pueden condensarse las cosas que verdaderamente importan.
Serrat —quien sabe muy bien que en pocos instantes se puede expresar lo esencial—, rechazó mantenerse como testigo pasivo de las injusticias y se preguntó, con una amargura que refleja la sensibilidad de su obra, cuándo será el momento de «vendimiar los sueños» y de construir una sociedad más justa.
Este galardón que tradicionalmente se entrega en una ceremonia que se celebra desde hace 44 años en el Teatro Campoamor de la ciudad de Oviedo, no es únicamente un homenaje a su trayectoria, sino una suerte de despedida poética, una confirmación de que su voz y su mirada quedaron ya inscritas en la memoria cultural de varias generaciones. Recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes —uno de los ocho galardones otorgados anualmente por la Fundación creada en 1980 con el objetivo de reconocer logros excepcionales en diversos ámbitos de la sociedad—, no es para Serrat el fin de una carrera, sino la culminación de un largo viaje. Con su retiro de los escenarios ya consolidado desde hace dos años, parece aceptar este momento con serenidad, consciente de que la vida le ha permitido transitar por sus días con intensidad y agradecimiento.
“Son aquellas pequeñas cosas / que nos dejó un tiempo de rosas /en un rincón, en un papel o en un cajón”
La ceremonia representó no solo un homenaje a su legado artístico, sino un «pequeño regreso» a los escenarios. El célebre cantautor, quien ha expresado en sus últimas apariciones una gratitud serena hacia la vida y el arte, dijo emotivo que más allá de los premios y reconocimientos «me gustaría dejar un buen recuerdo en los demás, cuando desaparezca”.
Originalmente nombrado Premio Príncipe de Asturias, la distinción fue renombrada en 2015 con el título actual, alineándose con la Princesa de Asturias, la nueva heredera del trono español, Leonor de Borbón y Ortiz, hija mayor de los Reyes de España, Felipe VI y Letizia. El premio ha sido entregado a figuras e instituciones de gran relevancia en el mundo de la cultura y el arte.
A lo largo de los años, el galardón ha reconocido a artistas de muy diversas disciplinas, desde la danza hasta el cine, premiando a personalidades como el director de cine Pedro Almodóvar, el bailarín Mijaíl Barýshnikov y el arquitecto Santiago Calatrava, creador del Museo de Arte de Milwaukee, la Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia, y la Estación de Transporte Hub en el World Trade Center de Nueva York. A lo largo de su historia, este galardón ha sido un punto de encuentro para artistas comprometidos con la búsqueda de la excelencia. En 2007, por ejemplo, Bob Dylan fue galardonado por su aportación a la música y a la literatura; en 2002, el galardón recayó en el director de orquesta Riccardo Muti, cuyo talento y dedicación en la interpretación musical le han hecho un referente en el mundo sinfónico.
El de Serrat fue un discurso de agradecimiento y reflexión en el cual mezcló la gratitud personal con un apunte sincero sobre el tiempo que le ha tocado vivir. Desde sus primeras palabras compartió una anécdota de sus años universitarios sobre la importancia de decir lo esencial sin rodeos. Este inicio, marcó el tono de una intervención que fue, en muchos aspectos, un repaso de los valores que han guiado su vida y su obra, en los que recordó los orígenes humildes de su familia y los valores que heredó de ella, lo que, según él, es «lo mejor que pueden hallar en mí».
A menudo los hijos se nos parecen /así nos dan la primera satisfacción /esos que se menean con nuestros gestos /echando mano a cuanto hay a su alrededor
El cantautor destacó que su vida ha estado marcada por el apoyo de quienes lo han acompañado. Expresó una especial gratitud hacia su esposa Candela Tiffón, «compañera en la vida» —con quien se casó en 1978 cuando él tenía 34 años y ella 20—, por haber sido generosa al compartir la suya con él. También dedicó palabras emotivas a sus padres Ángeles y José, a sus hijos Manuel Queco Serrat Domènech —nacido en 1969 de su relación con la modelo Mercedes Domènech—, María Serrat Tiffón (1979), Candela Serrat Tiffón (1986) y a sus cinco nietos.
Serrat se describió como alguien partidario de las «vidas propias y ajenas», de los caminos compartidos por encima de las fronteras, y defensor del diálogo como la única vía para resolver las diferencias.
Explicó que sus canciones y su manera de entender la vida se han nutrido de la observación directa de la realidad y de la capacidad de escuchar a los demás. Para él, escribir canciones no sólo fue una forma de ganarse la vida, sino un vehículo para expresar lo que siente y un puente para conectar con otros.
Su apuesta por la tolerancia y el respeto hacia los demás, así como por la justicia y la democracia, refleja una visión de la sociedad basada en la libertad y en la dignidad humana. En palabras del propio Serrat, estos valores «o van de la mano o que no van», en una defensa clara de los principios que guían su compromiso social. A Serrat le preocupa la sustitución de los valores morales por la avidez del mercado, que convierte en mercancía todo lo que toca.
Serrat agradeció a todos los que han hecho suyas sus canciones y han compartido su viaje a lo largo de los años. Reconoció la importancia de formar parte de una comunidad que, desde «los cuatro puntos cardinales», celebra su música y su compromiso con los valores humanos. Y con un cierre que fue más una promesa que una despedida, Serrat sugirió que, fiel a su esencia, la mejor forma de dar gracias sería “cantando la canción”.
Y entonces, Joan Manuel Serrat Teresa —su nombre completo—, brindó un emotivo cierre a su discurso al interpretar «Aquellas pequeñas cosas». Acompañado por el violín de Úrsula Amargós, ofreció esta interpretación prácticamente a capela, la cual fue recibida con una ovación y simbolizó el agradecimiento y la nostalgia por una carrera que ha marcado generaciones. Este gesto inesperado, cobró un carácter especialmente significativo tras su retiro en 2022, reflejando el profundo vínculo que Serrat mantiene con su público.
A lo largo de su carrera, Serrat ha recibido numerosos reconocimientos, incluyendo el Grammy Latino a la Persona del Año en 2014, el Premio Nacional de Músicas Actuales de España y el Premio Odeón de Honor en 2022. Estos galardones reflejan su importancia en la música en español y su influencia en generaciones de artistas y seguidores. En 2022, el gobierno español le otorgó la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
Empero, quizá lo más singular sea su capacidad para hacer del arte un terreno de encuentro. En sus letras, la cotidianidad cobra un sentido universal; el dolor, la ternura y la esperanza encuentran una expresión precisa y serena. Joan Manuel Serrat es, así, un contador de historias que no se contenta con observar el mundo, sino que lo interroga, lo celebra y, cuando es necesario, lo denuncia. Su oficio y modesta personalidad, de apariencia introvertida, posee la fuerza duradera de lo auténtico. En cada palabra y cada nota, despliega con brillo y sencillez su canto, que a la vez es tan personal como colectivo; una voz que, más allá de los aplausos, sigue hablándonos de aquello que realmente importa.
Caminante, son tus huellas / el camino y nada más / caminante, no hay camino / se hace camino al andar
Desde su debut con el disco Una guitarra en 1964, ha sido un referente en la música de autor en España y América Latina. Su carrera, iniciada en el contexto de la llamada nova cançó catalana —un movimiento cultural que defendía la lengua catalana—, coincidió con el ambiente opresivo de la dictadura franquista. Con canciones en catalán y castellano, supo dar voz a una generación que buscaba expresar su identidad y su visión de libertad en un país silenciado por una rígida autocracia que duró 36 años, desde el final de la Guerra Civil en 1939, hasta la muerte de Francisco Franco en 1975.
Por ejemplo, su renuncia a representar a España en Eurovisión en 1968, debido a la prohibición de cantar en catalán, fue una muestra de su integridad y lealtad a la identidad catalana, aunque esto le valiera la censura. Su trayectoria, en todos estos años, se ha caracterizado por una coherencia que ha sido reconocida por su audiencia a nivel internacional.
Durante su carrera Serrat ha musicalizado textos de poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti y Mario Benedetti, logrando llevar a un público amplio la obra de autores fundamentales en la literatura en español. A través de sus interpretaciones, estos versos alcanzaron a personas que, de otro modo, no habrían tenido contacto con la poesía, consolidándolo como un creador que rompió las barreras entre la cultura y el público.
Además de su incursión en la poesía, Serrat ha explorado géneros musicales diversos, incluyendo el folclore catalán, la copla y el bolero, lo que le ha permitido conectar con públicos en países como México, Uruguay, Argentina, Cuba y Chile, donde ha sido homenajeado en numerosas ocasiones.
En mayo de 2010 —durante un emotivo reconocimiento a su vínculo de más de 35 años con México—, Joan Manuel Serrat recibió la Orden Mexicana del Águila Azteca en grado de insignia, la máxima condecoración que el país otorga a un extranjero. La ceremonia, llevada a cabo en Madrid, fue encabezada por el presidente Felipe Calderón, quien expresó su admiración por el cantautor, destacando su aportación a la cultura y el entendimiento entre las sociedades mexicana y española. El mandatario subrayó cómo Serrat, a través de su música y compromiso social, había ayudado a fortalecer los vínculos culturales y humanos entre ambos países.
La relación de Serrat con México no ha sido únicamente profesional; es también profundamente personal y fraterna. A mediados de los años 70, el cantautor tuvo que exiliarse en nuestro país tras condenar públicamente la represión del régimen franquista, lo que provocó que sus trabajos fueran censurados en España.
Durante ese exilio, Joan Manuel Serrat encontró a Elena Galindo, una amiga entrañable, conocida cariñosamente como La Gordita. Esta mujer, figura clave en la vida del cantautor no sólo le ofreció apoyo, sino también una camaradería inquebrantable en un momento delicado de su carrera y vida personal. En su honor, Serrat y sus músicos bautizaron como La Gordita a la camioneta que los acompañó siempre en sus recorridos artísticos por distintas regiones del país, llevándolos a conocer rincones de México que marcarían su conexión con la tierra que los acogía.
Galindo, con una visión generosa, solía afirmar que el objetivo no era generar ganancias, sino asegurar el sustento de los músicos de Serrat y de sus familias, quienes también lo acompañaban en esta travesía. Durante su estancia, Serrat estrechó lazos con la familia Taibo, una familia emblemática para los exiliados españoles en México, conocida por su compromiso con las artes y la cultura. Los Taibo se convirtieron en una red de apoyo fundamental para muchos españoles y particularmente para él, reforzando un vínculo cultural entre España y México que trascendió fronteras y generaciones.
Tras la muerte de Francisco Franco, Serrat regresó a España, pero México se convirtió en una parada infaltable en sus giras, y su música ha seguido resonando en el país. La entrega del Águila Azteca en 2010 fue el reconocimiento oficial de esta relación especial, simbolizando no solo la admiración de un país por el artista, sino también el agradecimiento hacia una figura que ha sabido captar la esencia y el espíritu de la cultura mexicana en su obra.
La última gira de Serrat, El vicio de cantar, que culminó en el Palau Sant Jordi de Barcelona en diciembre de 2022, marcó el final de su carrera en los escenarios. Este tour fue una oportunidad para que el artista compartiera una vez más su arte con su público, cerrando un ciclo de actuaciones que comenzó en la década de los sesenta. En cada concierto, dejó una muestra de su estilo único, que ha sabido evolucionar sin perder su esencia.
Las ausencias de los escenarios de Serrat han sido realmente muy pocas. Solamente en 2004 —cuando fue diagnosticado con cáncer de vejiga—, el padecimiento lo obligó a poner en pausa su carrera musical para enfocarse en su salud. Tras un año de tratamiento, se sometió a una cirugía en la clínica Quirón de Barcelona, en la que logró superar la enfermedad. El diagnóstico —asociado en parte a su fuerte historial de tabaquismo—, fue un momento crucial para el cantautor, quien tuvo que enfrentar además de los retos físicos de su recuperación, el desafío emocional de una posible despedida de los escenarios.
Sin embargo, a pesar de esta pausa forzada, Serrat nunca abandonó su pasión por la música. Poco después de recuperarse, regresó a los escenarios con la misma energía y dedicación, afirmando que «la música es mi vida y siempre lo será». Este retorno mostró su compromiso con su arte y su determinación. Su historia con el cáncer conmovió a sus seguidores, pero también sirvió como un ejemplo de fortaleza y amor por su vocación.
Serrat, a lo largo de su vida ha dado quizá medio millar de entrevistas, pero sin duda la más significativa de todas fue la que sostuvo en noviembre de 1977 con el célebre periodista Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo, de Televisión Española (TVE), un espacio de entrevistas en profundidad, emitido entre los años 1976 y 1981, en el cual se exploraban las vidas y trayectorias de figuras destacadas de la cultura, la ciencia y las artes.
Este espacio televisivo permitió a figuras públicas abrirse y mostrar aspectos menos conocidos de su vida y carrera. Serrat, con entonces 34 años, aceptó esta invitación en un momento clave de su trayectoria, cuando ya había conquistado al público español y latinoamericano. La reseña de esta charla es un paso imprescindible para entender los orígenes y la evolución del cantautor.
La relevancia de Serrat en 1977 se debía no exclusivamente a su talento como cantautor, sino también a su posición como representante de la resistencia cultural. Era un defensor de la identidad catalana y la libertad de expresión, valores que en esa época resonaban muy fuerte en una España que apenas se recuperaba de la dictadura de Franco.
En su música, Serrat había logrado un equilibrio entre lo popular y lo poético, convirtiéndose ya en una voz de la conciencia social. Sus letras reflejaban una sensibilidad hacia los problemas humanos, especialmente hacia los retos que enfrentaban las clases trabajadoras y los grupos oprimidos. En esta entrevista, con Joaquín Soler Serrano (Murcia 1919-Barcelona 2010) Serrat tuvo la oportunidad de mostrar al periodista y a su audiencia, lo que realmente había detrás de su obra y su fama.
Cuando el canal era un río / cuando el estanque era el mar / y navegar era jugar con el viento / era una sonrisa a tiempo
La historia de los padres de Serrat tuvo una fuerza emocional que marcó la perspectiva de vida. Su madre, Ángela Teresa, nacida en Belchite —un pequeño municipio de la provincia de Zaragoza en Aragón, hoy de apenas mil 600 habitantes—, llegó a Barcelona, acompañada de varios niños, huérfanos, escapando de los horrores de la Guerra Civil española. Su padre, José Serrat, también barcelonés, experimentó la devastación de la guerra y los campos de concentración, lo que influiría en los valores y el carácter de su hijo.
Para Serrat, la unión de sus padres se forjó en un contexto de soledad y desarraigo, en el que ambos encontraron en el otro un refugio frente a las pérdidas que les había impuesto la guerra. Este origen familiar con un trasfondo de lucha y supervivencia le dio una empatía profunda y una conciencia sobre las dificultades que enfrentan quienes viven en la periferia de la sociedad.
El barrio de Poble-Sec, en las laderas de Montjuïc —una colina ubicada en Barcelona, cuyo nombre proviene del catalán y significa Monte de los Judíos, probablemente en referencia a un antiguo cementerio judío que existió en la zona durante la Edad Media—, donde él nació y creció, era un entorno humilde, caracterizado por una vida proletaria y comunitaria, en compañía de Carlos, su hermano mayor. Serrat describe su hogar como un lugar donde convivían con sobrinas huérfanas, creando un ambiente que exigía trabajo duro y solidaridad para salir adelante. Este contexto le enseñó desde pequeño el valor de la familia y la resistencia frente a la adversidad.
Serrat hablaba con nostalgia y precisión sobre su infancia en Poble-Sec. Describía cómo las experiencias de ese entorno proletario lo marcaron profundamente: “Lo que a uno le sigue sirviendo al cabo de los años son cosas que aprendió allí y no en otros lugares”. Su descripción del lugar, donde “en las estrecheces y en las oscuridades, muchas veces uno puede encontrar la suficiente ternura como para sentirse bien”, revelaba su afecto por el lugar y cómo esa etapa temprana influyó en su carácter.
Las calles estrechas y oscuras —según las describe en sus canciones—, simbolizan no sólo su infancia, sino también la realidad de muchas familias que vivían en condiciones similares. Sin embargo, a pesar de su aparente dureza, el barrio ofrecía una calidez y una sensación de pertenencia que él recordaba con nostalgia y respeto.
Hoy, el hogar de Joan Manuel Serrat en Poble-Sec, es un sitio icónico para sus seguidores. Situada en la calle Poeta Cabanyes número 95, esta es la misma zona donde nació, pasó su infancia y a la que a menudo, hace referencia en su música; tiene un ambiente de vida cotidiana que mezcla diferentes culturas, especialmente latinoamericanas y asiáticas, y en la actualidad se ha convertido en un punto de encuentro, tanto para locales como para admiradores.
La fachada del edificio donde habitaba es sencilla, de estilo tradicional, con acabados en tonos neutros y ventanales con contraventanas de madera pintadas en un color claro. Las contraventanas poseen un diseño clásico y están decoradas con detalles en hierro en la parte baja, que le dan un toque sobrio y elegante. Sobre la puerta de entrada se observa el número «95», y a la derecha, una placa conmemorativa que dice, con grandes letras mayúsculas: «EN AQUESTA CASA VA NÉIXER EL DIA 27 DEL XII DEL 1943 EL CANTAUTOR JOAN MANUEL SERRAT. BARCELONA 15.X.1989”. (En esta casa nació el día 27 de diciembre de 1943 el cantautor Joan Manuel Serrat. Barcelona, 15 de octubre de 1989).
Los padres de Serrat realizaron sacrificios importantes para que él pudiera estudiar, una decisión que tuvo un gran impacto en su vida. En su época, pocas familias humildes podían permitirse enviar a sus hijos a la escuela, y menos aún a la universidad. Sin embargo, los Serrat hicieron esfuerzos extraordinarios para que su hijo pudiera acceder a la educación.
Él comentó cómo sus padres sacrificarían incluso un jornal para permitirle estudiar, el cual complementaba con becas y trabajos durante las vacaciones. Esta experiencia le dio una visión clara sobre el valor de la educación como una herramienta para mejorar, pero también le enseñó la dureza de tener que luchar constantemente para conseguir oportunidades.
Esta etapa temprana de su vida fue crucial para su desarrollo como artista y como individuo. Si bien Serrat finalmente dejaría los estudios para dedicarse a la música, su paso por la universidad le permitió adquirir conocimientos que influirían en su perspectiva existencial. Este esfuerzo, a pesar de las limitaciones económicas, moldeó su carácter y lo hizo reflexionar sobre la realidad.
En la extensa charla —de casi 2 horas con Joaquín Soler Serrano—, Serrat comentó que antes de dedicarse plenamente a la música, tuvo un paso interesante por el mundo laboral y la milicia, experiencias que influyeron en su carácter y su forma de ver el mundo.
En su juventud, estudió para ser perito agrícola en la Universidad Laboral de Tarragona, una carrera que le permitió desarrollar una conciencia cercana al trabajo de campo y las realidades del entorno rural. Durante ese tiempo, trabajó para una empresa agrícola donde se desempeñaba en la venta de abonos y otros productos relacionados con la agricultura. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que este trabajo no encajaba con sus aspiraciones personales; a menudo hablaba de la incomodidad de promover productos que sentía innecesarios, lo que lo llevó a buscar otros caminos. Su experiencia laboral en la agricultura no sólo le brindó relativa independencia económica, sino que también lo acercó a las vivencias y necesidades del mundo obrero y rural, temas recurrentes en sus canciones.
Por otro lado, también vivió una experiencia significativa en la milicia, un aspecto que, en su momento, era prácticamente ineludible para los jóvenes de su generación en España. Al cumplir con el servicio militar obligatorio, se encontró en un entorno disciplinado y autoritario, alejado de la libertad creativa que buscaba. Durante ese periodo, Serrat empezó a escribir sus primeras canciones, utilizando su guitarra como un medio para sobrellevar la rutina militar y fortalecer la camaradería con sus compañeros. En la milicia, formó un pequeño grupo musical que le permitió desarrollar su identidad como cantautor, un germen de lo que más tarde sería su carrera artística.
Serrat describió su relación con la música como “un hallazgo casual, más que una vocación” desde niño. Su interés por la guitarra y la música surgió en la adolescencia, sin tener una motivación profesional. La música era para él una actividad entretenida, una forma de conectar con otras personas, especialmente con las jóvenes de su edad.
Al principio, su deseo de tocar la guitarra estaba influido por el contexto cultural de la época, cuando muchos jóvenes en España empezaban a experimentar con el rock y otras influencias musicales internacionales. Este contexto le permitió familiarizarse con la guitarra y con los primeros acordes, que luego se transformarían en canciones.
Su honestidad al hablar de sus motivaciones iniciales con Soler Serrano, reveló un aspecto particular de su personalidad: lejos de considerarse un prodigio, se veía a sí mismo como alguien común que encontró en la música un medio para expresarse y conectar con otros. Sin embargo, su amor por la música fue creciendo, y pronto descubrió que tenía una capacidad especial para componer canciones que resonaban entre la gente.
Con el tiempo, la música dejó de ser una simple afición para convertirse en un compromiso y reconoció que la popularidad de sus canciones le impuso una responsabilidad hacia su audiencia, y empezó a considerar su rol como cantautor con seriedad, entendiendo que sus canciones podían influir y transformar la realidad de quienes las escuchaban.
Si em moro, que em mori / de cara a la mar, / que sempre la vida, / la vida és començar.
El movimiento de la Nova Cançó catalana, en el que Serrat participó desde sus inicios, fue fundamental para su desarrollo como artista y como activista. Este movimiento promovía el uso de la lengua catalana en la música popular, lo que representaba un acto de resistencia frente a la opresión cultural y lingüística impuesta por el régimen franquista.
Serrat se convirtió entonces en una figura clave de la Nova Cançó, y su decisión de cantar en catalán fue un posicionamiento claro en favor de la identidad cultural de Cataluña. Sus primeras canciones en catalán, como Cansó de matinada, se convirtieron en himnos para una generación que buscaba reafirmar su identidad en un contexto de represión.
Una de sus estrofas emblemáticas en catalán expresa: Si em moro, que em mori / de cara a la mar, / que sempre la vida, / la vida és començar. (Si muero, que muera / de cara al mar, / que siempre la vida, / la vida es comenzar) y forma parte de su canción Cançó de bressol (Canción de cuna). Serrat utiliza esta metáfora para expresar un deseo de morir mirando al mar, en un gesto de aceptación de la vida como un constante recomenzar.
El punto culminante de su compromiso con la cultura catalana se dio en 1968, cuando fue elegido para representar a España en Eurovisión. Al exigir cantar en catalán, una petición que fue rechazada, Serrat optó por renunciar a esta oportunidad, lo que tuvo consecuencias en su carrera, ya que enfrentó la censura de los medios y la reprobación de sectores nacionalistas. Describió esta decisión como un acto de dignidad y convicción: “Pienso que hice lo que debía hacer y sigo todavía pensándolo”. Para él, cantar en catalán era una forma de dar visibilidad a una cultura que, en sus palabras, estaba en “una situación de inferioridad tan grande, con represiones tan fuertes encima”, que merecía ser defendida.
Este acto de resistencia consolidó su figura como un defensor de la libertad de expresión y de la cultura catalana. Serrat pagó un precio alto por su postura, pero en lugar de retractarse, reafirmó su compromiso con su identidad, demostrando una valentía que resonó en el público y lo convirtió en un referente de la defensa de los derechos culturales.
La influencia de la poesía en la obra de Serrat es evidente, y su interés por autores como Antonio Machado y Miguel Hernández refleja su profundo respeto por la literatura. En 1969, Serrat lanzó un disco homenaje a Machado, en el que musicalizó algunos de sus poemas, acercando la obra del poeta a un público amplio.
Esta decisión fue polémica, ya que algunos puristas consideraron que la poesía de Machado no debía ser «popularizada» a través de la música. Sin embargo, Serrat defendió su elección, argumentando que la difusión de la obra de Machado era necesaria en un país donde la educación y la cultura estaban limitadas a ciertos sectores de la sociedad.
El disco sobre Machado no solo amplió la popularidad del poeta, sino que también reforzó la posición de Serrat como un artista comprometido con la cultura. Serrat sentía que la poesía podía conectar emocionalmente con la gente, y su interpretación de los versos de Machado transmitía una sensibilidad que iban acordes con los valores de justicia y libertad.
En los años 70, Serrat lanzó un disco basado en la obra de Miguel Hernández, otro poeta profundamente marcado por su contexto social y político. Para Serrat, Hernández representaba la lucha y el sacrificio en nombre de la dignidad, valores que ha compartido y que busca transmitir en sus canciones.
Prefiero los caminos a las fronteras / y una mariposa al Rockefeller Center /y el farero de Capdepera / al vigía de Occidente
Los viajes de Serrat a América Latina tuvieron un impacto significativo. Durante los años 70 la región vivía una época de intensa agitación política, con movimientos de resistencia y gobiernos que intentaban establecer cambios estructurales en la sociedad. Los testimonios de esa época, marcados por las dictaduras y la opresión, ampliaron su perspectiva y su sentido social. Él sintió que no podía mantenerse indiferente ante las realidades de estos países que, aunque distantes geográficamente, compartían una historia de lucha similar a la de su propia Cataluña.
Este compromiso se vería reflejado en sus canciones, donde comenzó a incorporar temas que abordaban la justicia, la libertad y la dignidad humana. América Latina no solo le brindó un público leal y fervoroso, sino también una inspiración que nutriría su arte y fortalecería su posición como un cantautor socialmente consciente.
En particular, fue testigo de la experiencia socialista de Salvador Allende en Chile, donde la llegada del socialismo por la vía democrática parecía abrir una esperanza para los países latinoamericanos. Asistió a este proceso con admiración, pero el golpe de Estado que puso fin al gobierno de Allende le dejó una profunda frustración.
Además de Chile, desarrolló una relación cercana con Uruguay y Argentina, donde se encontró con un público que lo recibía con fervor y donde descubrió amigos que estarían dispuestos a arriesgar su vida por sus ideales. En Argentina, Serrat se encontró con un público que lo acogió con devoción, un vínculo que se fortalecería a lo largo de los años y que perdura hasta hoy.
A pesar de su fama y reconocimiento, Serrat nunca se ha sintió cómodo con la etiqueta de “triunfador”. Para él, el éxito es una construcción que, en muchos casos, deshumaniza al artista y lo convierte en una herramienta para perpetuar ideas que van en contra de los valores sociales que él defiende. Por el contrario, considera que el concepto de éxito puede ser engañoso, pues presenta la ilusión de que cualquiera puede llegar a la cima si se esfuerza lo suficiente. Esta idea, según él, es una falacia que solo sirve para mantener las desigualdades sociales y para crear ídolos con los que el público se identifica, mientras se ignoran las condiciones reales de quienes no logran “triunfar”.
En la entrevista, Serrat expuso que su éxito, aunque le había dado comodidades materiales, también le había creado conflictos internos. Su deseo de mantenerse fiel a sus raíces y a sus principios lo ha llevado siempre a cuestionar constantemente las decisiones que toma en su carrera, tratando de evitar que la fama lo aleje de su identidad y de su compromiso con la gente común. Esta autocrítica y reflexión sobre el éxito lo convirtieron a la postre en un personaje único en el panorama musical. Lejos de buscar el brillo superficial de la fama, se esforzó siempre por utilizar su posición para hablar de temas importantes y conectar con un público que hasta hoy ve en él un reflejo de sus propias luchas y aspiraciones.
De vez en cuando la vida / se nos brinda en cueros / y nos regala un sueño tan escurridizo / que hay que andarlo de puntillas / por no romper el hechizo
Durante varios momentos de la entrevista con el programa A fondo, de Televisión Española Serrat reflexionó sobre sus contradicciones personales. Reveló que pesar de ser una figura pública, sentía que su vida estaba llena de dilemas y tensiones internas que lo llevaba muchas veces a cuestionar su camino y sus decisiones. Este conflicto interno había surgido de su deseo de mantenerse auténtico en una industria que, a menudo, fomenta la superficialidad. Serrat se definía entonces no como un músico prodigioso, sino simplemente como un «hacedor de canciones» que buscaba conectar con la gente de manera genuina y sincera.
La lucha por encontrar un balance entre su identidad pública y su vida privada fue un tema recurrente en sus reflexiones. Serrat temía perder de vista quién era realmente y ser absorbido por la imagen que otros tenían de él. Este temor—decía entonces—, lo llevaba a mantenerse vigilante y a buscar constantemente una renovación personal y artística. En última instancia, Serrat aseguraba que el arte, para él, era un medio de autoconocimiento y una forma de reconciliar sus dudas y contradicciones. A través de sus canciones, expresaba sus inquietudes y su búsqueda de sentido en un mundo complejo y, a veces, confuso.
Serrat escudriñaba desde entonces una visión clara sobre su papel como artista popular. Para él, su responsabilidad no debía limitarse a entretener, sino que también debía reflejar las preocupaciones y las realidades de su público. La popularidad le había dado una voz que utilizaba para hablar de amor, pero también para cuestionar igualmente injusticias y despertar conciencias.
A lo largo de la entrevista, reiteró que su éxito dependía de la gente que lo escuchaba, y que esta popularidad definitivamente le imponía una obligación moral. Como artista, se sentía en deuda con su público, y esto lo impulsaba a crear canciones que contuvieran un propósito y resonaran en el contexto social de su época.
Esta perspectiva lo distinguía de otros artistas de su tiempo, pues su compromiso no se limitaba al escenario. Serrat asumía su rol como figura pública con seriedad, y su objetivo era ser una voz que reflejara las inquietudes y los sueños de quienes lo escuchaban, más allá de las modas y las tendencias comerciales.
Al final de la entrevista, Serrat hizo una reflexión que encapsulaba su visión sobre el futuro de su país. Hizo hincapié en la necesidad de una mejora estructural en el sistema educativo. Consideraba que una de las principales carencias en España era la falta de escuelas adecuadas y accesibles para toda la población. En su opinión, invertir en educación no solo es esencial para el progreso, sino también una herramienta crucial para reducir la desigualdad y los conflictos sociales.
Además, destacó la importancia de que los ciudadanos recibieran una formación completa, no solo académica sino también cultural y social. Para él, el conocimiento era una herramienta de libertad y dignidad que permite a cada individuo desarrollarse plenamente y cuestionar su realidad. De esta manera, creía Serrat, se fomentaría una generación capaz de pensar críticamente y de no depender de figuras autoritarias o sistemas restrictivos. La educación, desde su perspectiva, debía ser la base de una sociedad más justa y consciente de sí misma.
Una sociedad educada es una sociedad libre, capaz de cuestionar y de entender su realidad —manifestó—. La educación, para él, era la clave para superar las divisiones y las injusticias que habían marcado la historia de España, y un medio para que las nuevas generaciones pudieran construir un país mejor.
Quizá, llegar a viejo / sería todo un progreso / un buen remate / un final con beso / en lugar de arrinconarlos en la historia / convertidos en fantasmas con memoria
A lo largo de su vida, Serrat, este hombre de lozanía ya en retirada y de voz suavemente apagada por los años, se ha vuelto un observador de su propia historia; perfila un recorrido marcado por la honestidad y una sensibilidad que trasciende estilos y épocas. Su obra, sostenida por una visión crítica y profundamente humana, ha logrado conectar con varias generaciones. No se limita a la moda o a la política coyuntural y esto ha quedado de manifiesto a través de sus composiciones y su música.
En Asturias —antes de la entrega del galardón—, una reseña periodística dio cuenta de que Joan Manuel Serrat había vivido ahí una jornada emotiva donde, entre el sonido de las gaitas que lo despertaron y el entusiasmo juvenil de los estudiantes del IES Río Nora en Pola de Siero, recibió el cariño y admiración del público. La jornada culminó en el Teatro Jovellanos de Gijón, con un auditorio completo, donde las sonrisas y aplausos acompañaron su conversación con su contemporáneo, el connotado periodista Iñaki Gabilondo, quien condujo el encuentro.
Gabilondo —ampliamente conocido por su habilidad para llevar a sus entrevistados a reflexionar—, inició la conversación repasando los primeros años de Serrat, desde su nacimiento en Poble-Sec hasta aquellos veranos en Viana, Navarra. “Allí me adoptaron unas amigas de mi madre, quienes me enseñaron algunas maldades, pero también el amor por la naturaleza,” reveló Serrat, evocando a esas mujeres que despertaron su interés por la biología, carrera que inició pero no llegó a completar.
En su plática, el premio Princesa de Asturias de las Artes que recibiría, fue un tema recurrente. Serrat, consciente de la carga simbólica del galardón, expresó su gratitud al país asturiano que lo ha acogido tantas veces y afirmó que esta distinción tenía “una implicación especial, un eco en el pueblo y en el país, que ningún otro premio ha logrado”.
En su charla sobre el paso del tiempo, ambos coincidieron en un tono humorístico al abordar la vejez. Con su ironía característica, Serrat, recordó un chiste: “Hacerse viejo tiene dos problemas: uno es que vas perdiendo la memoria, y el otro… ya no me acuerdo”. Ante las carcajadas del público, añadió: “Yo creo que hacerse viejo no es más que el resultado del paso del tiempo, y eso es lo que somos: tiempo”.
Luego de recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes y a punto de cumplir 81 años, Serrat parece cerrar un ciclo que abarca toda una vida entregada a la creación. Este reconocimiento se convierte en un emblema, un tributo a su coherencia y a su compromiso con la cultura. No habrá que tomarlo como una despedida amarga, como bien lo ha dicho él; por el contrario, habrá que entenderlo como un reconocimiento sereno hacia una vida que, incluso en sus últimos capítulos, a su paso sigue encontrando motivos de gratitud.
Para quienes al paso del tiempo le valoramos profundamente y hemos escuchado e interpretado sus canciones, este galardón es algo más que un homenaje. Serrat se presentó en la ceremonia del pasado viernes no sólo como el artista que recibe la admiración del público, sino como el hombre que, en la plenitud de su madurez, observa su propio recorrido con calma.
En su breve y preciso discurso, mostró la lucidez de quien ha aprendido a valorar cada palabra, cada acorde, y en esos “tres minutos” de reflexión condensó toda una existencia, recordándonos que la verdadera profundidad reside en lo esencial, lo directo y en lo que perdura, sin necesidad de adornos. Tal vez ahí radica su auténtica grandeza.