
Asume César Castillejos vocería de Unión Maronita en México
El exgobernador de Chiapas y hoy cónsul de México en Orlando, habla de su cercanía con López Obrador, las ciudades rurales, los programas sociales con la ONU, la Torre Chiapas y de sus recuerdos familiares
Juan Sabines: la política como herencia y destino
Juan Sabines Guerrero repasa sus años como gobernador de Chiapas: la contienda electoral que lo llevó al poder con el apoyo de López Obrador, sus programas sociales alineados con la ONU, las polémicas ciudades rurales, la Torre Chiapas, las acusaciones por la deuda y los homenajes a su padre. Entre anécdotas familiares y reflexiones políticas, el cónsul de México en Orlando defiende un legado marcado por su apuesta a los pobres, la cercanía con el presidente López Obrador y el indudable peso de su apellido
Alberto Carbot / II y última parte
Han pasado más de diez años desde que dejó la gubernatura de Chiapas, pero la conversación con el hoy cónsul de México en Orlando, Juan Sabines Guerrero, sobre aquella etapa no suena nostálgica, sino quirúrgica. Habla con frases breves, a veces con cierta vehemencia, como si las decisiones que tomó entonces —varias impopulares, otras incomprendidas y muchas, hoy sin continuidad—, todavía estuvieran sobre la mesa. En la memoria pública persisten obras, cifras, logros y también heridas políticas abiertas.
Durante seis años, de 2006 a 2012, gobernó una de las entidades más desiguales del país, con más de la mitad de la población en condiciones de pobreza extrema, según cifras del propio Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). El reto no era menor: Chiapas, con más de 4 millones de habitantes en ese momento, 122 municipios y al menos 12 grupos indígenas, no podía seguir siendo administrado desde un escritorio.
—Llegamos sin luna de miel —dice directo—. Había un sistema entero que teníamos que desmontar y otro que había que construir desde cero.
Uno de sus ejes centrales fue atacar frontalmente la pobreza con el respaldo técnico de organismos internacionales, entre ellos el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De esa colaboración nació la llamada Agenda Chiapas–ONU, un conjunto de políticas públicas alineadas con los Objetivos del Milenio. La estrategia incluyó desde transferencias directas hasta la creación de un padrón único de beneficiarios.
La charla tiene lugar en un restaurante del sur de la Ciudad de México. Sabines está acompañado de su esposa, Isabel Aguilera Aburto. Viste con sobriedad: chamarra oscura, camisa clara sin corbata. De complexión robusta y con el cabello entrecano que le da la apariencia de más edad de la que realmente tiene, sus manos, inquietas y enérgicas, desmienten al tiempo y revelan una vitalidad que aún lo acompaña. A veces baja la voz, no para ocultarla de las mesas vecinas, sino como si reflexionara en privado. Puntea los dedos de una mano con la otra, como quien subraya ideas.
Isabel —exreina de belleza, Señorita Tlaxcala 1990, aunque nació en Cuernavaca Morelos—, escucha atenta, dejando que él hable y se explaye. Aclara que “a los 5 años nos mudamos a Tlaxcala, porque el gobernador Emilio Sánchez Piedras nombró secretario de Salud a mi papá. Y ahí radicamos desde entonces”.
En los momentos precisos, interviene para aportar detalles vividos de aquella campaña electoral en que lo acompañó con determinación, una presencia paciente y reflexiva en cada paso. De 7 hermanos, ella es la hija menor de la pareja formada por la guerrerense Matilde Aburto García y Manuel Aguilera Arroyo, un destacado epidemiólogo michoacano, colaborador de la Organización Mundial de la salud (OMS). Aporta equilibrio y una mirada serena que contrastan con la intensidad pública de su pareja.
Orgullosa, menciona a sus 3 hijos —Juan Pablo, de 32 años, Jaime, de 29 y María Isabel de 28—. El primero estudió Media Comunication; forma parte del equipo de comunicación del Cruz Azul y vive en México, un logro ganado exclusivamente con su talento —dice ella—. Sabines sonríe y asiente. Jaime, el de en medio, estudió Relaciones Internacionales y se ha especializado en finanzas. La menor se desempeña como kinesióloga y es la única que radica en Orlando.
Ambos reiteran con admiración el esfuerzo de los jóvenes. “Su desarrollo profesional y empleos han sido sólo méritos de ellos mismos; nunca han avanzado gracias a las relaciones de sus padres, sino por esfuerzo propio”, comenta Sabines.
Luego, la conversación gira hacia su madre, doña María de los Ángeles Guerrero, fallecida durante la pandemia de Covid en 2020. Al recordar su nombre, el tono se quiebra un instante. Se hace un silencio breve, apenas un respiro antes de retomar el hilo.
Isabel —un pilar en esa mesa compartida entre historia pública y vivencias familiares—, lo mira sin palabras, y ese gesto dice más que mil frases: ella la conoció primero, incluso antes que a su esposo, porque, durante muchos años, la madre de Sabines formó parte del equipo organizador del célebre certamen de belleza, en el cual ella resultó triunfadora en Tlaxcala.
—¿Cómo forjaste tu camino hacia la gubernatura de Chiapas? —le pregunto a Sabines.
—Tenía 38 años y el PRI me cerró la puerta. Cancelaron las encuestas internas y designaron a José Antonio Aguilar Bodegas como su candidato. Aún siendo el más fuerte en encuestas, no me dejaron participar. Fue Andrés Manuel López Obrador, en ese momento dirigente del PRD, quien me abrió la puerta. Nadie más lo hizo. Nos sumamos, armamos una alianza opositora —recuerda—. Francisco “Paco” Rojas del PAN declinó, y Emilio Zebadúa del Partido Nueva Alianza también se retiró de la contienda para apoyar al candidato del PRI-PVEM: Con esto se consolidó la coalición Por el bien de todos y, finalmente, llegué a la gubernatura.
La elección del 20 de agosto de 2006 fue muy desigual. “Nos enfrentamos a una elección de Estado. Nos cerraron los medios, nos cortaban la luz en los eventos y hasta apagaban los micrófonos. Todos los gobernadores priistas se volcaron al apoyo de mi rival, y hasta el presidente panista se sumó. Sin embargo, triunfamos con un margen estrecho, pero ganamos con la gente, no con las estructuras”.
—¿Y qué papel jugó López Obrador en ese momento?
—Decisivo. Bastaba una llamada suya para levantarme el ánimo. En medio de la adversidad, escuchar su convicción de que primero estaban los pobres me daba rumbo. Eso coincidía exactamente con lo que yo quería para Chiapas.
Antes de ese salto estatal, Sabines ya había probado la política local. Fue diputado por Tuxtla Gutiérrez en un distrito disputado y después, presidente municipal de la capital del estado, que obtuvo con 96 mil votos, un récord histórico —presume—. En un año de gestión impulsó obras visibles: el reordenamiento de la terminal, la modernización del mercado viejo, clínicas de la mujer y con apoyo de su esposa, trajo el primer mastógrafo a Chiapas.
En la contienda por la alcaldía de Tuxtla Gutiérrez enfrentó a Juan Carlos Cal y Mayor, un adversario al que todavía hoy se refiere con afecto.
—Le ganamos dos a uno —recuerda—, pero fue un gran rival: brillante, carismático, excelente candidato.
A la distancia, distingue lo que fue la batalla electoral, de lo que son los vínculos personales.
—Una cosa es la candidatura y otra la relación —matiza. Con Raúl Cal y Mayor, mantiene un trato cercano: “Lo quiero mucho, es como mi hermano. Hace poco hablé con él y salió el tema de Juan Carlos, que ha estado un poco delicado”.
La misma línea de respeto la guarda hacia José Antonio Aguilar Bodegas, su contrincante en la gubernatura.
—Fue un gran candidato, le tengo aprecio y respeto —asegura—. Con él no he hablado en un tiempo, pero siempre lo recuerdo con afecto.
—El apellido Sabines te ayudó a alcanzar tus objetivos electorales?
—No es precisamente una garantía, aunque sí me ayudó mucho. Por ejemplo, mi medio hermano Carlos Sabines —en paz descanse—, perdió una elección en el año 2000 para diputado federal. Eso me enseñó que el apellido no basta. El trabajo de base es lo que cuenta.
Hace una pausa breve. Luego prosigue y recuerda cómo buscó obtener una diputación local en el Congreso chiapaneco, abanderado entonces por el PRI, en medio de un proceso bastante conflictivo:
—Las oficinas del partido estaban tomadas y hubo dos listas de candidatos… fue un verdadero lío. Pero al final fui propuesto y ganamos el distrito I, el oriente de la ciudad. Fue un campanazo, porque durante dos legislaturas seguidas el PRI había perdido en ese distrito, y yo lo recuperé. Eso no fue solamente por el apellido, sino por recorrer cada colonia, cada calle de manera intensa, sin descanso.
Una vez al frente del gobierno del estado, la pobreza extrema fue su obsesión. Con la Agenda Chiapas–ONU afirma haber sacado de esa condición a 72 mil personas. “Suena fácil, pero en Chiapas nunca antes había bajado. Siempre aumentaba” —menciona.
Ese diagnóstico derivó en su proyecto más polémico: las Ciudades Rurales Sustentables. La dispersión de 23 mil comunidades menores a 50 habitantes hacía imposible llevar servicios básicos.
—Era un riesgo, pero era necesario —defiende—. No había forma de llevar agua, educación y salud a cada caserío aislado en la sierra. Teníamos que apostar por la concentración para poder garantizar servicios.
Los resultados fueron desiguales: algunas lograron consolidar empleos mediante plantas de cacao, empacadoras de alimentos o talleres de ropa hospitalaria; otras, en cambio, quedaron inconclusas y no alcanzaron el dinamismo esperado.
—¿No fue un error estratégico impulsar un modelo que después ya no continuaron los gobiernos que te sucedieron?
—No. Fue arriesgado, sí, pero necesario. Y aunque no todas prosperaron, el modelo fue reconocido fuera de México como un intento innovador de romper con la dispersión que condenaba a Chiapas a la pobreza.
Señala que los resultados fueron mixtos: algunas ciudades lograron consolidar empleo con plantas de cacao, talleres de ropa hospitalaria o empacadoras de alimentos; otras quedaron inconclusas. “Aun así, el modelo fue reconocido fuera de México. Era una manera de romper con la dispersión que siempre nos condenaba a la pobreza. Creamos plantas de cacao, empacadoras de tomate y huevo, talleres de ropa hospitalaria. La idea era dar empleo y servicios” —reseña.
En Tapachula quiso replicar lo que su padre había hecho en Tuxtla Gutiérrez: impulsó el Parque Bicentenario, la remodelación de la Catedral de San José y su atrio, y el fortalecimiento de la feria ganadera. Obtuvo apoyo de obispos como Felipe Arizmendi y Rogelio Cabrera, pero también de iglesias evangélicas.
Su administración también invirtió en salud y educación: duplicó el número de camas hospitalarias, creó más de 800 clínicas y amplió la UNACH y la UNICACH con 16 campus nuevos. “Nadie ha hecho más hospitales que nosotros”, insiste.
Y entonces aparece como tema la Torre Chiapas, una de las obras más controvertidas de su gestión, como lo fueron las denominadas ciudades rurales.
—“El presidente Felipe Calderón me preguntó: ‘¿Qué le hacía tanta falta a Chiapas una torre?’. Yo le respondí con cierta ironía: ‘Costó menos que la Estela de Luz y aquí trabajan tres mil personas’. La torre es propiedad del estado, con una empresa paraestatal que la administra. Tiene consulados, oficinas federales y de la ONU. Es un edificio inteligente”.
En seguridad, Sabines presume haber puesto a Chiapas en la cima. “Se instalaron rayos X en accesos a Tuxtla, cámaras conectadas al Ejército, la Procuraduría y C4. El policía ya no podía desviarse, estaba vigilado. Asimismo, se implementaron canjes de armas por laptops: cinco mil computadoras donadas, trece mil armas recuperadas. Logramos cero secuestros y cero asaltos bancarios”.
También se propuso revertir la imagen internacional de Chiapas. Durante los años noventa, el estado había sido catalogado por Estados Unidos como “very high risk”, una alerta que disuadía a turistas e inversionistas. “Cuando llegué al gobierno, la compañía aérea Continental me dijo que no podía abrir vuelos directos a Tuxtla Gutiérrez, porque el estado estaba marcado como de alto riesgo”, recuerda.
La solución la buscó en la diplomacia personal. Invitó a Chiapas al entonces embajador estadounidense, Tony Garza, sin explicarle del todo el motivo de la visita. Lo llevó a San Juan Chamula, a comunidades indígenas y a distintas regiones del estado, para mostrarle una realidad distinta a la que reflejaban los reportes de seguridad. “Garza recorrió Chiapas un fin de semana completo, en compañía de su hoy esposa, y se fue con otra percepción, más cercana, más humana”, relata.
A los pocos meses, Washington retiró la alerta. El estado pasó de estar en la lista negra de “very high risk” a ser considerado con un nivel de riesgo semejante al de Yucatán o Campeche. Para Sabines, ese gesto fue determinante: el levantamiento de la alerta tuvo efectos inmediatos. Con la nueva clasificación, Chiapas pudo atraer turismo, vuelos internacionales y espectáculos que antes parecían inalcanzables. “Eso abrió la puerta a que llegaran vuelos de Continental, la NASCAR y hasta los partidos de los Jaguares de Chiapas”, recuerda.
Tampoco se apropia del logro deportivo; reconoce la gestión de su antecesor en el impulso del equipo de fútbol. “Los Jaguares eran herencia del anterior gobernador, Pablo Salazar Mendiguchía, quien encabezó el estado de 2000 a 2006, pero gracias a que logramos quitar el estigma de alto riesgo, más gente pudo venir al estadio, se animaron los patrocinadores y el equipo tuvo más presencia”.
La deuda es otro de sus frentes más discutidos. “Es un mito que endeudamos Chiapas en 40 mil millones. La deuda real fue de 6 a 9 mil millones. El crédito más alto fue en 2010, tras lluvias que destruyeron puentes. El gobierno federal pagó el capital, nosotros sólo los intereses. Gracias a eso el río Sabinal no se desborda desde hace 12 años”.
—¿Por qué crees que ese mito persiste
—Porque lo inventaron con fines políticos, pero nunca lo probaron. Los créditos no son ocurrencias que uno pide en el banco de la esquina; requieren aprobación del Congreso y de Hacienda federal. Todo está registrado. Se usaron para obras concretas, como la reconstrucción después de las lluvias de 2010, cuando ríos como el Coatán y el Sabinal se desbordaron y había que ampliar los puentes. El gobierno federal cubrió gran parte de esos créditos y el estado sólo pagó intereses. En total, nuestra deuda fue de alrededor de 6 mil millones de pesos, de los cuales 3 mil los absorbió la federación y otra parte los municipios. Nunca rebasó los 9 mil millones, y dejamos recursos en caja para el siguiente gobierno. Sin embargo, algunos adversarios hablaron de 20 mil o hasta 40 mil millones, cifras disparatadas que jamás pudieron probar. Eso no es información: son mitos creados para golpear políticamente. Y hasta ahora, después de tantas auditorías y denuncias, nadie ha demostrado lo contrario —señala.
Recuerda también que durante su sexenio se crearon municipios como Emiliano Zapata, El Parral y Belisario Domínguez, además de una reorganización administrativa en la zona de Malpaso, dentro del municipio de Tecpatán. Este último caso, el de Belisario Domínguez, abrió un frente de conflicto con Oaxaca por estar enclavado en la región de Los Chimalapas, lo que derivó en un litigio ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
—Ese conflicto con Oaxaca, por la creación del municipio de Belisario Domínguez, ¿cómo lo resolviste en su momento?
—Fue un tema complejo, con traslapes de resoluciones presidenciales: por un lado, ejidos creados en tiempos de Díaz Ordaz y, por otro, comunidades comunales amparadas con Echeverría. Era evidente que faltaba autoridad local. Lo mencioné al gobernador en la Casa Oaxaca y acordamos crear un ayuntamiento. Cuando se formalizó el municipio con sus servicios y cabecera, Oaxaca lo impugnó ante la Corte, contrató despacho de abogados. Nosotros no; confió nuestra defensa al secretario de Gobierno, Noé Castañón, un abogado extraordinario. La Suprema Corte nos dio la razón. El municipio quedó firme y punto. Para mí, el conflicto tenía un cierre legal.
Lo dice con una seguridad inquebrantable, como si aquel fallo hubiera puesto un punto final. Pero ese cierre jurídico no fue el fin del conflicto. La disputa por Los Chimalapas, esa vasta región ancestral de la etnia zoque, sigue viva. En los hechos, el municipio de Belisario Domínguez fue suprimido tras la resolución de la Suprema Corte en 2021, que determinó que el territorio pertenece a Oaxaca. Aun así, lejos de disiparse, las tensiones han resurgido: en los últimos años, las comunidades han protagonizado cortes de agua y energía, han intensificado sus reclamos de servicios y hasta han planteado la necesidad de modificar los convenios agrarios que datan de décadas atrás.
Su relación con Felipe Calderón y López Obrador
Con Felipe Calderón, asegura, la relación fue de respeto, incluso en los momentos en que las diferencias políticas parecían inevitables.
—No fue ríspida, como algunos dicen. Fue respetuosa —aclara.
El expresidente panista visitó Chiapas en múltiples ocasiones. La mayor parte de esas giras estuvieron vinculadas a proyectos de salud: hospitales, clínicas y equipamiento.
—Hay que reconocerlo —añade Sabines—, destinó recursos importantes para la infraestructura hospitalaria. Eso ayudó a duplicar las camas y ampliar la cobertura en municipios que nunca habían tenido servicios médicos formales.
Esa interlocución, subraya, permitió que el estado tuviera por primera vez una red hospitalaria que no dependiera únicamente de la capital.
Con Andrés Manuel López Obrador, en cambio, la relación fue mucho más cercana y personal. “Siempre fue cordial y afectuosa. Estoy sumamente agradecido con él —dice con tono firme—. Fue el único que me abrió la puerta cuando todos los demás me la cerraron. Él me hizo candidato a gobernador, y después me nombró cónsul. Nunca lo olvido”. En su voz se mezcla la gratitud con la convicción política: comparte plenamente la visión de López Obrador de “primero los pobres”, una idea que —asegura—, fue también el eje de su propio gobierno en Chiapas.
Durante la charla, el peso del apellido Sabines aparece una y otra vez, como si fuera imposible separar la política de la memoria familiar.
De su padre, Juan Sabines Gutiérrez, heredó la convicción de que gobernar significa ponerse al frente en los momentos difíciles. La imagen que conserva es clara: 1982, el volcán Chichonal en plena erupción, más de veinte mil personas desplazadas de la región zoque y miles de vidas perdidas. “No había condiciones de vuelo, no había cómo entrar —recuerda—. Pero mi padre estuvo ahí, al frente, enfrentando la emergencia”.
Dos años antes, lo había visto recorrer Cintalapa y Tonalá tras el huracán Herminia, con los caminos destrozados y la gente sin auxilio. En esas escenas reconoce el origen de su propio impulso: “Esas experiencias me marcaron. De ahí nació Chiapas Solidario, un programa que entregaba directamente el recurso a la gente y con el que hicimos más de mil obras al año”.
La voz de Sabines baja al evocar esos recuerdos, como si aún fueran recientes. No los narra como episodios aislados, sino como la semilla de una manera de gobernar basada en el contacto directo con la gente.
De su tío, el poeta Jaime Sabines, asume otra herencia: la palabra. Lo describe como un creador que no escribía para académicos, sino para la gente común, capaz de ser leído en un taller, en una plaza o en la voz de un adolescente enamorado. “Fue un poeta popular, nunca de élites”, afirma con énfasis.
En 2009, al cumplirse diez años de su muerte, organizó un homenaje que quiso ser, más que una ceremonia solemne, una celebración de vida. Para Sabines Guerrero, se trataba de mostrar que su poesía seguía palpitando en la memoria colectiva. “Me permitió celebrar la vida de mi tío y demostrar que su poesía estaba viva en la gente común”, comenta. Ese día entendió que su historia personal llevaba dos raíces inseparables: la política de su padre y la palabra de su tío.
Uno de los momentos más emotivos ocurrió este año. En el más reciente homenaje a su padre, la llegada inesperada del gobernador Eduardo Ramírez Aguilar le dio un aire distinto. También asistieron el obispo emérito Felipe Aguirre Franco, mandos militares y de la Guardia Nacional, lo que convirtió la ceremonia en un acto con una carga simbólica inesperada.
“Me conmovió. Fue auténtico, sin acarreos. Un acto que no esperábamos de ningún gobernador”, dice. Cada año, amigos y viejos colaboradores acuden a esa cita: Sami David, Óscar Alvarado Cook, Juan Celedonio, Rafael Ceballos, Alejandro Navas, Felipe Pastrana. Se reúnen, evocan anécdotas y después terminan en el Aliba-bar, como lo han hecho durante décadas.
—Ese homenaje también desató luego ataques mediáticos… —le comento.
Su gesto cambia. Baja la voz y puntea los dedos con más fuerza sobre la mesa. Responde:
—Sí. Llegaron a decir incluso que yo no era hijo de mi padre. Eso no es periodismo, es calumnia —responde con firmeza. Aclara que no fue una crítica legítima, sino una campaña política disfrazada de noticia.
“No eran cuestionamientos, sino más bien intentos de lastimar. Mitos construidos por intereses editoriales de aquellos que siempre han buscado obtener beneficios o presionar”. En contraste —dice—, prefiere quedarse con la memoria viva de quienes acuden cada año: amigos, viejos colaboradores, ciudadanos comunes.
—Eso es lo auténtico. El homenaje, la compañía, la lealtad de los que siempre están. Lo demás son mentiras que el tiempo se ha encargado de desmentir.
Sabines no parece darse cuenta, pero habla de Chiapas como si aún lo gobernara: cada cifra, cada nombre, cada obra está en la punta de su memoria. La política lo marcó, pero también las críticas. Reconoce que en muchos temas habría querido continuidad; en otros, que los errores pesan más que los aciertos.
—Sin embargo, yo quiero decirte que terminé mi gobierno con la tranquilidad de haber hecho lo que creí correcto —aclara—. Sé que hay quienes me cuestionan y quienes me agradecen. Así es la política: nunca es todo blanco o todo negro.
Su esposa Isabel lo mira y ratifica su dicho; lo conoce porque lo ha acompañado en público y en privado en todos estos años. Él sentencia:
—Lo importante es que a Chiapas le sirviera lo que hicimos. Y si algo me queda claro es que, cuando se gobierna pensando en los pobres, uno siempre está en el camino correcto.
La conversación termina sin solemnidades. Afuera, la ciudad mantiene su ritmo; dentro del restaurante queda la estampa de un hombre que aún defiende con vehemencia sus decisiones, convencido de que su historia no ha sido contada del todo.