
De frente y de perfil
La sentencia dictada en contra de las jóvenes rusas del grupo Pussy Riot
La sentencia dictada en contra de las jóvenes rusas del grupo Pussy Riot por la cantata anti Putin que ejecutaron en el altar de una iglesia, devuelve a Rusia a los tiempos de las purgas stalinistas y pone en duda los “avances” de la nueva nomeklatura del Kremlin: la libertad de expresión y la libertad de pensamiento post glasnost son una rueda de molino que los herederos de Rasputín pretenden dar en comunión al mundo.
La mazmorra a la que fueron arrojadas las jóvenes gamberras enriquece el cóctel de la intolerancia con una generosa dósis de fundamentalismo religioso. Éste parecía un asunto menor, la cereza del pastel en el cúmulo de irregularidades que ha mostrado el manejo del padrón electoral y le ha permitido al presidente Putin conservar el poder, pero el manotazo fue tan fuerte que las repercusiones están creciendo.
Otro caso espectacular de intolerancia está a cargo de la Pérfida Albión, cuyo gobierno amenaza con tomar por asalto la embajada de Ecuador para detener al fundador de Wikileaks, Julian Assange. Se trata de demostrar –en el mismo espíritu con el que el general británico Reginal Dyer asesinó a 379 personas e hirió a otras mil 200 con tan sólo mil 620 cartuchos percutidos el 13 de abril de 1919 en el Jalliangwala Bagh de Amristar, India- que el Imperio no tolerará a los levantiscos, en particular si proceden del tercer mundo. Hoy como ayer, la unipolaridad mundial, sin contrapesos para las potencias, mantiene abiertas de par en par las puertas a los excesos de poder.
Un recuento de las muestras actuales de intolerancia no cabría en las breves cuartillas de JdO. La situación en Siria, el desalojo de escuelas en Chile, las matanzas en Noruega y Aurora ejecutadas por asesinos solitarios; el hostigamiento contra minorías desprotegidas, los casi cotidianos hallazgos de entierros clandestinos de migrantes en nuestro país y muchos etcéteras. Si el recuento fuera histórico, la lista no sería larga sino interminable.
Los hechos que se mencionan destacan por su dimensión o por su crueldad. Sin embargo, es importante considerar que no hay intolerancia pequeña; no existe la intolerancia inofensiva. En ocasiones hay fenómenos acumulativos. Cuando en el gobierno del Distrito Federal se habló de aplicar una política de tolerancia cero contra la delincuencia se alzaron muchas voces en contra, porque se pensó que la intolerancia sería contra los derechos humanos y no contra el delito. Hoy los capitalinos pagan las consecuencias de no haber atajado el crimen que en sí mismo es una demostración de intolerancia contra el derecho a la seguridad y la paz.
La agresión verbal hacia las mujeres, muy común en la violencia de género, puede escalar a la violencia física y terminar, como lamentablemente sucede, en feminicidio. Ocurre igual con otros hechos, en apariencia simples, que van degradando la convivencia social y pueden terminar en problemas de magnitud importante, como discriminar a los jóvenes por su apariencia, estacionarse en lugares reservados, entregar o recibir una “mordida” o simplemente no saber respetar los turnos de una fila. Hoy, México ocupa uno de los primeros lugares en corrupción, prima hermana de la intolerancia y la antidemocracia.
Quizá la única buena noticia es que siempre surgen los sectores que reivindican los sacrificios de la humanidad contra la intolerancia en cualquiera de sus manifestaciones. Por eso arrecian las críticas contra Rusia debido a la condena de las jóvenes de Pussy Riot, el gobierno ecuatoriano ha tomado una actitud digna frente a la intolerancia política y diplomática de Gran Bretaña y los mineros sudafricanos sobrevivientes, pese a la represión y los despidos, se niegan a volver al trabajo para que la muerte de sus compañeros no sea en vano.
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QMex/msa