Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
La muchacha pelirroja
Es el 17 de abril de 1945. Dos oficiales nazis hacen caminar delante de ellos a una joven rumbo a las dunas en un punto de la costa holandesa. La chica viste falda azul y suéter azul y rojo.
Se llama Hannie Schaft y a sus 24 años es una veterana de la resistencia antinazi, pero es posible que sus captores no la hayan reconocido de inmediato, pues su característica cabellera roja ese día luce negra.
Mientras avanzan, uno de los soldados le dispara a la nuca. La bala rebota en el cráneo y no la mata. Pero el otro la remata, también sobre la parte posterior de la cabeza, a menor distancia.
Así comienza la crónica de Claire Moses en la serie “Overlooked” en la que The New York Times recupera la memoria de personajes excepcionales cuya muerte no fue reportada en su momento.
Para recuperar la gesta de Hannie, una chica que pagó con su vida su participación en una de las células de jóvenes que se organizaron para combatir a las tropas nazis que ocuparon Holanda en la Segunda Guerra, Claire Moses hurgó en los Archivos Nacionales y otras fuentes de la década de los 40. Cito en esta entrega de JdO su espléndido texto con traducción mía.
Imagino la entereza, gallardía y valor de esta joven a quien los nazis llamaban “la muchacha pelirroja”. Durante mucho tiempo la Gestapo la cazó con la ferocidad de un rottweiler rabioso cuando sus agentes detectaron que encabezaba un trío de chicas que coqueteaban con alemanes y con holandeses colaboradores y aceptaban acompañarlos a un bosquecillo apartado … en donde eran eliminados con un pequeño revolver.
Faltaban pocas semanas para el fin de la guerra cuando Hannie fue arrestada en un puesto control. Le encontraron un arma y literatura de la resistencia en la bolsa de su bicicleta. La encarcelaron en Ámsterdam. Inicialmente los nazis no tenían claro a quién habían arrestado, pero pronto se hizo evidente que era la mujer que los tenía en ascuas y su destino quedó sellado.
Nació como Jannetje Johanna Schaft el 16 de septiembre de 1920, en un hogar de clase media. Su padre, maestro, y su madre, eran de izquierda. Al incorporarse a la resistencia adoptó el hombre de Hannie.
“Era una chica seria y de principios”, le dijo Liesbeth van der Horst, directora del Museo de la Resistencia de Ámsterdam, a la reportera del NYT. “Era un ratón de biblioteca”.
Después de la preparatoria estudió leyes para convertirse en defensora de derechos humanos. En eso estaba cuando los nazis ocuparon Holanda en mayo de 1940 y desataron la cacería que eliminaría, asesinados o deportados a los campos de la muerte, a más del 80 por ciento de los ciudadanos judíos del país, el mayor número de todas las naciones caídas bajo su bota. Aunque Hannie no era judía, la ocupación la puso en el camino del activismo político.
“A medida que las políticas del régimen nazi se volvieron más duras contra los judíos, su propio sentido de indignación moral se hizo más fuerte”, dijo Buzzy Jackson, autora de To Die Beautiful (2023), una novela sobre la vida de Hannie, a la periodista del NYT. “Empezó a querer hacer más”.
Comenzó como voluntaria en la Cruz Roja ayudando a refugiados. Cuando los nazis exigieron a todos los estudiantes un juramento de lealtad al Tercer Reich, Hannie, como muchos otros, se negó y tuvo abandonar los estudios.
Se unió al Consejo de la Resistencia, un grupo comunista, donde conoció a las hermanas Truus y Freddie Oversteegen, quienes se convirtieron en sus amigas cercanas y participaron en la estrategia de seducir y eliminar a invasores y traidores. Sobrevivieron a la guerra y por ellas sabemos algo de su trayectoria.
La resistencia armada contra los nazis fue una empresa extremadamente peligrosa. No es claro cuántos ataques llevó a cabo Hannie, pero se le atribuyen al menos seis.
En junio de 1944, Hannie y un compañero de la resistencia, Jan Bonekamp, emboscaron y asesinaron a un oficial nazi de alto rango. Bonekamp fue herido durante la escaramuza y murió. Hannie pudo escapar y continuar en la resistencia.
Después participó en la eliminación de un panadero y un peluquero colaboradores de los alemanes y otro oficial de policía nazi.
En su crónica, la reportera Claire Moses presenta rasgos fascinantes de la personalidad de esta chica. Además de su acerado valor, nunca perdió la alegría de vivir y la convicción de que servía a una causa superior. Antes de participar en un atentado se maquillaba y peinaba cuidadosamente. En una de las pocas citas directas que se le han atribuido, Hannie dijo a su amiga Truus Oversteegen: “¡Moriré limpia y hermosa!”.
Dawn Skorczewski, profesora del Amsterdam University College, dijo que la participación de Schaft en la resistencia fue particularmente extraordinaria porque pocas mujeres en el movimiento tomaron las armas.
“Es inusual que una mujer de su edad comenzara a matar nazis en los callejones”, explicó en una videollamada con Claire Moses.
Después de la liberación de los Países Bajos el 5 de mayo de 1945, el cuerpo de Hannie fue desenterrado de una fosa común con cientos de otras personas asesinadas por los nazis. Era la única mujer entre ellos.
Sus restos fueron depositados en el panteón de la ciudad costera de Bloemendaal, junto a otros combatientes de la resistencia. La reina Guillermina presidió las honras fúnebres.
El nombre de Hannie es bien conocido en Holanda. Hay calles y escuelas que llevan su nombre y en 1981 su saga fue tema de la película La chica del pelo rojo. Pero no su historia completa, pues los miembros de la resistencia operaron en la clandestinidad y dejaron pocas huellas.
Dije antes que no me fue difícil reconocer e imaginar a esta chica, pues hace 40 años tuve el privilegio de conocer a la protagonista de una historia semejante. Ada, una psiquiatra casada con un querido amigo, era estudiante de medicina en Holanda durante aquellos años de la ocupación.
Cuando los conocí, Ada y Marty eran judíos ya mayores a punto de mudarse a Israel a terminar sus vidas en la tierra prometida. Su casa de Chevy Chase era el centro de reunión de un grupo muy unido. Una noche convidaron a sus amigos a una cena de despedida antes de volar a Tel Aviv.
Al final de aquella reunión, en un momento en que por razones muy íntimas el tiempo dejó de tener significado, Ada cerró los ojos y decidió compartir la historia de su juventud con los pocos que habíamos permanecido.
Platicó que durante la ocupación fue primero correo de una célula judía de la resistencia y después se hizo pasar como prostituta y simpatizante de los alemanes para llevar a oficiales nazis a lugares ocultos en donde eran eliminados.
Después de la guerra ella y su entonces compañero terminaron los estudios de medicina y emigraron a Israel en donde fueron cercanos a Ben Gurion. Su marido estuvo en la construcción de los servicios de salud del nuevo país. Con el tiempo se separaron y ella se fue a vivir a Estados Unidos en donde ejerció en el Hospital St. Elizabeth’s, una institución de salud mental.
Sus hijos se enteraron de manera fortuita de la participación de la pareja en la resistencia. “No son episodios que uno quisiera revivir”, me dijo Ada. “¿Cómo explicar el dolor, el miedo, la ira, la certeza de que moriríamos más temprano que tarde … que una bala nos esperaba todos los días a la vuelta de cada esquina?”
Al leer la crónica de Claire Moses en The New York Times recordé esos tiempos en Nueva Inglaterra, mi amistad con Marty, formado en el Chicago Tribune y amigo de Ben Bradlee y de Bob Woodward, las veladas en Chevy Chase y el cuadro de Ada en la sala de su casa, rememorando aquel tiempo sanguinario de la invasión, convencida de que en cualquier momento correría la misma suerte que los hombres a quienes eliminaba uno tras otro. Me pregunto si su camino se habría cruzado con el de Hannie.