Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
El eterno femenino
¡Dios santísimo! ¿A dónde va este mundo?
Cuando el discurso de la igualdad femenina finalmente penetró el correoso entendimiento masculino y ya nadie entre el sexo hórrido [Borola Tacuche de Burrón dixit] se asombra de que sean las electoras la fuerza decisiva en los comicios, que en muchas carreras la matrícula de chicas supere la mitad, que en las milicias del mundo las ellas marchen hombro con hombro con los ellos, que forzudas gendarmes estén en primera fila frente a los manifestantes de la CNTE y de los 500 Pueblos, que, bendito sea el Todopoderoso, en el ejército mexicano haya… una generala [¡gulp!] y sea de mal gusto hacer bromas a las damas taxistas, ¡ahora resulta que las chicas dicen que siempre no, que lo que realmente quieren es ser mamás y quedarse en casa!
Jamás hubiera dado crédito si no fuera porque un diario de prestigio internacional como The New York Times [sí, el mismo que el güero Castañeda juzga la única lectura apta para inteligentes] reveló recientemente esta nefanda verdad.
Los más avezados reporteros del vocero de la Gran Manzana sacaron a luz testimonios como el de Cynthia Liu. Ella es una chica de ensueño, la materia prima perfecta para la legendaria universidad de Yale [donde el expresidente Zedillo se graduó, por cierto]. Cynthia posee una inteligencia superior, es disciplinada, competitiva, atlética, con talento musical y levanta olas de admiración a su paso. ¿Y cuáles son los planes de esta estudiante de derecho? ¿Colocarse en un bufete internacional? ¿Llegar a la Suprema Corte de Justicia? ¿Ocupar un escaño en el Congreso? ¿Competir en la próxima justa electoral para derrocar y mandar al basurero de la historia al histrión color mostaza que no cesa de molestingar a los mexicanos? No. La señorita Liu espera ser esposa y mamá de tiempo completo a más tardar a los 30 años.
A los reporteros del rotativo dijo que su madre le advirtió que no se puede ser la mejor profesionista y la mejor mamá al mismo tiempo. “Hay que elegir”, declaró.
Alguien podría suponer que el caso de Cynthia es atípico. Después de todo, desde los tiempos de Olive Schreiner hace 160 años, a lo largo y ancho del mundo se ha librado una batalla para dar a la mujer los mismos derechos que los hombres disfrutan desde la cuna y liberarlas de los roles tradicionales que el machismo les ha impuesto. Pues aparentemente no es así. Los reporteros del Times desvelaron una horrible realidad:
“Numerosas estudiantes de las mejores universidades de la nación han decidido que dejarán sus carreras a cambio de criar hijos”. ¡Válgame el Señor! Y esto no es todo. La misma indagación reveló que muchas hijas de profesionistas que vencieron toda suerte de obstáculos para tener una carrera ahora descubren que sus hijas lo que quieren es regresar al papel que ellas superaron.
¿Qué sucedió? Este fenómeno ya está provocando una ola de especulaciones sociológicas. Para la doctora C. E. Russett, profesora de historia en Yale, la respuesta es escalofriante: “Las mujeres –dijo- se están volviendo realistas”.
Tal especulación parece tener bases sólidas. Shannon Flynn, estudiante de Harvard, dijo que son muchas sus amigas las que ya no contemplan entre sus planes un trabajo de tiempo completo. “Incluso la tendencia es a no querer trabajar”, reveló esta jovencita.
Mucho me temo que esta contrarrevolución –a no dudar impulsada por la conspiración judeo-masónico-comunista y financiada por el oro de Moscú o por los fifís reaccionarios y conservadores del planeta-, sea la más grave amenaza a la civilización occidental desde que algunos miembros de la realeza británica anunciaran su propósito de buscar trabajo y así romper una tradición de 750 años.
Incluso hay señales de que nuestra sociedad mexicana se encuentra inficionada por este virus. Noto con preocupación un comportamiento totalmente atípico y perturbador entre mis amigas feministas, incluso las del ala radical: a la hora de pedir la cuenta en los exclusivos restaurantes a donde las convido a cenar me miran fijamente hasta que pago… en vez de exigir como antes su parte alícuota del gasto.
¿A dónde va este mundo, pues?