Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
La Catrina es La Gioconda mexicana, afirma investigador; disertará en el Senado sobre la obra del grabador José Guadalupe Posada
“Mucho de lo que se ha dicho de Posada es un mito”: Miguel Jairzhinio López Ramírez
El doctor en arte –quien disertará el jueves próximo en torno a la figura del destacado grabador, con motivo del 171 aniversario de su nacimiento–, señala que es un mito que Diego Rivera haya bautizado como La Catrina a la original Garbancera el más famoso grabado del mítico artista popular o sea él quien haya creado al personaje. Fue el pueblo mexicano quien se la apropió y puede tener el referente de estar en una calle y un museo, afirma el investigador, quien compara a La Catrina con La Monalisa de Leonardo Da Vinci
ALBERTO CARBOT
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de enero de 2023.-Miguel Jairzhinio López Ramírez, nacido en Aguascalientes, en 1971, licenciado y maestro en filosofía, doctor en artes, es quizá quien en la actualidad posee el mayor conocimiento en torno a la obra de José Guadalupe Posada: Las Garbanceras.
Autor de una espléndida tesis doctoral sobre el grabador, de la cual dice sentirse muy satisfecho, descubrió al cabo de años de investigación que casi todo lo que se ha dicho de Posada es un mito.
En 2011, fue invitado por el entonces director del Museo José Guadalupe Posada, el arquitecto Guillermo Saucedo, a participar en el centenario luctuoso del maestro y a escribir un texto para acompañar la publicación del grabado La Garbancera.
López Ramírez entonces se acababa de titular de la maestría y decidió hacer una especie de minidocumental, para lo cual convocó a algunos de sus amigos a fin de intentar reconstruir la ruta de Posada. Ser originario de Aguascalientes y haber estudiado en la Universidad de Guanajuato, le facilitaron la tarea.
Para realizar ese trabajo invitó entonces al maestro Felipe San José, notable lingüísta y activo colaborador de Jorge Saldaña en el recordado programa Sopa de letras, que falleció en 2020, a los 85 años y ocupaba una cátedra en la Real Academia de la Lengua Española. “Él expuso con sapiencia que las garbanceras son mujeres que venden garbanzos y eran muy ordinarias, según lo consignaba el diccionario de la Real Academia de la Lengua de la época.
López Ramírez afirma que, entre otros hallazgos, descubrió que “al ver la luz el 2 de febrero de 1852, Posada no nace en el estado de Aguascalientes –el cual se independiza hasta 1868–, sino en la ciudad de Aguascalientes, no en el estado como tal–, y ni siquiera en Zacatecas.
En realidad, nació en un “territorio disputado por zacatecanos y la Federación”, por lo que se le consideraría, entonces como un zacatecano. Sin embargo –por la autonomía dada por el Congreso en 1868–, recibe la ciudadanía de hidrocálido, bajo la condición de “adopción y vecindad”.
Posada vio la luz primera en el Barrio de San Marcos, donde se desarrolla la Feria, a dos cuadras del templo de San Marcos y su jardín, en el corazón de la ciudad. Allí existe todavía la casa donde nació –la cual por cierto está en litigio, ya que la dueña no la quiere vender al gobierno–. La casa está en la calle que hoy lleva el nombre de José Guadalupe Posada, en su honor.
Nace en barrio de alcurnia artística
Posada nació en un barrio con génesis indígena y no española, de donde también fueron originarios algunos de los más importantes artistas de la época.
El investigador reseña que “desde pequeño, Lupillo estudió con José Cirilo, su hermano, y aprendió a dibujar; allí es donde desarrolló la notable capacidad didáctica que se aprecia en sus grabados. De este hecho es importante destacar la educación heredada de su hermano. La etapa artística de Aguascalientes fue muy jocosa y alegre y ahí se perfila su carácter, basado en lo que el filósofo mexicano Jorge Portilla define como, El hombre del relajo”, expone.
Posada concluyó su educación elemental en el barrio de San Marcos y gracias a la intervención de su hermano Cirilo -quien era de formación liberal y establece los contactos necesarios- estudió dibujo en la Escuela de artes y oficios bajo la tutela de Antonio Varela, de quien aprendió la técnica del dibujo.
Migra a León, Guanajuato don Lupe y de ese trabajo López Ramírez descubrió que el grabado de esta etapa era académico y comercial. Posada dio clases en la escuela secundaria de Universidad de Guanajuato, que es su etapa culta y académica, sobre todo, asimismo, colaboró en algunos periódicos, como La Educación, La Gacetilla y El Pueblo Católico. Lo poco que queda de su paso por esa ciudad, forma parte del acervo de la Universidad y de la familia González Leal.
López Ramírez cita la investigación del Ingeniero Verdín sobre Posada en el Bajío, quien menciona que el grabador ya tenía la idea de abandonar León, en esa época considerada una de las ciudades más importante del país. Sin embargo, la inundación de la ciudad fue otro motivo importante para cambiar su residencia a la Ciudad de México.
“Lo que finalmente lo impulsa a emigrar es, entre otras cosas, la pérdida de la imprenta que le había comprado a su amigo Trinidad Pedroza y la muerte de varios familiares, entre ellos sus suegros, los señores Vela, padres de Isabela, su esposa; la pareja Posada Vela se había integrado en 1875. Sabino, su único hijo –quien deseaba seguir sus pasos–, morirá más tarde, de disentería, a los 17 años, en la Ciudad de México.
Estos elementos permiten comprender el trabajo final de Posada en la capital del país, un trabajo que no duda en calificar como “de madurez”, en el cual él pone de manifiesto su notable capacidad para dibujar lúdicamente y académicamente. Su obra está enmarcada también en una estructura académica, vinculada al canon –en su etapa de estudiante trabaja directamente con la obra de Claudio Linati, el artista italiano que retrató la vida de México del siglo XIX–, finalmente es en la Ciudad de México, donde relaja su pluma, para encontrar el trazo final que todo mundo hoy reconoce”.
Las garbanceras del Bajío
Fue en León, Guanajuato, donde Posada conoció por primera vez a las garbanceras, dado que en Aguascalientes no se vendía garbanzo. Éste se comercializaba en Jalisco o Guanajuato, pero no está documentada alguna migración de Posada a Jalisco, a pesar de su vecindad.
El término garbancera fue muy común en la época, para designar a la mujer indígena, mestiza, de clase baja. La Garbancera es dueña de su trabajo, pues se dedica al comercio, a diferencia de la gata o sirvienta.
Bajo este contexto, lo que todas ellas hacen es buscar su empoderamiento y reconocimiento social y por eso se visten como la conocemos: imitando a sus pares de género en las clases altas con un sombrero francés según la época y con plumas de avestruz que son traídas de Argentina.
“El maestro Felipe San José nos amplió los vocablos para distinguir entre sirvienta y gata. A esta última se le llamaba así porque vivía en la azotea de las casonas e hizo la comparación con la criada, quien era una indígena que llegaba niña a la casa y la criaban los señores” –subraya López Ramírez.
Al analizar la parte final de la vida de Posada, llega a una interpretación de su trabajo en grabado, que se aleja de la imagen tradicional del Posada artífice y prócer de la Revolución –que unos le reconocen–, y también del Posada considerado pro-Porfirista, que le etiquetan algunos otros. “Desde su estancia en Guanajuato, él no milita en ningún partido; trabaja en la gráfica y se desentiende de los textos en los impresos y de hecho no hay un solo escrito del artista que comprometa su pensamiento político, porque para esa labor las imprentas tenían sus escritores. Los grabados eran utilizados varias veces y en distintos contextos y motivos, con distintos encabezados, algunos temáticamente antiéticos. Por ejemplo, los grabados que hizo sobre Emiliano Zapata se imprimían con encabezados que alababan o demonizaban al revolucionario. Posada no tenía control de su edición ni impresión.
“Sin embargo, hay detalles muy bellos de la vida cultural de la Ciudad de México y el maestro”, explica. Por ejemplo, señala que encontró que “el fotógrafo, periodista y diplomático Agustín Casasola llegaba con el editor y escritor poblano Antonio Vanegas Arroyo, su amigo, cofrade y patrón –quien publicaba canciones, calaveras, corridos, cuentos y muchas otras obras de carácter popular–, y le mostraba su trabajo. Por ello, muy probablemente hubo contacto también entre Casasola, Vanegas y Posada.
“Además, hay que tomar en cuenta que, en ese entonces, el Centro Histórico era el corazón de la vida de México y Posada tenía sus talleres a pocas cuadras del Zócalo; uno de ellos lo tuvo en la calle Convento de Nuestra Señora del Carmen número 47 y otros en República de Nicaragua 14, interior 21 y Cerrada de Santa Teresa número dos, hoy Licenciado Primo Verdad.
“Don Irineo Paz y su hijo Octavio Paz –abuelo y padre de nuestro Nobel–, cobijaron al maestro en su afamada revista “La Patria Ilustrada”. Los muralistas José Clemente Orozco, y Diego Rivera aseguran haberlo conocido en su infancia, y refieren que Posada les hacía obsequios de las virutas de metal que se producían en su taller, al realizar sus trabajos de grabado”.
El historiador refiere que “está documentado que Posada recorría personalmente el Centro Histórico. Iba a las imprentas y preguntaba: ¿Qué necesitas? Y en cuestión de algunos minutos, ahí mismo elaboraba sus trabajos. Eso habla de su gran calidad, rapidez y habilidad.
“En el documental que realizamos se presentó una entrevista con la maestra Maritere Espinosa, curadora y directora del Acervo de los Vanegas Arroyo. Ella cuenta que Posada ganaba muy bien; de hecho, devengaba un salario equivalente al de un general de la época, gracias a sus múltiples e importantes clientes, entre ellos, el propio Irineo Paz.”
“A eso se añade –explica el entrevistado–, que en la Ciudad de México Posada ya es un viudo, solo y sin familia, porque su único hijo muere de disentería en 1900. Por su afición al alcohol, su depresión y soledad, su taller va siendo cada vez un local más reducido; pierde sus relaciones, y se repliega. Finalmente llega a residir a una vecindad de Tepito, ubicada en calle Jesús Carranza número 6, porque se queda sin dinero. Ahí es donde muere.
“El 20 de enero de 1912 se ha establecido como fecha probable de su muerte, por el rictus mortuorio que tenía al ser encontrado por Vanegas Arroyo. La causa fue su alcoholismo; tenía por costumbre beber mezcal –el cual compraba por toneles y le era llevado desde Pino Zacatecas–. Comenzaba a beber desde el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, hasta el 2 de febrero, día de su cumpleaños.
De hecho, fueron los amigos de Posada quienes encontraron su cuerpo al tercer día de haber muerto. Antonio Vanegas Arroyo, se encargó de sufragar los gastos del sepelio y la sepultura de sexta clase; empero, cuando éste falleció cuatro años más tarde, se dejaron de pagar los derechos de la tumba, ubicada en el cementerio del Panteón de Dolores y los restos de Posada fueron echados a la fosa común
“Tengo documentados en Aguascalientes a algunos parientes lejanos, y, se supone que en el norte del Estado todavía se pueden rastrear a otros familiares. Pero no quiero decir nombres, pues la familia no lo permite. La parte más bella es que uno de ellos es un trabajador de la gráfica, muy importante a nivel mundial, como su ancestro”, señala.
El Dr. Atl rescata su obra
El investigador subraya que “Maritere Espinosa, expuso que a Posada lo opaca el fenómeno más importante del siglo XX en México: la Revolución mexicana, y por ello su obra se pierde hasta 1922, año en que Gerardo Murillo Coronado, el Dr. Átl, lo rescata en un artículo, donde declara que su obra es verdadero arte popular. Más tarde vuelve a recuperarlo la antropóloga y periodista Anita Brenner, originaria de Aguascalientes, quien lo hace nacer en León y pierde mucho de su biografía.
“El francés Jean Charlot llegó al rescate del maestro y le dio una lectura a su obra, que no con lo expuesto en la revista Mexican Folkways –una edición importante sobre arte mexicano que se editó entonces, y que proyectaba la cultura nacional, traducía el arte mexicano a la cultura norteamericana–, y que dirigió la estadounidense Francis Toor. Lamentablemente los norteamericanos son incapaces de comprender las culturas en su propio contexto.
Mexican Folkways tiene la oportunidad de hacer la primera publicación monográfica de la obra de Posada en 1930, pero ahí cambia el nombre del grabado, no fue Diego Rivera, ni Jean Charlot, como lo hizo creer el periodista Agustín Sánchez. Ese dato fue sacado de contexto en una plática con el arquitecto Saucedo en Aguascalientes, y Agustín Sánchez retomó la plática, y sin fundamento publicó un libro con este dato.
“En su tesis doctoral, López Ramírez desveló los mitos alrededor de Posada, generados en parte por la mitomanía de Rivera, quien solía decir que se metió a su taller, y que además de viruta le regalaba puntillas para seguir dibujando, aunque eso también lo afirma José Clemente Orozco, un artista con mayor credibilidad”.
En la revista Mexican Folkways, en la Introducción de Rivera, se establece claramente que Diego habla de catrines, charros y garbanceras.
–¿Por qué en la edición de la revista Mexican Folkways aparece un grabado de La Garbancera ya como La Catrina. Cómo es que Rivera conoció a las catrinas, a las garbanceras?
Al empezar a investigar, encontré que Diego Rivera en ese momento vivía entre Rusia y Estados Unidos. Louis Henri Jean Charlot, responsable de la línea editorial de la revista, había residido en Estados Unidos desde hacía varios años.
Raquel Tibol –crítica e historiadora del arte mexicano, quien falleció en 2015 y amiga muy cercana a Diego Rivera–, fue quien documentó esto, y señaló que Rivera se había peleado con todo el mundo en México, y que su único respaldo era Francis Toor, quien lo deja como director editorial emérito de Mexican Folkways. Por lo tanto, sigue nominalmente en la dirección de curaduría, pues no lo había echado de ella, por el cariño que le tenía.
Lo que resta saber es ¿entonces en manos de quién queda haberle quitado su nombre original de La Garbancera y quién la bautiza como La Catrina?
Resulta que en la curaduría estaban tanto Blas Vanegas, sobrino de don Antonio y heredero de la obra y Pablo O’Higgins, un pintor de la época que llegó a México buscando a Diego Rivera; un artista menor en el elenco de la época, pero una buena persona y gran difusor del arte mexicano; amó profundamente a México, pero no conocía la cultura mexicana en su complejidad. O´Higgins –entre cuyas virtudes figuraba la de pertenecer a la cruzada de cultura vasconcelista y regaló tiempo y obra para el pueblo mexicano–, se quedó en la dirección de arte de Mexican Folkways. cuando salieron Charlot y Rivera de México. Él es quien, junto con el heredero de los Vanegas, realiza la curaduría de la primera revista monográfica de Posada en la historia.
El académico señala que “Francis Toor narró cómo literalmente, sacaron de bodega los trabajos de Posada, cortaron los grabados para la impresión de esa edición monográfica y fue entonces cuando le cambiaron el nombre. El tramado es muy sencillo y complicado a la vez, en lo que concierne a la historia del arte nacional, pues O’Higgins no tenía el conocimiento de los diferentes sujetos sociales de esa época: el roto, el lagartijo o el catrín, porque aún esos mismos personajes sociales –que incluso pertenecían al mismo estrato–, tenían sus diferencias culturales y lingüísticas. Fue entonces cuando ese grabado fue bautizado como La Catrina, en 1930.
La Catrina es La Monalisa mexicana
Finalmente el mito de que fue Diego Rivera quien cambió plásticamente el personaje también es falso. En una entrevista concedida a Gladis Stevens, una periodista de Estados Unidos, le preguntó a Diego por qué había pintado una catrina en el Paseo Dominical en la Alameda. Rivera, con astucia, le respondió: ¡Yo jamás pinté una catrina! Lo que pinté fue un esqueleto vestido de mujer”.
“Allí se cae la tesis de que es Rivera quien le cambia el nombre al grabado o crea al personaje y en ese sentido todo lo que hemos sabido sobre La Catrina es un mito”, asegura López Ramírez. Sin embargo, dice que “la parte más bella es que todo el pueblo mexicano se la apropió y puede tener el referente de que puede estar en la calle y en el museo” por lo que su tesis es que La Garbancera-Catrina es el equivalente a La Monalisa de Leonardo Da Vinci o sea La Gioconda Mexicana.
El académico se muestra maravillado de la omnipresencia de este arquetipo artístico. “Te topas a La Catrina en todos los museos, plazas y calles; nos la hemos apropiado y forma ya parte de nuestra identidad; es nuestro ícono”, afirma.
Por cierto, la colección de la Universidad de Hawaii, o la de Austin Texas, corresponden a Louis Henri Jean Charlot, nieto de una mexicana que se fue a vivir a Francia, pero regresa a México buscando sus raíces y recupera toda la poética de Posada y lo proyecta universalmente.
El caso es que Posada tampoco ve publicada su Garbancera o Catrina, porque muere en 1912 y aparece al año siguiente, en 1913.
La razón es que en esos años no era el grabado más llamativo para los editores, como sí lo fueron El Fandango de Calaveras o El Quijote, que son visualmente más impactantes y por eso la humilde gata, sandunguera, garbancera, aparece hasta el año siguiente.
Para el investigador, “el planteamiento más bello es que con esos nombres se reúnen a tres de los grupos étnicos que identifican a México. Por ejemplo, La Garbancera es indígena o mestiza, La Gata puede ser criolla y La Sandunguera una mujer mulata. Es decir, se reúnen en un grabado todos nuestros genotipos y nuestros biotipos. Sólo faltó La China Poblana”, señala.
Reseña que, al comenzar a hacer el rastreo del garbanzo “que fue traído de la India y que llegó a Europa por medio de los árabes, a la costa sur del Mediterráneo y luego a España, aparecen serendipias muy bellas; es decir, descubrimientos accidentales como que el garbanzo siempre fue comida de pobres –los sujetos sociales referidos en el grabado son pobres o arribistas–, y hasta los romanos, cuando veían que una persona comía garbanzo, discernían que ésta era muy pobre o se trataba de un migrante en pobreza.
“En los funerales, solían dar garbanzos; hay una calavera y se utilizan en la fiesta del día de muertos” explica e incluso refiere que “en el Vudú, al Dios de la Muerte, se le ofrendan garbanzos cocidos. Ahora podemos darnos cuenta de esta síntesis de una calavera garbancera, que complementa todo nuestro imaginario que nos ha recorrido desde Europa”, afirma.
López Ramírez expone que “en ese entendido, sí el maíz define al indígena mexicano y el trigo define al euroasiático, el garbanzo define al migrante, porque es el alimento de la migración y de la pobreza que viene desde la India. Es el hummus de los árabes. Es un cultivo que se avecina con la migración multicultural. Incluso el garbancero es un personaje que todavía en Guanajuato tiene sentido social.
“Eso muestran las calaveras de Posada y Vanegas Arroyo y La Garbancera en específico. Se ríen de nuestra añeja lucha crónica de castas creada y heredada por los españoles. Ese se vuelve un nuevo elemento de la crónica muy interesante, porque todos esos diferentes adjetivos que les damos, buscan romper toda la estructura vertical que viene de los españoles, el mulato, el saltapatrás, el mestizo, el indio, el criollo, el español. Entonces ese es el único poderío. Esa ruptura y esa violencia verbal. En Sonora se cultiva el garbanzo y garbancero es un adjetivo con un tono despectivo” –dice.
La Catrina en la cultura sajona
López Ramírez señala que, como paradojas de la historia, La Catrina ahora es “el gran objeto cultural en Estados Unidos, donde a partir del 2012 ha sido el más popular disfraz época en sus festividades de Halloween”.
Advierte que el siguiente paso de la Garbancera-Catrina –ya absolutamente consolidada en México–, es que se convierta insustituible también en el vecino país, para todas las festividades del Día de Muertos, aunque desde que se filmó Spectre –la película de James Bond que se filmó en la Ciudad de México en 2015 y luego dos años después se estrenó el filme Coco–, mostró el impacto de la fiesta mexicana y la obra de Posada en la cultura sajona.
“Finalmente, México es el país exótico que a muchos les gustaría conocer y desde allí se construye todo este imaginario. Y es precisamente la alegría mexicana, el relajo –que reseña Jorge Portilla en su Fenomenología del relajo–, lo que cautivó a tantos artistas para tratar de conocer más a fondo e incluso adaptar o de plano copiar, la obra de Posada, nuestro artista gráfico más importante”.
“Considero que todo el arte del siglo XX, en el terreno de la gráfica, ha pasado por el Maestro Posada y, por supuesto, por la sonrisa de su Catrina, nuestra humilde Monalisa”, asegura el investigador.
La Catrina de José Guadalupe Posada, que ilustró el suplemento publicado por el impresor Antonio Vanegas Arroyo, apareció en 1913, un año después del fallecimiento del grabador
Remate de calaveras alegres y sandungueras; las que hoy son empolvadas garbanceras, pararán en deformes calaveras
Hay hermosas garbanceras, / de corsé y alto tacón; / pero han de ser calaveras, / calaveras del montón.
Gata que te pintas chapas / con ladrillo o bermellón: / la muerte dirá: «no escapas, /
eres cráneo del montón».
Un examen voy a hacer, / con gran justificación, / y en él han de aparecer / muchos cráneos del montón.
Hay unas gatas ingratas, / muy llenas de presunción / y matreras como ratas, / que compran joyas baratas / en las ventas de ocasión.
A veces se llaman Rita, / otras se llaman Consuelo, / y a otras les dicen Pepita; / a ésas la muerte les grita: / «No se duerman, que yo velo; / y en llegando la ocasión, / que no mucho ha de tardar, / heridas por un torzón, / calaveras del montón, / al hoyo iréis a parar».
Hay unas Rosas fragantes, / porque compran Pachulí / unas Trinis trigarantes, / y unas Choles palpitantes, / dulces como un pirulí; / pero también la pelona / les dice sin emoción, / «no olviden a mi persona, / que les guarda una corona / de muelas en el panteón».
Vienen luego las mañosas / que Conchas se hacen llamar, / y que aunque sean pretenciosas, / no tienen perlas preciosas, / sino mugre hasta más dar. / A éstas y a las Filomenas, / que usan vestido zancón / y andan de algodón rellenas, / les ha de acabar sus penas / la Flaca con su azadón.
Siguen las Petras airosas, / las Clotildes y Manuelas, / que puercas y mantecosas, / son flojas y pingajosas / y rompen muchas cazuelas. / La enlutada misteriosa, / que impera allá en el panteón, / y es algo cavilosa, / con su guadaña filosa / las echará al socavón.
Las Adelaidas traidoras, / que aparentan emoción / si oyen frases seductoras, / y que son estafadoras / y muy flojas de pilón; / se han de ver próximamente, / sin poderlo remediar, / sumidas enteramente / en el hoyo pestilente / de donde no han de escapar.
Las Enrriquetas melosas, / unidas a las Julianas / y a las Virginias tramposas, / que compran baratas cosas, / aunque resulten mal sanas; / pagarán su picudez / y sus mañas de agiotista, / sumiéndose en la estrechez / y en la inmunda lobreguez / porque la muerte es muy lista.
Las pulidas Carolinas, / que se van a platicar / en la tienda y las esquinas, / y se la echan de catrinas / porque se saben peinar: / han de dejar sin excusa / los listones y el crepé, / y en un hoyo cual de tuza, / se hundirán con todo y blusa, / con choclos y con corsé.
Las Marcelas y las Saras, / que al cine van a gozar, / vendiendo hasta las cucharas, / y se embadurnan las caras / porque pretenden gustar, / serán indudablemente, / sin ninguna discusión, / de improviso o lentamente / esqueleto pestilente, / calaveras del montón.
Y las gatas de figón, / que se hacen llamar Carmela, / por producir emoción, / y tienen bodegón / tan sucio que desconsuela; / han de pagar su pereza / que da mortificación, / sumiéndose de cabeza / en el fondo de la mesa, / a ser cráneos del montón.
En fin, las Lupes y Pitas, / las Eduwigis y Lalas, / las perfumadas Anitas, / las Julias y las Chuchitas / tan amantes de las galas; / han de sentir por final, / diciendo «miren qué caso», / el guadañazo fatal, / y liadas como tamal, / verán que llegó su ocaso.
Pero no quiero olvidar / a las lindas Margaritas, / tan amantes de bailar, / y a quienes gusta calentar, / porque se creen muy bonitas. / La muerte las ha de herir, / sin mirar su presunción, / y aunque se van a afligir / yo les tengo que decir / «calaveras del montón».
Las Gumersindas e Irenes, / las Gilbertas y Ramonas, / que quieren siempre ir en trenes, / y que alzan mucho las sienes / porque se juzgan personas; / las Melquiades y Rebecas, / las Amalias y Juanitas, / que unas son sucias y mecas / y otras se juzgan muñecas / y presumen de bonitas.
Las Romanas y Esperanzas, / las Anastasias famosas, / que son gurbias y muy lanzas / y parecen gatas mansas, / porque son muy labiosas; / todas, todas en montón, / sin poderlo remediar, / en llegando la ocasión, / calaveras del montón, / en la tumba han de parar