
Polos de Bienestar: el nuevo rostro del desarrollo regional en México
¿Cómo evitar que las autoridades se plieguen a las exigencias de los delincuentes, y restablecer vínculos ajenos a corrupción e impunidad?
Asumir que las condiciones políticas, sociales, históricas y filosóficas que motivaron la conceptualización y promoción del Contrato Social durante el siglo XVIII permanecen vigentes, es un error. La relación entre la sociedad y el Estado está fuera de madre; aquí, al menos desde 1989, cuando la caída del muro de Berlín abrió las puertas a la globalización y la desregulación.
Mi gurú político afirma que Carlos Marx tuvo razón: la economía determina las relaciones del gobierno con la sociedad, y la de los estamentos sociales entre ellos; dice que el Contrato Social dejó de ser parámetro, que restablecerlo es una utopía, y que conceptuar y definir normas que creen una nueva vinculación entre la sociedad y el Estado es urgente -creer que con despensas, por dádivas como Oportunidades, Préstamo a la Palabra o la Cruzada Nacional Contra el Hambre se restablecerán los vínculos entre sociedad y Estado, como lo estuvieron hasta antes de 1989, es un error-, para que México y buena parte del mundo recuperen dignidad y voz ante el avasallamiento de la economía como único y válido registro político para gobernar.
Sobre el tema, Tony Judt dejó escrito: “La globalización no tiene nada especialmente misterioso. Ni siquiera carece de precedentes: el impacto sobre la economía mundial de nuevas y rápidas redes de transporte y comunicación a finales del siglo XIX fue, por lo menos, tan espectacular como la transformación ocasionada por Internet y por la desregulación y liberalización de los mercados de un siglo después. Tampoco había nada nuevo en la desigual distribución mundial de los beneficios del comercio liberalizado, sobre todo cuando a finales del siglo XX, no menos que en los años anteriores a 1914, las normativas comerciales internacionales se estaban adaptando tan sistemáticamente a los intereses de los poderosos y acaudalados”.
En este contexto, cómo conceptuar lo que deben ser los vínculos entre sociedad y Estado en México, para que la Cruzada Nacional contra el Hambre, el programa de prevención contra la delincuencia, la comisión nacional anticorrupción, la recuperación de las tareas educativas por parte del Estado, la ley de telecomunicaciones y las reformas estructurales se conviertan en una actitud de vida y en un compromiso entre gobierno y gobernados.
¿Cómo evitar que las autoridades académicas se plieguen a las exigencias de los delincuentes, que los supuestos estudiantes comprendan que aprender inglés y dominar la cibernética es tan importante como la preservación de la cultura y de la identidad nacional, o cómo establecer un vínculo entre guardias comunitarias, sociedad y gobierno, para que se aplique la ley sin descuidar la administración de justicia, sin usurpar las funciones del Estado?
Jean Baudrillard abre una puerta a la posibilidad de seguir un camino distinto: “Toda la modernidad ha tenido por objetivo el advenimiento de este mundo real, la liberación de los hombres y de las energías reales, enfocadas hacia una transformación objetiva del mundo, más allá de todas las ilusiones… De nada sirve refugiarse en la defensa de los valores, aunque sean críticos, lo cual es políticamente correcto pero intelectualmente anacrónico”.
¿Quién emprenderá la tarea de reconceptuar los vínculos sociedad-Estado?
Quizá ya comenzaron, porque la detención de Elba Esther Gordillo permite advertir que corrupción e impunidad pueden dejar de ser punto de referencia para el poder, y entregan, desde el gobierno, a la sociedad y el Estado, los argumentos necesarios para que las instituciones recuperen la confianza y se reinicie, así, la reconstrucción de los vínculos que permitirían sustituir al Contrato Social del siglo XVIII, por uno que refleje la realidad del siglo XXI.
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