Teléfono rojo
Tolerancia, complacencia y obsecuencia conducen a la algarada, primero, después al motín, luego a la insurrección. Corresponderá al PAN el orden poselectoral, la represión.
Algún serio complejo de culpa trae jodidos a distinguidos líderes sociales y políticos, a connotados miembros de la sociedad. Tan afectados se sienten, que decidieron comportarse más que tolerantes con el colectivo estudiantil. Son complacientes, obsecuentes con sus desatinos; ven políticamente incorrecto no estar de acuerdo con la inmadurez biológica, la estulticia que los distingue.
A 80 años de distancia entre uno y otro de sus autores, tengo dos textos que desde las antípodas vivenciales, profesionales y geográficas, explican las consecuencias de que la sociedad y su gobierno asuman como normal la obstrucción y demolición de las instituciones.
El más reciente es de la autoría de Álvaro Vargas Llosa, cuyo título tomé para esta entrega: La contenta barbarie. En ese ensayo, el autor peruano después de describir las condiciones en que Alberto Fujimori dio un golpe de Estado democrático, anota: “Un argumento central de los golpistas peruanos ha sido la idea, que hoy recorre América Latina, de que los partidos políticos tradicionales están agotados, que ellos, con sus prácticas antidemocráticas y corrompidas, han postergado el desarrollo de una verdadera democracia… no están en condiciones de dotar al sistema de la fuerza moral y política para crear instituciones respetables”.
80 años antes, Karl Kraus -la cita es inevitablemente larga-, en una lectura pública, dejó asentado: “En esta gran época que yo conocí cuando todavía era pequeña, y que seguramente volverá a ser muy pequeña si es que aún le queda tiempo; en esta época en que justamente sucede lo que no nos podíamos imaginar, y en la que debe suceder lo que ya no podemos imaginar. En esta época de la solemnidad que se muere de risa ante la idea de que pueda volver a ser solemne, y que es sorprendida en su tragedia buscando la distracción necesaria y las palabras precisas. En esta época estridente que estalla ante la espantosa sinfonía de los hechos, y que produce reportajes que están en deuda con los hechos. En esta época que yo no puedo decir palabra alguna, salvo la del silencio que nos alivia de malentendidos. Siento terror de que el lenguaje se subordine a la desdicha… No esperen de mí palabras. No soy capaz de escribir nada nuevo porque en la habitación donde trabajo los ruidos se confunden: los ruidos de los animales, de los niños o de las balas. Quien en este momento le conceda relevancia a los hechos daña profundamente a la palabra y a la acción y, por lo tanto, es dos veces despreciable. Esta profesión no ha desaparecido. Los que nada tengan que decir -porque la acción tiene hoy la palabra- que continúen hablando. El que tenga algo que decir que dé un paso al frente y se calle”.
Pero tres candidatos están con la cola entre las piernas, dispuestos a todo con tal de hacerse con el poder. Acudirán al debate convocado por el colectivo 132, para que si llegan a ganar las elecciones los muchachos asuman la función de los otros dos poderes, para cuestionar sus políticas públicas.
Y si pierden, si consideran imposición el resultado electoral, pues que el Presidente de la República acabe de ensuciarse las manos, porque la protesta será tan grande, que hará de la represión una necesidad.
Los chamacos se enterarán, como Cicerón, que el poder y la ley no son sinónimos.
LA COSTUMBRE DEL PODER: 132, contenta barbarie – Al Momento Noticias.