Ráfaga/Jorge Herrera Valenzuela
El colectivo debe asumir como suya la necesidad de colaborar en la solución del problema sistémico del modelo político: conceptuar, proponer e instrumentar la transición.
El colectivo 132 es un reto a la inteligencia, un antídoto contra la sensatez. Advierto en el juego de espejos necesidades económicas, sociales y cívicas de urgente reivindicación, pero además la posibilidad de que algunos de los integrantes de su cúpula sean ya personajes de Los endemoniados, o de Los miserables, como Marius y Courfeyrac.
Erigirse en movimiento político, rechazar en general toda opción electoral, conjurar el regreso a un pasado inmediato cuyo análisis histórico ni siquiera ha iniciado y a medias, sólo a medias, es explicado en la novela, la poesía y el ensayo de carácter político y social, sin acompañar la protesta con opciones, alternativas distintas a las ofertadas por los candidatos y de antemano condenadas porque no los satisfacen, pueden conducirlos al vacío, a ese anarquismo tan bien explicado y articulado por los personajes de Dostoievski, o los idealistas trasnochados de Hugo.
El riesgo del anarquismo se hace patente por el gozo, la alegría con la que exhiben supuestos logros, sin detenerse a considerar que el poder dosifica y concede lo considerado útil a sus intereses. Únicamente cuando se haga público el rating del debate del próximo 10 de junio, la sociedad podrá autoevaluarse en su propio interés por la democracia y el quehacer político, pues el desencanto en el potencial elector tiene mayor peso que su indecisión.
Abundemos. Articular un movimiento de carácter político y social, salir a tomar las calles, pasar por encima de los medios tradicionales de comunicación, para enlazarse a través de las redes sociales en tiempo real y durante las 24 horas del día, no puede sostenerse en tensión y acrecentar el número de participantes sustentado en el rechazo de la realidad que los rebasa.
Si el colectivo 132 no asume como suya la necesidad de colaborar en la solución del problema sistémico del modelo político: proponer, articular e iniciar una transición pospuesta por un sinnúmero de razones, su presencia en el ánimo de los mexicanos empezará a diluirse en cuanto se conozca el resultado de las elecciones presidenciales, a menos que los saquen a las calles.
Evitar el anarquismo al que son propensos los movimientos sin objetivos propios y perfectamente definidos, puede lograrse al sustituir el rechazo por la promoción de una intensa actividad cívica y del ejercicio del derecho al voto, porque para que se inicie la transición lo primero que debe ocurrir es que las elecciones presidenciales se desarrollen en paz, triunfe quien tenga la capacidad de negociación política necesaria para que el cambio de modelo se inicie, incluso antes de la toma de posesión.
El primer paso es que se asuman distintos, pues los mexicanos hoy no son ni remotamente tal como los describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Las actitudes, los rencores, los resabios, los sueños, las necesidades, todo es reflejo de las exigencias de la globalización, de las posibilidades de la red y las miserias impuestas por esa “Banda” tan bien descrita por Maruja Torres en su último artículo de El País.
Claro que si el nuevo gobierno no responde, el desencanto puede ser fatal, cruento. A esa sangre derramada apuestan algunos.