LA COSTUMBRE DEL PODER: Adiós transición

26 de junio de 2012
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Gregorio Ortega

En medio del fragor verbal de las campañas, los aspirantes al poder hicieron de lado lo esencial: la transición.

Hay propuestas interesantes, pero ninguna que en su totalidad conceptúe y proponga la reforma del Estado. Parecen no comprender que las reformas estructurales exigidas por la economía en todos sus ámbitos, como lo muestran los estragos de la sequía, el incremento sin parar de las gasolinas y su importación creciente, el desempleo, la pobreza de todo tipo, la actualización a los sistemas de pensiones y al costo del sector salud -por mencionar algunos- sólo podrán proponerse e iniciarse si simultáneamente empieza la transición. México es un país vivo, administrado por instituciones en agonía o clínicamente muertas, mantenidas con el respirador artificial de la inyección de dinero fiscal.

Lo primero que ha de hacerse al inicio del nuevo gobierno, si su presidente desea cumplir con al menos el veinte por ciento de sus ofertas de campaña, poner orden y disminuir la violencia, es una renegociación profunda y seria     -en beneficio de los intereses de sus gobernados- de la relación bilateral con Estados Unidos. No es en esa nación donde ha de determinarse lo que es bueno y malo para México, ni la función que este país ha de desempeñar en su estrategia de seguridad nacional y regional.

El próximo presidente de la República no puede y no debe comportarse como el administrador del patio trasero de su vecino del norte, sino como el dirigente de una nación que es puerta de entrada al Imperio, zona importantísima para su seguridad nacional. Su habilidad consistirá en que así lo perciban sus interlocutores de la Casa Blanca y el Departamento de Estado, pues de lo contrario ni siquiera la violencia descenderá, porque los muertos continuará poniéndolos esta aterida nación.

Si la intromisión de Estados Unidos en los asuntos domésticos y globales de México cesa, acá podrá iniciarse la reforma del Estado, sin la cual ni pensar en la desincorporación pacífica de Pemex y la CFE, a manera de que participe la inversión extranjera, con el condicionante de que en territorio nacional se construyan las refinerías que convertirán el oro negro en fuente de riqueza, y se diversifiquen las plantas generadoras de energía eléctrica, por ejemplo.

Quieren globalizar México, incorporarlo al libre mercado de lleno, pues empiecen por abrir la telefonía, la televisión, no sin antes haber fortalecido la economía en el campo, haber abatido la pobreza, disminuido el rezago educativo, pero sobre todo después de haber regresado a los mexicanos la confianza en ellos mismos, la dignidad que los caracterizaba.

Pero no, todo indica que los poderes fácticos insisten en aferrarse al mangoneo sin compartir, sin modificar, sin auspiciar una transición que a sus administradores les permitiría vivir con mayor seguridad para disfrutar de su riqueza, porque la habrán compartido a través de empleos bien remunerados, de educación, de cultura, de un comercio adecuado para incentivar el mercado.

Acción Nacional prefirió flotar, permitir que humillaran a sus gobernados; veremos de qué están hechos los nuevos gobernantes y si algo quieren reformar, cuando menos para este sexenio que viene.

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