Alfa omega
“Agarrar de puerquito” limita al maltrato inmediato y último; el bullying se convierte en el infierno cibernético, puerta del escarnio, invitación al suicidio.
Este problema del acoso, del agravio, de la humillación entre escolares se practica desde que Caín descubrió en Abel al eslabón más débil de la cadena. El término, hoy puesto de moda por los medios, sólo expresa lo que bien definía la idiosincrasia mexicana durante mis años de educación media: “que no te agarren de puerquito”.
Ante mi asombro de que hoy cause tanto alboroto el abuso de los gañanes sobre los débiles, o el de los léperos sobre los hijos de papá, o el de los nacos sobre los polveados, o el de los ricos sobre los pobres, mi hija sostiene que nada entiendo de lo que sucede en el mundo desde la aparición de Internet y la socialización a través de las redes.
Con peras y manzanas, para agotar mi paciencia y hacerme sentir mayor de lo que soy, me explica que cuando cursé la secundaria el acoso, la “madriza” ejemplarizante, la humillación, el que te “agarraran de puerquito”, se quedaba en el salón de clase y, cuando mucho dentro del patio de recreo o dentro de la escuela, rara vez trascendía a la familia, casi nunca al psiquiatra, y jamás a las autoridades. “Como en el anuncio de la ciudad de Las Vegas”, me dice: “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”.
Hoy -explica mi hija, con esa sorna de la que hace gala cuando quiere hacerme sentir “gagá”-, el bullying ocupa y se desarrolla en todas las modalidades del tiempo, debido a las características del mundo virtual; así es desde el momento en que, debido al ocio, unos hijos de familia españoles subieron a la red la manera en que maltrataron y asesinaron a un pordiosero.
Las escenas de acoso, escarnio, agravio, humillación y muerte filmadas en un videoteléfono, se convierten en pasado, presente, futuro y eternidad, característico de la modalidad virtual que se ha impuesto a la comunicación, sobre todo a la establecida entre jóvenes.
Hoy nos enteramos de que lo que se sube a la red se queda en la red, por más que el emisor original del humillante mensaje, arrepentido o una vez logrado su objetivo, decida borrarlo, o por más que las autoridades de crímenes cibernéticos intervengan y se anoten un triunfo de la procuración de justicia, porque en el mundo virtual de la red el bullying se multiplica al infinito, durará por la eternidad.
Lo peor de lo anticipado por Adolfo Bioy Casares en La invención de Morel quedó trascendido, superado, magnificado. El holograma literario, idéntico al cinematográfico de La Guerra de las Galaxias permanece confinado en el espacio, lo que no limita al mensaje virtual, pues puede multiplicarse al infinito en lugar y tiempo.
El que a alguien lo “agarraran de puerquito”, se limitaba al maltrato inmediato y definitivo, último; ser víctima del bullying se convierte en el infierno cibernético del adolescente, en la muerte social, en la puerta del escarnio y la invitación formal al suicidio.
QMX/gom