Genio y figura/Francisco Buenrostro
Quieren establecer analogías o simbologías, pero resultan falsas. Emilio Chuayffet Chemor dista mucho de parecerse a Jesús Reyes Heroles, aunque en el último tramo de su vida política ambos se hayan desempeñado como secretarios de Gobernación y de Educación Pública. No es el caso de Bartlett.
Don Jesús transformó el sistema político del país, con la amnistía y la primera de muchas sucesivas reformas políticas y electorales; Chuayffet perdió el Congreso en 1997, y con sus operadores políticos mal negoció la presentación del Informe Presidencial de Ernesto Zedillo, sólo recuerden la respuesta de Porfirio Muñoz Ledo. En diciembre lo sorprendió Acteal.
Pero, además, el aspirante a convertirse en sucesor de José Vasconcelos se ha transformado en un ludópata de los juegos de poder, a pesar de que en ese campo siempre que ha ido por lana, resultó trasquilado.
Sus panegiristas se equivocaron y se equivocan. Se requiere algo más que haber leído El perfil del hombre y la cultura en México, y ser capaz de estructurar algunas ideas y frases felices de Samuel Ramos, para llenar los zapatos del Secretario de Educación Pública que necesita esta nación para transformar a los mexicanos, para cambiarles su modito y su talante, para evitar que la corrupción se les convierta en segunda piel.
Escribió Ramos: “El mexicano burgués posee más dotes y recursos intelectuales que el proletario para consumar de un modo perfecto la obra de simulación que debe ocultar su sentimiento de inferioridad”; en el término simulación anida el concepto de lo que hace daño a México.
Pero Chuayffet insiste, en memoria de los años que despachó en Bucareli: “Diálogo o aplicación de la ley”; pienso, efectivamente, que Samuel Ramos dista mucho de colaborar en la formación requerida por un político mexicano de esta época.
Quizá, para ir más lejos en su formación y aspiraciones a transformar la educación de los mexicanos, también debió haber leído a Emilio Uranga, quien en Análisis del ser del mexicano, anota: “Decíamos, a propósito de Ramos, que su teoría nos parecía pasible de ser completada en dos direcciones: primero con un análisis fenomenológico que deslindara con cuidado ‘inferioridad’ de ‘insuficiencia’, y segundo, retrayendo su condición de teoría psicológica a dimensiones más fundamentales y propiamente ontológicas”.
Tal vez, para completar el juego de poder de un ludópata en Educación Pública, además de Ramos y Uranga debió alimentarse intelectualmente de Lepoldo Zea, quien en Conciencia y posibilidad del mexicano, deja escrito: “Al volver conscientemente los ojos sobre su realidad, el mexicano se tropieza con un mundo en el que se hacen patentes todos sus defectos. Un mundo negativo, ajeno al espíritu. Un mundo arrastrado por la violencia, la concupiscencia y todas las inmoralidades imaginables”.
Pero los panegiristas de Emilio Chuayffet Chemor consideran que haber leído a Ramos y poder conversar sobre su obra, eran suficientes cartas credenciales para desempeñarse como secretario de Educación Pública, y ni siquiera tuvo la decencia de vender la reforma como lo que es, que, por el momento, está lejos de ser lo que se pretende que sea.
QMX/gom