Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
El próximo presidente debe asumir su función ineludible si desea servir a México, que no puede continuar como el país de un solo hombre, condición que disfrutaron hasta el cansancio los panistas.
Proponer, instrumentar e iniciar el cambio de modelo político transita por un camino corto, pero se necesita de decisiones valientes y audaces. Sin embargo, llegar a esta fase requiere cumplir con requisitos democráticos, de perspectiva histórica.
Las elecciones deben realizarse en paz, todo intento de asonada, motín o algarada juvenil es responsabilidad del gobierno en funciones; el actual presidente de México debe abstenerse de intervenir y garantizar un periodo poselectoral constructivo, con el propósito de que fluyan el diálogo y los acuerdos, de tal manera que en cuanto se instale el Congreso el próximo 1° de septiembre, las distintas fracciones parlamentarias inicien los trabajos de la transición y construyan las reformas legales y constitucionales necesarias.
Para que el colectivo 132 se convierta en un factor de cambio y no en un riesgo y un estorbo, debe asumir con responsabilidad las funciones políticas y apartidistas que supuestamente se ha auto asignado, pero a las que ha sido confinado desde el poder y Morena, con la idea de transformarlos en instrumento de presión en un previsible conflicto poselectoral. Hoy, la preservación de la paz social y política para el 1° de julio próximo recae, en gran parte, en esos jóvenes que parecen personajes de Hermann Hesse y se suman a esa ingenua idea de Max Demian: “El que quiere nacer tiene que destruir un mundo”.
Si los anteriores requisitos se cumplen al pie de la letra, la transición, el cambio de modelo político habrá de reposar en la inteligencia, capacidad de negociación y acuerdos que se logren en el Congreso, porque la verdadera transformación de México se inicia por el diagnóstico del entorno internacional que dominará durante el siglo XXI, la identificación de los errores cometidos y su corrección, pero sobre todo asumir el compromiso ineludible de no regresar al pasado. Con ello me refiero a desechar la idea de refundar la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, a darle vigencia política y sindical a Martín Esparza, quien no es sino compañero de ruta de Elba Esther Gordillo y Eduardo Romero Deschamps, ese corporativismo no puede sobrevivir.
Es urgente modificar el patrimonialismo de Estado, abrir Pemex, pero hacerlo con la promesa de que los productos derivados del petróleo se obtengan con refinerías establecidas en territorio nacional, para que el producto de la riqueza y el trabajo beneficien al país.
Los partidos deben transformar su vida interna, para que los acuerdos parlamentarios logrados sean reflejo de la ética y la transparencia con las cuales aspiran a conducir al país, pues no pueden continuar solapándose unos a otros con esa estúpida idea de quel’esprit de corps fortalece a un organismo político que únicamente parece exudar complicidades y corrupción.
La cereza en el pastel será que el próximo presidente de la República comprenda su función ineludible si desea servir a México, que no puede continuar como el país de un solo hombre, condición que disfrutaron hasta el cansancio los presidentes panistas.
El modelo político mexicano carece de futuro, es necesaria la transición.