Abanico
Mientras Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente del CCE, se lamenta de lo que él y los asociados del organismo empresarial que preside propiciaron -incluso estigmatizó la precarización del empleo-, surgen otras inquietudes ante la realidad y las exigencias de la economía.
¿En qué momento los empresarios mexicanos abandonaron el impulso a la creatividad y el desempeño a los trabajadores? ¿Cuándo decidieron, los trabajadores, convertirse en simuladores, porque sus trabajos les resultaban ajenos al desarrollo personal, tediosos, mecánicos e insuficientes en el estímulo económico? ¿Cuándo el empleo dejó de ser un instrumento de desarrollo personal, en beneficio del trabajador, sí, pero sobre todo de la empresa y de la recaudación fiscal?
Los datos duros proporcionados por el Inegi, como lo escriben los intelectuales a la moda, indican que en México una buena parte de los trabajadores, formales e informales, empleados por su cuenta o con negocio propio -27 millones 975 mil mexicanos, para ser exactos- perciben menos de dos salarios mínimos al día: 129.5 pesos, sólo 3 mil 900 pesos mensuales.
¿Cuántos de esos salarios han de reunirse en una familia de cuatro personas, para vivir con dignidad? ¿Continuarán siendo suficientes los seis mil pesos a los que se refirió Ernesto Cordero, cuando con esas declaraciones se destapó para competir por la candidatura presidencial del PAN, y como delfín del calderonato?
Esos mexicanos que se parten el lomo por menos de cuatro mil pesos mensuales, sin permitirse el lujo de enfermarse, faltar al trabajo de manera injustificada y con largos recorridos en el transporte público, representan el 58 por ciento de la población ocupada del país, que asciende a 48 millones 203 mil 851, de acuerdo a los datos arrojados por la encuesta nacional de ocupación y empleo.
Tiene razón Gerardo Gutiérrez Candiani en alarmarse por la precarización del empleo, porque todo en la vida tiene un límite. En materia laboral los diques se rompen cuando el trabajo, en lugar de fomentar desarrollo es causa de humillación. En ese instante el resultado del subempleo se convierte en irritación y rencor social, que muy bien puede sumarse a los descontentos que ven afectados sus intereses por las reformas.
Para sumar agravios, 30 millones de estos mexicanos de menos de cuatro mil pesos mensuales, que tienen algún trabajo u ocupación, carecen de acceso a instituciones de salud y 32 por ciento, que equivalen a 15.5 millones, tienen menos de 3 años de antigüedad en su trabajo.
El problema, entonces, está más allá de las estadísticas y las proyecciones económicas, porque el estado de ánimo de quienes ven reducidas sus expectativas legítimas y legales puede modificarse, puede transformar su comportamiento y actuar por consideraciones inteligentes, sí, pero inéditas, y en eso estriba la diferencia y el análisis de la percepción política que se tiene acerca del futuro inmediato.
Negar la realidad del empleo, será negarse la promesa de futuro.
QMX/gom