Abanico
Desde la entrada de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara a la Habana, en enero de 1959, la prensa y la opinión pública se encargaron de rodear de un aura de romanticismo los triunfos revolucionarios y a los guerrilleros, hasta transformarlos en mitos fundacionales de lo que posteriormente fueron los movimientos Sandinista de Liberación Nacional, Farabundo Martí, Sendero Luminoso y Tupac Amaru y, en México, el alzamiento de Madera, la Liga 23 de Septiembre, el MAR y, mucho después, el neo zapatismo.
La narrativa literaria de América Latina ofrece el antes que justifica esas guerrillas, siendo los paradigmas El recurso del método, de Alejo Carpentier, y La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa. Pero la gesta guerrillera y lo que ocurre en esos grupos está escasamente narrado con éxito, incluso en Cuba, de cuya literatura únicamente es rescatable -para la memoria de la Revolución- el excelente libro de cuentos Narrativa cubana de la Revolución, publicado en Alianza Editorial, con una edición al cuidado de José Manuel Caballero Bonald.
En México la literatura de la guerrilla que opera en el territorio nacional de manera intermitente desde las postrimerías de 1968, únicamente tiene dos obras notables, dignas de memoria de la confrontación entre el Estado y los movimientos armados, una, la otra cuenta la manera en que los guerrilleros resuelven sus conflictos internos. Son Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor, y Veinte de cobre, de Napoleón Glockner. La literatura neo zapatista es ajena a lo que realmente sucedió en 1994 y ocurre desde entonces, con 20 años de actividad el próximo primero de enero.
Lo anterior viene a cuento por lo que sucede en Michoacán desde enero de 2007, y hoy se recrudece.
El éxito del Estado mexicano en el combate a sus movimientos armados fue más mediático que militar. La decisión, desde el punto de vista del gobierno, fue nunca reconocerles el estatus político, sino siempre referirse a ellos como delincuentes del orden común; hoy, pudieran ser llamados sicarios, integrantes de la delincuencia organizada, narcomenudistas; en el mejor de los casos, auto defensa o policía comunitaria, nunca, otra vez, se les considerará el estatus de opositores armados, porque en las cárceles mexicanas, por norma, son inexistentes los reos políticos.
Los estrategas de comunicación del nuevo PRI, la sociedad, los miembros y militantes de los partidos políticos, deben reflexionar con seriedad sobre cuáles son los enemigos de México y las razones por las que decidieron confrontar con las armas a las autoridades constitucionalmente elegidas, porque han metido en el mismo saco a sicarios, narcotraficantes, guardias blancas, mercenarios y guerrilleros, policías comunitarias y auto defensas.
Desde el punto de vista histórico es una lección reciente la manera en que Ronald Reagan decide armar -a través del coronel Oliver North- a Edén Pastora y la Contra, en un intento por derrocar al sandinismo; aleccionador también por los recursos con los cuales pertrecharon a ese movimiento de desestabilización, a través de la venta de coca decomisada.
Lo que hoy ocurre en Michoacán, obliga a considerar la factibilidad de que el fantasma de Genaro Vázquez Rojas deambule por tierra caliente.
QMX/gom