Abanico
Debiera recuperarse la propuesta que en un momento de sensatez y audacia presentó Manlio Fabio Beltrones desde el Senado de la República.
Dejémonos de sandeces y falsas esperanzas. En este país, como en todos, una auténtica reforma fiscal no pasa a través del incremento impositivo a los que más ganan, legal o ilegalmente. Siempre están a la mano los paraísos fiscales.
Debiera recuperarse la propuesta que en un momento de sensatez, sentido común y audacia presentó la fracción parlamentaria del PRI desde el Senado de la República, por voz de Manlio Fabio Beltrones -hoy prudente y distante líder del grupo priista en la Cámara de Diputados.
Para que el mercado se reactive, para que el Estado reciba mayores ingresos que puedan invertirse en educación, salud, seguridad, deben reducirse los impuestos y generalizarse el IVA a una tasa de 12 por ciento y sin regímenes especiales. Hasta aquí el diputado Beltrones. Lo demás es de mi cosecha.
Para que la cosa sea pareja, para que las deficiencias en el ISR sean subsanadas por otros conductos, puede cobrarse a los usufructuarios de esos poderes fácticos -acrecientan sus fortunas gracias a una concesión del Estado de un bien que es propiedad de la nación- los derechos por su explotación, como un porcentaje fijo de los ingresos que les produce; digamos similar al del IVA, un 12 por ciento de lo que ingresa a la caja de las empresas de Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Benjamín Salinas Pliego -por mencionar a algunos-, como pago por el usufructo de ese bien de los mexicanos que ellos explotan gracias al beneplácito de un Estado generoso.
12 por ciento que en el caso de los teléfonos no debe trasladarse al consumidor, que en el de los anuncios televisivos no puede cargarse al anunciante, porque éste los trasladará al televidente; porcentaje que no es exagerado y que puede calcularse sin necesidad de que intervengan auditores y contadores, sino con las cifras de una clase de aritmética: tarifas multiplicadas por el número de contratos y también por el tiempo aire vendido.
Pero claro, lo anterior será considerado, con toda seguridad, una pachecada, fuera de toda lógica, porque los intereses que se mueven en torno a las telecomunicaciones, a las concesiones de carreteras, de puertos y aeropuertos pueden enfrentarse al Estado con total impunidad, pueden destruir a este país y a otros, pueden conspirar contra el Imperio, pues el caso para ellos consistirá en sumar voluntades para preservar ingresos y privilegios.
Para nacer hay que romper un mundo, pone en boca de Demian Hermann Hesse; sin embargo, en este México nuestro falta la audacia para hacerlo, porque los poderes fácticos se empeñan en conservar un modelo viejo de administración, apenas retocado por la huella de la globalización, la velocidad de Internet, la alta definición, la comunicación en tiempo real, para dar esa pretendida imagen de que la nación está, como cada sexenio lo prometen, en el umbral del Primer Mundo, con un pie en el futuro, a pesar del lastre de tanta miseria, pobreza, violencia, ignorancia, muerte por hambre, secuestro, desaparición y ausencia de rigor en la administración de justicia, preterida por la aplicación de la ley, si no pregunten a Olga Sánchez Cordero.
QMX/gom