LA COSTUMBRE DEL PODER: EPN vs impunidad

17 de agosto de 2012
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Gregorio Ortega

Me recrimina mi Demonio de Sócrates porque en mis textos regreso una y otra vez al análisis del pasado reciente. Advierte, con serena acritud, que lo de ayer es agua pasada, pero pienso una respuesta clara que justifique mi insistencia.

Como lo escribí el lunes -le digo-, si quieren combatir la corrupción con un organismo, deben predicar con el ejemplo y terminar con la impunidad, pero no será posible echarla fuera de los hábitos del quehacer político si hay borrón y cuenta nueva, si los agravios del pasado se disuelven, precisamente, en esa impunidad tan lesiva que afecta la reconciliación nacional y disminuye la confianza en las instituciones, en el cambio, en la posibilidad o imposibilidad de la transición, porque la alternancia sin una reforma del modelo político, equivale a un quítate tú para que me ponga yo.

“Pero tienes que apostar al futuro”, me dice en cálida y afectuosa conversación.

Respondo con claridad: en Argentina Ernesto Sabato tuvo a su cargo el libro blanco, y los responsables de las muertes, los secuestros, las desapariciones, las torturas, las vejaciones, son juzgados y sentenciados, tarde, pero Jorge Rafael Videla y coacusados son exhibidos como lo que fueron por su comportamiento desde el poder.

Le recuerdo también la Búsqueda de la Verdad y Preservación de la Memoria Histórica en España, donde la extrema derecha se defiende y es capaz de inhabilitar a Baltasar Garzón; le refiero el caso Chileno, y cómo se descubren las tropelías de la dictadura, se discuten, se sancionan, aunque Augusto Pinochet disfrutase de la inmunidad soberana.

Argumento entonces a mi Demonio de Sócrates que la desaparición de virtudes y valores entre los mexicanos, obedece a la impunidad y la corrupción, lo que modifica los patrones de conducta en la sociedad, pues el comportamiento de los de arriba sirve como ejemplo para que los de a pie se conduzcan de idéntica manera a como lo hacen los que mangonean.

Me replica y evoca una carta de Julio César a Craso, donde leyó: “Es difícil decir quiénes son peores -declaraba el tribuno Marco Livio Druso-, si los que sobornan a las masas o las masas que aceptan el soborno. Es cierto que el soborno corrompe, pero también es cierto que el que lo acepta es el mayor de los delincuentes. ¿Pero es que ha habido un gobierno que no sea embustero y esclavizador, asesino, ladrón y opresor, enemigo de todos los hombres en su ambición de poder?… La plebe no se preocupa más que de la barriga, y el que adula a una plebe así debe pasar a la historia como más bajo que el más inferior de los esclavos, por muy ilustre que sea su apellido o por mucho crédito que le concedan los banqueros”.

Es difícil no estar de acuerdo con él. Es cierto, para que un organismo anticorrupción funcione, lo primero que ha de hacerse es evitar que los crímenes del pasado se disuelvan en la impunidad. Incluso los de aquellos que creyeron haber servido al Estado al cometerlos, cuando sólo lo lesionaron como hicieron con la confianza en las instituciones.

QMex/gom

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